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La sabiduría del anti-héroe

4 Ene

Hablando del arte popular es muy sencillo encontrar ejemplos de lo que podría considerarse la «sabiduría popular», me permito las comillas pues acaso el concepto no es evidente y ponerlo en duda suena solo razonable. No se trata, evidente, de una consideración oximorónica. El argumento intelectualista quiere que la sabiduría sea un objeto sagrado y raro reservado a la élite y negado a la plebe, pero la división inteligencia/sabiduría es puramente una división social, lo que hace de la sabiduría un concepto puramente convencional, entiéndase, dependiente y comprendido por la plebe. Se podría bien decir que la sabiduría siempre tiene algo de popular, aunque la frase misma no trate de adoptar dicho sentido.

Decir sabiduría popular remite más bien a un cierto género conceptual, a un modelo definido. Por ser comunicable el pensamiento se supone argumentado, y por esto mismo se trata de una manera de hablar. Lo popular se dice de cierta manera, y allí radica su naturaleza popular. Esta sabiduría conversará por medio de expresiones comprensibles en un concepto generalizado y va a ser solo por esta expresión y no por su fondo que lo consideraremos popular. Luego, la sabiduría popular no es sabiduría, sino literalmente algo dicho -los dichos-.

Ahora, si admitimos que tras del gesto de hablar -balbuceante, limitado, secuencial y bruto- existe una percepción de conocimiento genuino dos posibilidades de comunicación se nos presentan: el discurso como sentido/sensación y el discurso como acción/secuencia. ¿Todo claro? Probablemente no, mais on enchaine. Al decir sentido/sensación nos importa cómo comunicamos el objeto que representa la sabiduría, sea, que la forma y el fondo coexisten para constituir la sabiduría a la que nos debemos. Hablar para comunicar lo que se habla. «Agua que no has de beber, déjala correr» ¿no? Por medio de un análisis raudo encontramos la sabiduría ofrecida: no se gasta la oportunidad que o se requiere, no debe apropiarse del objeto que no le corresponde. En fin, un sistema de correspondencias y sentidos aledaños se conforman rápidamente gracias a lo que podemos comprender de la expresión, pero estamos forzosamente dentro de esa expresión, aunque no contengamos todo su sentido ni lo expresemos con claridad. Estamos en la expresión del habla, no en modelos primitivos de análisis que discuten fondo o forma y… En fin, mejor ir al caso de la acción/secuencia.

Cuando hablamos, el simple gesto de hablar puede señalar una conveniencia, estar guiado de una inteligencia intrínsica. Véase la mentira, el chisme. Se trata de modelos relativamente sencillos que permiten una óptima interacción social, con una suerte animalógica de la supervivencia del más apto. Los animales mentimos para ganar. La mariposa cuyas alas sugieren una serpiente

 

comunica por medio de la imagen, y podemos interpretar sin dificultad su mensaje. Pero el gesto de esta comunicación, la expresión de sus alas, es una función en sí misma, una que podría no existir. Lo importante no es tanto que concretamente observemos una serpiente -podría tratarse de otra figura, o ser un camuflaje preciso-, ese sentido se superpone precisamente a la premisa de tener un gesto comunicativo útil. El resto ya vendrá, pero la sabiduría consiste en generar ese bien por medio del gesto, y esto también es un saber popular.

¿Y por qué estos gestos remiten a una realidad tan inmediatamente estética? Tómese el refrán, el chisme o el cuento, mientras más jugoso sea, el placer y reconocimiento que nos remitirán será mucho mayor. Lo bueno es bello, tal ecuación forma parte también de la sabiduría biológica, la selección sexual y nuestras costumbres. El arte, al origen es popular. Luego se privatizó por medio de gobierno o religión, pero claramente el gesto se prestaba al intercambio natural. Y me sugiere algo que quien sabe si venga al caso, pero tener un internet gratuito y accesible es la única forma de lograr que en él floresca el potencial popular y artístico que la masa puede traer. La expresión de nuestra sabiduría es cambiante y desborda, las esferas del poder no han podido jamás captar su potencial total. A lo mejor por eso se vende la inteligencia como un gesto más conveniente o controlable ¿suprimible?

Esta sabiduría me parece, se confunde con la capacidad de vivir. De vivir sin exagerar las complicaciones, buscar lo sencillo y conciso. ¿Cuándo y por qué se convirtió en algo negativo ese eufemismo de las «personas sencillas»?

Ars poetica felini

13 Nov

Mi gato me conoce como a un poema. Incluso, si un día, por alguna desventura inimaginable, el hombre se volviera incapaz de cualquier poesía, seguiría, mi gato, mirándome del mismo modo, en este anti-prosístico proceso entre el conocer y el reconocer.

Y es que en ese casi desdén distraído, en ese mirar pasajero en que se nos dice, el gato no puede reconocerse a sí mismo en el espejo, que finalmente tiene todo de lógico y consecuente pues las superficies reflejantes no huelen a gato, ni producen el calor de un gato, ni suenan como un gato, y más extraño sería imaginarse que hay alguna identidad que en ello puede reconocerse. Así de atinado es un poema. Quien construyera ensoñaciones pensando que un significado puede atribuirse a un objeto poético, se encuentra frente un espejo y solo puede ver lo que ha creado, y no lo que es evidente: que la identidad no puede existir pues es toda abstracta, y que en realidad, el gato del espejo no es un gato.

