Se dice que el primer hombre fue hecho de tierra. Habemos de entender que no es decir mucho, pues finalmente la tierra no es un uniforme y definida, sino una mezcolanza, más valdría decir tierras en vez de tierra, pero si fueramos precisos aquí, tendríamos que serlo en tantas otras cosas. En todo caso, este ser humano, al que podríamos tachar de prototipo, de primer fracaso -centrándonos en la pobremente definida noción de éxito, buscando un punto de vista evolutivo-, fue el antecesor de aquellos que habrían de venir.
No valdría la pena centrarse en las faltas de tal hombre, pues acaso fue su medio el que lo agredió y terminó por suprimirlo. Es, sin embargo, visión humana, considerar que se posee una libertad de autodeterminación y una fuerza suficiente sobre el ambiente para perecer por su propio error. Estas nociones se reflejan en la historia y el calentamiento global. Casi todas las naciones antropocéntricas así lo pensaron. Veremos que por las características de tal hombre primitivo, se puede justificar acaso el dilema de su auto perdición.
Era sedentario. Tenía la capacidad del habla y la formulación de discurso, de lo cual hacía su principal práctica en el medio controlado que le correspondía. Su existencia física estaba de cierto modo suprimida, pues -podemos pensar en la tierra-, no le interesaba como objeto particular, sino como conjunto de generalidades. Se creía superior a la materia, y usaba su discurso para justificarse encima de las bestias todo deseo e instinto. Mas su sedentarismo, su inmovilidad tanto física como ideológica, hacían de él un instrumento pobre para labrar su propio destinto. Lo vivo, lo cambiante y fluído, bastaba para desmoronar su ficticia existencia, su juego mental de civilización. Tanto ser del discurso no les trajo redención, pues finalmente, aquel que habla mucho pero no llega a conocer y a inclinarse por la curiosidad fuera de sí, no alcanza un verdadero entendimiento. Fue estéril a fuerza de ser incorpóreo, y murió.
Sus sucesores tuvieron alguna superioridad. Para ellos, hombre y mujer fueron objetos distintos, como si sus carnes fueran de diferentes naturalezas. No les impidió reproducirse, al contrario, fueron númerosos y fecundos. Acaso las diferencias les dio alguna ventaja para dicha multiplicidad. Eran, por lo demás secos, y faltos de toda emotividad. Veían con indiferencia a sus propias creaciones y a sus creaturas. Ante todo, su destino fatal era el de la insensibilidad. O tal vez fueron víctimas de un exceso de utilitarismo, de una pragmatización del placer, pues en cuanto a sus estructuras rígidas, el sexo era aceptable por ser un estado de gozo constante, pero aquellos que parecían no proveerles de nada, no merecían interés. Entiendo que estos segundos hombres se centraron sobre ellos mismos. Empezaron a vivir en tiempo prestado, suponiendo su final inminente, sus vidas fúgaces en deseos egoístas, viviendo a corto plazo. Su género, insensible hacia su propio futuro, que solo predecía como una erradicación, encontraría la manera de ser borrado para siempre. Acaso hubieran permanecido más tiempo si se hubieran quedado como las demás bestias que vagaban desnudas, por los árboles, sujetos de la cola, como protegiéndose de una ecatombe soñada.
Por supuesto, una declaración universalizante no puede presentarse sin su antitésis, sin discutir igualmente al hombre que entre tantos ensayos sobrevive (aunque se trate de una visión biólatra de nuestro relato, podríamos pensar que la permanencia en el tiempo no tiene sentido, desde que el universo puede igualmente constituirse de ciclos que regresan nuevamente, para demostrar que ninguno de estos tres hombres es mayor o menor que todos, y que simplemente podemos decir que siempre son). Sería un hombre cuyo cuerpo es más que una simple fuente de necesidades, que debe encontrar por ejemplo, en el hambre, una suerte de éxito fatal y no simplemente en el placer. Una raza que acaso no se debata entre la gula y el exceso o la inanición, que sea pues, lo que come. Este hombre, habría igualmente de analisar para entender, y no para hablar. No estaría en su capacidad de discurso y de respuesta, la ley que lo humanice y lo vuelva superior a toda bestia. El discurso, su producción y su perpetuación, serían de un orden inferior a su propio conocimiento y experiencia. Sería un hombre fundamentalmente vivo.
Este hombre alimento busca completar la creación, que no es un evento puntual sino contínuo, y por lo tanto, el mismo hombre tal como lo refiero, debe ser aquel que crece, no es pues, comida muerta, sino semilla. Su potencial de cambio, de pasar por edades, y de variar, de postular por el mismo y su decendencia una notoria evolución -y no un estatismo material de piedra, madera o lo que fuese, no una patria como un lugar geográfico y físico, por fuerza limitado-, que dirija a donde se tenga que dirigir, para ser fecundo no solo en carne, sino en todo otro elemento que para nosotros, sus dioses, pueda contar.