Cuando estaba más animado en este tema general de la palabra oral y mis podcasts me sucedió un problema técnico que me mandó a seguir con otros planes tradicionales, valdría decir que es interesante como el error inmediato y lo inesperado se asemeja a la palabra hablada mientras que en la escritura hablamos de un plan, de una presentación y un artificio.
Es curioso precisamente porque evaluamos al orador en la medida de lo contrario, la ejecución perfecta de un texto es el trabajo de un actor, pero la improvisación, la verbosidad inmediata y la respuesta nos parecen las más genuinas muestras de inteligencia. Lo improvisado, lo accidental, no se planea. Nos habla de un subconsiente que es poderoso y cuya influencia no pocas veces nos parece magia.
La inteligencia, sin embargo, no consiste en el dominio de las palabras y la fácil secuencia elaborada de ideas. Todo esto contribuye pero difícilmente se trata de una medida del alma genuina. Es fácil aceptar esta descalificación general, pero de todos modos se conserva cierta veneración al buen hablador, porque hablar bien es una fuente constante de dos cosas que no pueden faltarle al ente moderno: exterioridad y envidia.
Pienso en un género altamente artificial que supone la palabra: el debate político. De entrada, suponiendo que uno admite que lo política vale algo -para fines del argumento-, debería reconecerse sin dificultad una primacía de las ideas. No es importante tanto la personalidad sino un proyecto conceptual. Pero cuando hablamos de comunicación la diferencia no existe, y los políticos son comunicadores. Esto no se puede discutir, actualmente la utilidad social del político presupone la representación: una suerte de personificación de los intereses de las personas que el político representa. Si no es mejor para defender y argumentar sobre los deseos de los cuidadanos que le han confiado su misión, el político no es nada. Entonces por fuerza la importancia de la representación y la forma es básica en el debate, presupone una correcta concepción de la función política. Por supuesto, en el caso concerniente a las elecciónes directas el debate no es de ningún modo una discusión.
¿Por qué la maestría del habla parece inclinarse al empleo de fórmulas y se asemeja a la expresión escrita que tanto presumen los literatos? Pues la falta de variación, la eternidad, un discurso que tiene un impacto perfecto, eso solo viene de la palabra como objeto, del texto pues. Mientras que la estética del texto busca la fugacidad, intenta, como poesía, recuperar el valor que marca el momento, la fugacidad que solo viene de una reacción genuina y no preparada. ¿No he mencionado antes que no soy de los que espera ser sorprendido? Sin embargo admito que la poesía tiene belleza porque se reproduce de una manera performativa, no por hallarse en estado de letra muerta. Una situación que permitiría la cohabitación de estos valores es bastante sencilla y se reproduce en la más sencilla estética: buscamos los valores que complementan naturalmente nuestro arte, lo diferente, lo que falta, es una fuerza de belleza. Así el discurso querrá ser texto y el texto palabra, ambas búsquedas se admitirían legítimas.
Una contradicción directa de estos valores no desmantelaría del todo nuestro argumento, hay muchos elementos en que la palabra viva o muerta puede suponerse idéntica, no hay una negación absoluta entre ambas y su aproximación puede también prestarles nuevas evaluaciones estéticas. Yo digo que un discurso puede ser bello por sus pausas y cómo suena, del mismo modo un texto solo puede alcanzar esto por una suerte de imitación, sea tipográfica o enunciada. Al acercarnos a otro objeto consideramos de nuevo una escala de valores ajena. Se me ocurre por ejemplo la belleza de la mujer africana, cuyas facciones tienen formas variadas y no se nos figuran tan definidas como las de regiones más «blancas». Si uno aproxima la fisionomía de una negra a la fisionomía blanca, uno empieza a valorarla en una escala de parecidos y no «por lo que es», entiéndase, «por la experiencia que le es propia». Llamaremos sistela, la experiencia que le es propia a cualquier objeto, por el simple hecho de ser tal. Cualquier otra experiencia por fuerza le viene de un sentir de lo exterior, de una consecuencia.
Establecido esto, tal vez no haya sistelas puras, pero nuestro objetivo aún no consiste en probar una existencia, sino sencillamente -por lo pronto-, ganar una palabra. Ya luego podemos preocuparnos por lo demás que en apariencia estamos discutiendo.