No que no exista para mi gato -al menos para el mío- una noción de identidad, no lo culpo de ser incapaz de reconocer. Ha sabido perfectamente quién es su madre y quiénes son sus dueños, se mantiene en proximidad mía o sobre mí en la medida que lo dicta su deseo. Del mismo modo me contraría o me obedece, pero estas oposiciones no provienen -todo el tiempo-, de la distracción abstraída que lo lleva a olvidar lo que es una presencia y otra, sino sencillamente el aceptar la subjetividad de su orden, de la existencia física del gato que al hombre puede darle ilusiones de libertad, si ha de seguir sus pulsiones internas o doblegarse ante la potencia del recuerdo, premio o castigo, igualmente físico y viceral que un estímulo corporal en ese tiempo. Extraño pero al mismo tiempo reconocible, integrado a sí mismo, formando parte de alguna cosa que el hombre podría suponer identidad, división.

Pero he notado que al tiempo que mi gato se sensibilizó a mi olor, a mi imposible y gigantesca complexión, que francamente pareciera por momentos volver a su estado indefinido, a una suerte de despersonalización de mi cuerpo como un espacio muerto, o por lo menos arborífico, algo que puede ser insensiblemente trepado con dispuestas garras y brincos agazapados. Esto sí, por un lado lo aprendido no está aprendido en el mismo sentido que yo -que el yo imaginario que he creado, como el dibujito de la familia de palitos y bolitas al lado de una caja casucha con indefinibles ventanas, ese de la primaria o del kinder-garden que se proponía como dibujo y que las películas han vuelto el lugar predestinado a comunicar las tendencias sicóticas del infante- lo he aprendido, pero no se trata de una simple sección del concepto, sino una implícita expansión. Ahora el gato, no sin cierta inteligencia, tiene una actitud distinta no solo hacia mí -y a mi olor reconocible aunque variable, con las texturas cambiantes de la vestimenta y su posición-, sino a los entes que se me asemejan, una tolerancia a sus intimidantes actitudes arbitrarias, de gestos que no expresan claramente voluntades de juego o cariño, de sensaciones desconocidas amontonadas en aquellos gigantes que lógicamente deberían presentar una amenaza consecuente a un cuerpo razonablemente menos desproporcionado.

Y esto me parece genuinamente poético, salir de un estado que se encuentra más en la (di)sección que en el hallar los objetos realmente. Un poema de lleva a otros poemas, y ese pasaje se requiere necesario para amaestrarse bajo el signo de la palabra, no pensar precisamente en la palabra como presición, como presión, sino en su existencia diforme y expansiva, en lo que solo puede hallarse en el intercambio cotidiano del gato con su dueño, de la experimentación física que nos comunica por medio de una realidad más allá de la abstracción. Mi gato sería poeta antes que yo, por necesidad, por facilidad, porque la poesía es fácil en muchos niveles, y hoy día no tenemos la capacidad de lidiar con lo fácil. La palabra se nos figura complicación, herramienta para desdecir en vez de decir, de análisis antes que de digestión.

No puedo presumir, en realidad, que comprendo a Aventura, porque no es verdad. Y la comprensión no ahoga ni contamina nuestra relación ni hace el vínculo que él ha forjado -acaso más que yo- y que se encuentra comprobado entre nosotros. Y no tendría sentido si Aventura no estuviera aquí, con sus extrañantes costumbres y tampoco si yo no aceptara que en su estado de gato, aventura está presente como gato, si pensara que debiera ser pensado y dominado por ese pensamiento en vez de por sus ausencias, distracciones y ejercicios. Gestos y movimientos felinos.

Un saber hacer, que cuando estoy distraído, me parece lo de un genuino artisano.

Ladrido

10 Sep

Hay al menos cinco posiciones filosóficas por medio de las cuales el hombre se relaciona con los animales. De ellas podemos derivar distintas interacciones completas y crear una moralidad en nuestras interacciones, mas incluso entonces nuestro juicio resulta un tanto limitado, sin hablar de su arbitrariedad. Toda interacción de los hombres con las bestias se mide en parte, por estos mismos métodos de evaluación moral, excepto una: la clasificación del idioma.

Podríamos empezar por decir que los animales tienen comunicación, y que a veces esta es engañosamente rica. El código genético es una suerte de discusión inter-generacional, cuyo significado va siendo interpretado durante la duración de la vida (que es una lectura). Mas la parte de los animales en el discurso articulado humano, suele presentarse como un sinsentido, pues si hay algo que el hombre hace y los animales ignoran, es la argumentación.

Si usted me ha seguido desde el comienzo de este blog, habrá notado que no me canso en exponer los puntos frágiles que podemos hallar en nuestro propio lenguaje. Me desgasto en estos esfuerzos porque mucho de lo que decimos se nos figura la manera única de pensar, entiendo que hay quienes incluso definen el pensamiento como la actividad mental cuando toma forma de un discurso. Mas incluso entonces esta no es la actividad mental que más nos engaña, pues sigue existiendo el sueño, que no es argumental.

Parte de mi elección en esta tarea tan infame -en un escritor desacrar el lenguaje debe ser algo infame-, viene de la falta de respeto que esta predilección lingüística implica contra los animales. Cualquier animal no piensa ni produce, pues es incapaz de reafirmarse por la palabra, entonces no lo tenemos por individualidad. Más aún, cuando respondemos al llamado de dirigirnos a la bestia, la personificamos, le damos un nombre y de cierta manera, la volvemos humana. En realidad los personajes literarios u otros no tienen sexo, ni raza, ni nombre; son acumulaciones de verbos y adjetivos, pura apariencia, puro «quedar bien». Es la lectura la que puede transformar estas palabras en algo con mayor trascendencia, pero en nuestro sistema cultural, el animal no se quiere trascendente, así que cualquier lectura benigna termina por desanimalizarlo. Podríamos decir que el problema es sobre todo ideológico, mas también es de lenguaje.

Me gustaría escribir una novela para perros. La frase es absurda, incluso un perro se reiría de ella si lograra comprenderla. Una novela para perros, sería una novela forzosamente del autor ¿no? pues un perro no puede desear una novela de ningún tipo, solo un hombre puede quererla. Aunque por supuesto, una bestia puede gozar un objeto, puede apreciar una actitud que se tiene para con él. ¿Puede apreciar una actitud literaria? ¿aprecia el perro que uno le ponga nombre?

Dado que somos incapaces de lidear con las bestias en un plano abstracto, las volvemos directamente al plano sensible. Ellas son todo sentimiento, todo sufrir. Sufrir en realidad es una manera moderada de sentir. Esto hace de las bestias víctimas privilegiadas, o mejor dicho, esponjas que se llenan con todo aquello que les llega. Receptores puros. No lectores (que presumiblemente seríamos nosotros)

El hombre adulto es un animal obtuso que desea por fuerza no cambiar, pero la capacidad de variación de una bestia suele ser enorme. Se le podría reprochar a un hombre tener una mascota o un animal en cautiverio, porque habrá de tomar todo tipo de decisiones fundamentales en su nombre, y efectivamente dictar el caracter de su vida. En realidad hacemos también esto con los infantes, que también suelen tener un carácter receptivo mucho más alto y depender muchísimo menos de la argumentación. En cierta medida, al aprender del animal, aprendemos del hombre (que es un niño).

Una novela de perros sería probablemente insabora para los hombres, una suerte de tortura contínua, de colecciones sensoriales y ausente de fines que lo designen todo. Me gustaría poder leer como un ave, y tratar de figurar el valor de las cosas por cómo se sienten y no por el colorido de sus palabras o sus especulaciones. No habría, tal vez, personajes.

Proust, es considerablemente más animal que Shakespeare, por extraño que parezca -si han leído Proust, tal vez no sientan sino la increíble maraña argumental que precisamente deploro en lo arriba escrito-. Marcel de cierto modo trata de atravesar esta selva de argumentos imposibles, de carácteres imposibles, con una voluntad que acaso se querría reduccionista si se tratase de un propósito humano. Su propósito -y usted puede diferir de mi opinión- tiene algo de sobrehumano, es sensiblemente animal.

Entiendo que encontraremos al animal implícito en nuestros libros, como algo más que humano, cuando la vida del hombre no se nos reduzca a su caracter argumental. Deben haber muchos más pasos para este fin, lo presiento. Igual vale la pena recorrerlos.

Homo ludus

7 Sep

Jugar es una de esas misteriosas actividades que cuando dominan nuestro tiempo, pueden llegar a interrogarnos. En ese sentido, el juego es como el arte, pareciera estar más allá de los simplísticos sistemas de utilidad que hemos divisado para ganar salarios. El misterio, vale aclarar, va más allá de un simple desorden utilitario, se nos muestra como problema fundamental.

Los animales que podemos comprender, se dedican al juego durante sus primeros años. Uno puede observar esta necesidad de entretenimiento en el cachorro o en los delfines que se persiguen plácidamente. Este juego no está excento de violencia. Casualmente puede introducirse a la actividad un animal extranjero, un ratón que se deje escapar con el afán de perseguirlo y masacrarlo, un cucaracho rebotando agónizante. Estos juegos tan brutales pueden develar cierta óptica que los volvería una suerte de entrenamiento: a través de ello se aprende la caza, se entienden las propias limitaciones, se fomenta el trabajo en equipo. Mas otra óptica entendería lo contrario: la caza es un juego que permite la supervivencia, en su esencia ya se encuentra toda la dimensión lúdica que buscamos, y su caracter de salvación es meramente incidental.

La segunda teoría sin duda puede parecer un engaño de pensador, mas no lo es tanto. Recordamos que la evolución sugiere una adaptación casual, una suerte de desarrollo de características indepente a los sistemas donde se produce, que solo perdura por su éxito sucesivo. La biología no mejora, solo cambia. Del mismo modo, puede que el juego mismo sea visto como una adaptación sumamente exitosa en el sistema biológico, pues el animal que entraba en combate «de mentiritas», terminó por ser efectivamente mejor en combate, y gracias a esto sobrevivió. Lo que sugiere que la relación entre la caza y los juegos es puro post-revisionismo, una incomprehensión del fenómeno observado. El juego, antecede su función, es algo real antes de algo explicable.

Para decir que buscarle razones al juego humano va a ser algo más o menos futil. No hay un razonamiento sencillo y elegante que vaya a justificar el juego, lo cual seguro privará a algunas personas de ese blando placer. Pero el juego existe, es observado y se desarrolla, lo que nos permite divisar en él una suerte de órden subyacente, reconocerle una estética. Ya luego podemos discutir si la ética y la estética del juego son acaso lo mismo, en sí esto no debería confundir nuestro análisis.

Los juegos son una familia de actividades bastante rica, por lo que generalizar sus características es problemático. Como en el arte, hay juegos performativos, y perfectivos, juegos físicos y mentales. El gozo de los juegos es mayoritariamente estético, sufre del complejo matemático en donde resolver un problema conlleva cierto placer. Así podríamos definir truncamente los juegos: resolver sucesiones de problemas buscando un goce abstracto. Dicha reducción nuevamente engaña a nuestro ojo contemplando demasiado la solución y no al juego en sí.

Yo sospecho que cada forma de arte tiene por fuerza un valor performativo que la define: un retrato es un objeto terminado, mas el arte de la pintura aparece solo mientras alguien juzga y aprecia dicho retrato. No abría pues un arte puramente perfectivo. Me parece que en los juegos dicho juicio no es menos certero, esta serie de acciones performantes estarían al centro de dicha acción, no diríamos pues tanto juego como jugar donde este conjunto de acciones tendrían todo el valor lúdico performativo necesario para nuestro goce. Por tal motivo «jugar en serio», o sea, imitar la acción del juego sin valor lúdico, no es técnicamente jugar. La caza sería un juego o un trabajo -o un juego-trabajo pero no un trabajo-juego-.

Dado que la definición de juego es tan libre como se puede llegar hacer entre la actividad humana, tal vez podríamos medirlo por su consecuencia: el entretenimiento. Creo que la belleza es consecuencia del arte, entiéndase de leer -donde leer es evaluar cualquier objeto de manera artística, es el valor performativo del arte, el movimiento que lo hace un movimiento dinámico y por lo tanto justifica su nombre de arte-, y que por ella podemos reconocer acaso a pequeños ratos, lo que un arte puede llegar a ser. El juego del mismo modo, viene de ese goce un poco distinto que yo llamaría ingenio, o más correctamente ingeniar un juego, disponerse a tener este gozo por medio de dicha actividad. Sería válido ingeniarse la vida cotidiana, como un cazador tiene su placer de derrotar a las bestias que caza con inusitada efectividad. La efectividad no sería la finalidad de este ingenio, pero se fomentaría como consecuencia del mismo al modo que la técnica artística crece con las miradas lectoras que cambian con el tiempo. Tal vez juego y arte son la misma cosa, lo cual encuentro probable. La diferencia entre los términos sería entonces futil.

El juego nos resulta más claro que el arte, como si resultase evidente su intrincada riqueza. La lectura debería ser como el juego, deberíamos tener esa conciencia de nuestra parte performativa en el hallazgo, de que no hay juego sin jugador. La promesa suena redentora desde que sugiere que el análogo directo de la lectura sería la diversión.

Que la canción…

11 Ago

Se necesitarían muchos blogs con muchos conocedores para siquiera comenzar a dar cuenta del fenómeno musical. No soy, en evidencia, ningún experto del tema, mas no descarto el interés de acercarse a él.

Vale la duda metafísica: ¿Por qué hablar de música en un blog esencialmente literario? Y es que tratamos cosas varias desde un punto de vista de lenguaje, algo que al menos tenemos la pretensión ed mantener por interés generalizado, ilusión de orden o gusto por la mentira. Es bastante falacioso creer que todo tiene que ver con el lenguaje, sin embargo, confesaré humildemente que el lenguaje hoy día es una forma privilegiada de interactuar por todo, si acaso por eso -y que el blog permite más fácilmente el transporte de este tipo de comunicación- mantendremos esto mismo medio como el predilecto.

**- La música puede o no tener «verdadero sentido», eso no lo haría más o menos válida, solo que ese sentido no se requiere para fundar la música como nuestra comprensión no se requiere para la existencia del universo -escapemos a esta charla metafísica-.

La música, si acaso, es similar a la literatura por el concepto ambiguo de arte. Uno puede discutir si el arte es un concepto real o una selección arbitraria de nuestro lenguaje, o si es un fenómeno de lenguaje en el sentido argumental del término; en este caso tales precisiones no nos interesan. ¿Por qué hablo del sistema «arte»? Me parece adecuado acaso emplearlo, no solo por su valor convencional -aceptamos sin reservas que la literatura o la música se digan artes, aunque el músico y el escritor no sean necesariamente artistas-, y también por su valor «literario».

Un texto es artístico más o menos al momento de perder su sentido de comunicar. Aplicar un valor exterior -estético*-, ya no nos importa tan solo lo dicho sino cómo es dicho. Claro, me dirán que esto va entrínsico en la semántica y que entonces, se trata de algo no artístico sino del lenguaje. Yo discutiría que la parte semántica actualmente puede concebirse como algo sicológico/estético. Y es que irse a definiciones estrictas en este caso vencería nuestro propósito, la idea se encuentra precisamente en ese estado de duda semántico, en donde el sentido literal no es el sentido literal. El arte lo conforma, aunque algo distinto al arte podría conformarlo.

Entonces, decíamos que la literatura y la música tienen esa noción de lo extra-comunicativo. Admitimos pues, que la música puede comunicar y que no hace, propiamente, solo comunicar un sentido. Pero entonces cometemos un error incierto, suponer que la música puede ser otra cosa que no-comunicar una sola cosa. Francamente, la noción suena imposible, la música no puede -contrario a algunas escuelas místico-poéticas-, tener un sentido propio. La música, propiamente, es un cierto tipo de ruido. El orden y el sentido son cosas distintas ¿no?

Si la música tuviese sentido propio, una célula animal tendría también uno. El fenómeno que se observa en la música es el órden, no necesariamente el sentido**. Aunque como la música se admite como producto explícito de una mente orgánica, se introduce un valor de creación, algo que le permite una fuerza comunicable. Se nos desvalija el concepto, se nos encomplica, cuando pensamos en esta noción de arte, creación y conjunción voluntaria. Sería que la música puede ser música solo en un ejercicio de libertad. Por supuesto, admitimos que la música animal es por fuerza también música, pues no se trata de algo menos voluntario, ni menos ordenado, ni menos potencialmente comunicatendiente. ¿Sería música pues el orden vocal entre las estrellas?

*- O si se quiere extético, una suerte de valor que media para diferenciar un objeto de sí mismo por un juicio exterioritendiente.

En fin, toda esta problemática que he montado artificialmente sobre la música, ya debe ilustrar mi propósito respecto a la literatura. La música no sería en ningún modo convencional. No diré que es natural, pues la sociedad humana en sí misma se explica por fuerza de la naturaleza y teorizar lo contrario es a la larga insostenible. Yo puedo hacer música para mí mismo, como una suerte de estado cero de la reflexión, antes incluso de desarrollarme un lenguaje que moldee mis ideas -sin duda, los animales pueden hacerlo-. ¿Es verdaderamente así de grande y especial la música que anteceda lo natural de la sociedad? ¿Estará entre los pocos y verdaderos valores individuales?

Y sin embargo la música podría ser vista como un lenguaje, hay una suerte de sistema al interior de esta que podría sostenerse de muchas maneras gramáticas muy coherentes; hay quien dice, sabrán ustedes, que la música es matemáticas -y la matemática es lenguaje-. Esta visión, mal empleada, solo hará que limitemos el arte sonoro, lo que en realidad debemos hacer, es mirar de tal manera para extender el lenguaje.

Si confiásemos en la argumentación aquí montada, se debería entender que la música es más que el arte, y anterior al arte. Probablemente -me permito dar el salto de fe- es como las cosas ocultas que crean al arte.

La ecología del sufrimiento

21 Jul

El pensamiento del hombre se ha ido volviendo abstracto con el paso del tiempo, no me refiero simplemente a una cuestión de pragmaterialismo, sino verdaderamente a las cuestiones de pensar y hablar. Estamos tan imbuídos en este negocio que probablemente concebimos lo abstracto como un análogo de la realidad, como si al discurso se le pudiera adherir una fidelidad de objeto que realmente afecte el mundo. En ciertos casos la diferencia es brutal y vale la pena señalarla, por ejemplo: La ecología es un discurso.

Hay muy poco o nada de concreto en lo que conocemos como ecología, incluso como muchas otras -ías (filosofía, geografía, biología), se tiene por un grupo de conceptos agrupados casi arbitrariamente, una suerte de cosmogonía del tamaño de un juego de gallina ciega. La ecología como muchas otras abstracciones, nos viene como de lo concreto, cual si respondiese a un fin común y exacto que cualquiera puede notar y practicar apenas con la menor predicación y una pizca de sentido común. Al aplicarse, la teoría queda corta y cierta actividad ecológica para determinados ortodoxos ecológicos, los que piensan que saben mejor y tienen razón, que a su vez serán criticados por tantos otros. La ecología si proviene de un punto de vista, y sí es parcial, no caigamos en desarraigos del siglo veinte dando a los discursos científicos u otros un valor de objetividad que simplemente no pueden tener.

Entonces, la ecología puede fácilmente clasificarse como una moda. Esto suena, me parece, despectivo. Yo discutiría que las modas se inclinan más al verdadero valor de la vida, su estado de volición y desaparición constante, por lo cual el término tiene un sentido halagador finalmente. Una moda posiblemente tenga más influencia en la vida promedio que una academia. El proceso no es individual: Sigue los caminos de nuestras más folclóricas tradiciones y ejemplifica una suerte de digestión que la totalidad de una sociedad intenta lograr por medio de la introducción de un discurso que se quiere nuevo, mas por su naturaleza -forzosamente convencional, al ser popular-, no se logra radicalizar y termina con la misma espontaneidad que empieza. Por supuesto, existen incontables ejemplos de «avances» sociales que han perdurado, en sí, la sociedad es demasiado perezosa para permanecer en un circuito de modas -que algunos llamarán revoluciones-, y consigue finalmente, una deformación causada por los impactos que le corresponden. Para decir que si la ecología es moda o no, lo importante es reconocer su carácter parcial, de nivel superficial en cuanto a argumentación verdadera y su adopción altamente sensible opuesta a una reflexión en sentido estricto.

Por supuesto, no vale la pena polemizar en si la ecología en sí es un esfuerzo inútil, francamente, al tan solo entrar en el circuito de la utilidad estamos de nuevo en un universo argumentado que ya se opone en un principio a la ecología. En mi opinión se puede extraer una útilidad de la ecología no por los méritos -especulativos- que conseguiremos a través de ella, sino por el camino recorrido para crearla. La ecología es un discurso que la sociedad intenta enunciar y que reside principalmente en los países industrializados, en ciertas capas intelectuales que dominan la argumentación y la razón, y que de algún modo han llegado a una conclusión vagamente popular. ¿Qué dicen ellos a través del discurso ecológico?

Lo que dicen es que extrañan el espacio físico, que la naturaleza probablemente no puede considerarse simplemente el escenario implícito de la actividad humana, vaya, que la existencia vital es fundamentalmente física y  que el circuito del racionalismo moderno ha en cierto modo, sacrificado el cuerpo en el mundo. La ecología va a exponer una vulnerabilidad que no es personal, ni siquiera experiencial, sino especulativa. Se presiente un malestar con respecto a esta existencia física denigrada y la sociedad en su conjunto trata de recuperar valores que refirieron a ella desde los tiempos inmemoriales.

Excepto, que la ecología es un formato imperfecto. Desde el punto de vista ecologista, la naturaleza es reducida a un espectro, a una simple víctima pasiva de los procesos humanos. Concebimos la naturaleza tan solo en su estado de sufrimiento, como triste receptor de sus castigos. No podemos darle un lugar en nuestros vidas de tal modo que actúe en nosotros; no es distinto a la manera en que tratamos a los animales y a los niños, con una condescendencia lingüística que los hace desvanecer de nuestro modo de pensar. Esto para decir, que en su proceso de tratar de recuperar la naturaleza, la ecología no hace sino perpetuar su desaparición. Es una constatación repetida de que matamos a la naturaleza y que nuestro cuerpo se ha perdido.

La ecología actual señala el sufrimiento, no lo repara.

La iniciativa es valiosa, revelando el malestar que la desaparición progresiva de nuestra corporalidad efectúa sobre la sique común de ciertas sociedades. Es un fenómeno aislado, si entiendo correctamente, las relaciones humanas con su cuerpo se ligan a cada cultura y nos sugieren otros discursos autoreflexivos, que parten de objetos igual de reales.

Siento que tal vez he cometido alguna injusticia contra la ecología, mas espero que algún lector interceda y corrija mis transgresiones, como un editor corregiría moralmente la estética de mis obras.

La misma variedad

16 Jun

Sin adentrarnos a la pregunta de la estética (qué es la estética), vamos a abordar con un mínimo de consciencia un análisis científico que a esta responde, y tratar de reflexionar exactamente sus alcances.

Empecemos por la evidencia: Cuando nos interrogamos por una definición de un hecho dado –en este caso la belleza-, se sobre entiende que tratamos de una entidad sensible que precede a la idea del discurso. La belleza no se define por la palabra, sino que el verbo trata de adaptarse a una realidad concreta, que es la belleza. En la medida que el empirismo se lo permite, la ciencia ha tratado de dar un mínimo de objetividad a lo que consideramos bello, no como una abstracción puramente racional, sino respondiendo a principios constructivos que los animales compartimos todos.

Los resultados de estos experimentos –cuestionables tal vez, en su ejecución empírica, mas válidos para nuestros propósitos argumentativos- proponen dos elementos principales dentro de lo que es bello. La estética natural remite entonces, a los principios de unidad y simetría.

Como verán, se trata de dos procesos mentales que sin duda muchos animales, si no todos, son capaces de realizar. La idea de la unidad implica un principio de abstracción mínimo, pretende que los objetos en el espacio no son un solo objeto aglutinante y multiforme, sino que puede dividirse en fracciones discretas que poseerán ellas mismas valores distintos. Esto se opone al panteísmo, que paradoxalmente propondría otra visión de la belleza. No quiero complicar innecesariamente el principio de unidad, básicamente trata de separar un objeto de los demás, y pensar este objeto como algo solo*.

El principio de la simetría o divisibilidad prácticamente se opone al anterior. Consiste en la capacidad de dividir un objeto de tal forma que dicha división responda a una realidad observable o experimentable, por ejemplo, conocemos ciertas frutas que son dulces y las agrupamos como tales pese a su diferencia. Recordemos el principio geométrico del eje de simetría, que al sobreponerse a un objeto geométrico, separándolo por el uso de una línea imaginaria, se divide en partes iguales. La ciencia sugiere que hallamos más bellos los rostros simétricos. La simetría pues, no responde simplemente a la capacidad de dividir, sino también a la misma aptitud de unir que hemos expresado el párrafo anterior, quiero decir, suponer al interior de un objeto un cierto orden perceptible, que representa la unidad interna de una característica o sensación. La simetría sería pues, esta estructura probable de los objetos cuando son divididos, separados e identificados como conceptos aparte.

*- La soledad es un sinónimo de segundo grado de la libertad, un estado libre sobreentiende un dejo de individualidad, la acción permitida discretamente en un tiempo, y por medio de esa variable de tiempo, la separación absoluta de un individuo múltiple para favorecer a un estado particular. El proceso de la unidad presupone una consciencia libre.

Aplicamos estos dos aspectos con toda libertad de abstracción. Los conceptos elevados como la justicia y la igualdad nos parecen hermosos pues son ordenados y a la vez sencillos. Es como imaginar un círculo imaginario sorprendido frente a nosotros, estas formas geométricas tan difíciles de acomodar en la realidad que sin embargo nuestro espíritu asimila de inmediato e irreflexivamente. Estamos programados para pensar así, y el pensamiento mismo, por su orden y su menoscabo, se nos figura hermoso.

Dentro de la abstracción que es el tiempo, empleamos la unidad y simetría, para asimilar otro concepto que embellece e idealiza las cosas de manera que nos resulta –en la escala sensorial- bien concreta. Me refiero naturalmente a la memoria. La experiencia individual idoliza o excecra determinada figura u objeto. Proust no escatima esfuerzos en recordarnos esta memoria/estética de la sensorialidad, la cual, si uno lo piensa, no deja de ser la simetría con un objeto del pasado, que se sobre pone a una nueva experiencia a modo de imitación o por lo menos de rima. El verso, que además de ser medida de discurso es necesariamente, marca de tiempo, funciona en esta variable.

Dije que el panteísmo admite estos mismos completos en otro registro de belleza, igualmente demostrable, mas con ambición más metafísica. Presumimos al suponer que todo objeto es un mismo objeto y que Dios está en la creación, una suerte de imitación constante. Todo es de la misma esencia transubstanciada, y al encontrar simetrías y separaciones, no hacemos sino expresar maneras de reconocer nuestra propia individualidad –imaginaria- dentro de los demás objetos. No cabe sorprenderse que la idea misma de identidad repose en criterios de la estética, pues finalmente se trata de un principio organizador y personal, el cual probablemente persigue un fin biológico bien concreto. Hay que saber cómo es uno para poder reproducirse con sus semejantes, ¿qué belleza más sencilla que encontrarse en el ser amado?

Resumir la belleza a estos simples conceptos es algo reductor, mas vale la pena tenerlo en mente. Algún arte vanguardista intentó atentar contra estos básicos principios y sin duda esto lo coloca en lo intragable para el superficial instinto que nos guía hacia lo hermoso. No bastaba más, la búsqueda de la belleza no puede buscarse en lo evidente, pues en lo evidente solo pueden hallarse cosas –nunca buscar-.

Como el totem

13 Jun

Uno de mis intereses al abordar la dualidad hombre-bestia es desmitificar la excepcionalidad del hombre.

Esto nos suena a un propósito arbitrario, desde que el trabajo de los autores trata más de mitificar –contemplar en la densa formulación de un lenguaje que se preste a la imaginación-, que de deshacer algunos mitos. No es tanto así. El lector es un desmitificador, alguien que trata de descubrir la riqueza del lenguaje como el científico la del universo, el lector hace la función desmitificadora sin permanecer inocente en el encanto simple de la palabra. Debe principalmente sentir esa diferencia. Como el escritor es primero y antes que nada, lector; por supuesto que parte de su tarea es borrar el mito.

A lo que me refiero con la excepcionalidad del hombre es en actuar dentro de la dualidad del universo donde existe lo natural y lo artificial, como si esta división fuera algo claro. Muchos argumentos se han armado para concretizar esta división, y no nos interesa. Quiero, por el momento, alzar la hipótesis contraria, de que cualquier animal que tomase el lugar dominante del hombre, sería esencialmente como él, en todas sus relaciones con la naturaleza.

En el dominio de lo artificial tenemos elementos como los nano-materiales, la literatura y los robots; entidades existentes en parte, por la relación dialógica que tenemos en el universo. No voy a suponer que esta relación es esencialmente lo que nos define como raza particular, simplemente señalo que la artificialidad existe de facto, ante todo como consecuencia histórica. Si uno se lo piensa sinceramente, todas las razas animales forman parte de la excepción, no hay dos organismos que por función o carácter sean exactamente iguales. El hombre se concentra en esta diferencia y la emplea dentro de sí, supone que está lo suyo –lo humano-, y lo otro. Este es un proceso dialógico bastante sencillo, y es probable que las razas animales ya lo conciban así –funciona entre otras cosas, para respetar las características sexuales de la propia raza, y reproducirse con los individuos correctos para la perpetuación de la especie, el yo y el otro, existen dentro de un discurso de doble sentido-.

Ya vislumbra el lector que la sicología releva de este descubrimiento del animal. Todos los juicios humanos parecerían partir de reacciones fundamentales que podemos referir a comportamientos animales –el placer, el dolor, el miedo-, en esa instancia, nada de lo que existimos corresponde al dominio de la razón. La razón funciona, para nosotros, como el símbolo que esconde esa relación muda, por medio de una función de lenguaje que nos relaciona con el universo. No hay un nosotros y un ellos distinto en el universo, si no es por un proceso de lenguaje. Para decir que los animales también tienen procesos de lenguaje muy sencillos, y que el idioma no nos formula de manera alguna, la excepcionalidad de este conocimiento.

Lo que llamamos sociedad, incluyendo construcciones como la ley y la moral –que podemos pensar artificios, aunque en realidad deberíamos decir representaciones, pues tienen esta relación simbólica entre el objeto real de nuestra sensación y la convicción verbal de mantenerlo-, están lejos de volvernos bestias excepcionales. La sociedad es inspirada por el instinto. Instinto e inspiración. Si se confunden en el silencio de nuestra naturaleza no verbal, es porque funcionan en un nivel similar. Lo que nos inspira es instintivo, en parte. El artista pues, responde a una necesidad animal particular, a una de comunicar y de transformar por medio del lenguaje, y a su vez, deducir cada proceso del universo. Una parte de la literatura viene de nuestra voluntad de saberlo todo, del conocimiento íntimo de lo que no se puede conocer.

Decía entonces que nuestras instituciones sociales son una forma de actividad animal, como son las abejas. Deleuze sugiere que la literatura es un devenir periférico, una distancia con el lenguaje dominante –el del varón humano, burgués-, que desea transformarse en otra cosa –mujer, animal-. Ahora, si bien Deleuze no se equivoca, me interroga particularmente si acaso pensaba justificar la presencia dominante del hombre en la literatura, contrario a la mujer –o al niño-. Yo justificaría este propósito remitiendo al animal, a la idea de que el varón humano cumple la función de seductor, lo que lo inclina –biológicamente, los perros también son presumidos-, a esta búsqueda de mostrarse de manera exhibicionista, por medio de la palabra. El varón tiende a ser más presumido, desde un carácter instintivo. La ambición de poder del hombre en las sociedades machistas, se explica en buena parte por la biología; el sicólogo no se aleja tampoco de estas relaciones.

Si extraemos al hombre y a la bestia de estas consideraciones excepcionales que hemos construido, de tratar de equivocarnos al enunciar “lo propio del hombre”, generamos dos temas nuevos de discurso –tres, más bien generamos tres-. Aquel del verdadero artificio, lo que el hombre no extrae del mundo, sino que trae al mundo; lo de lo propio animal y natural, de un poder que viene de asumir estas ideas combinadas y más ricas, no solo de lo que somos –animales-, sino de lo que podemos ser –animales dentro de su variedad-; para terminar suponiendo el tercer elemento –lo que no se encuentra en el discurso, lo que queda de lado, como el derecho de las herramientas-.

Stendhal y Derrida

6 Jun

Por mas que sé perfectamente que en vez de Stendhal esta entrada pretende tratar a Maquiavelo, mi cerebro fue tantas veces a Beyle que resolví colocarlo acá en este título, y es que no me sorprende esta relación con Italia, tan superficial como evidente que me lleva a pensar a estos dos -no hablo de Derrida-, donde mismo.

Y bueno, el seminario: Señalo de antemano que en este tercer seminario detendré mis atenciones inmediatas por mi reciente descubrimiento -tan afortunado como fortuito-, de que vence al propósito de mi blog extender demasiado un solo tema. Esto justificado, por supuesto, con que tuve que devolver a Derrida a la biblioteca. Dejemos esto último entre nosotros ¿quiere?

Trataré de un párrafo del tercer seminario sobre la bestia y el soberano, donde precisamente, Derrida no se equivoca confundiendo a Maquiavelo con Stendhal. El soberano, debe poder actuar como el león defenderse del lobo, pero debe también debe poder ser el zorro. La discusión, tan zoológica como se presta, se resume -en el contexto del príncipe-, a una medida de las fuerzas y la sutileza, de un punto medio entre la total bestialidad y la total humanidad -ese zorro, en una comparación con el hombre que se encuentra asuente, donde el homínido se sobre entiende pues siempre, en cualquiera de nuestros discursos, está sobre entendido-. Derrida va a analizar este estatuto particular que se sugiere para el zorro -léalo-, yo no iré por esa dirección.

Antes ya dijimos que el propósito de Derrida es construir una especie de zoantroteología, es decir, establecer la relación entre el sistema poder -dado por lo divino-, hombre y bestia. Aquí hemos jugado conceptos como la ley y el crímen, especialmente en lo referente al discurso. Derrida no analiza, o se abstiene por la duración del tercer seminario, una referencia que podemos entrar en el discurso mítico, que ya contiene a la bestia, al hombre y al Dios, más presentes acaso que la fabulación que el buen francés señala varias veces (la raison de plus fort est toujours la meilleure). La fábula sugiere una ley moral, una normativa social; el mito analógicamente la personifica.

La omisión es comprensible, Derrida habrá sencillamente supuesto que las sociedades precartesianas no asumen una división concreta entre soberanía y religión, y que en esta dualidad funcional no hay verdadero problema a develar. La sugerencia de Jacques es remitir a la actualidad de la soberanía, para lo cual no valdría la pena regresar a un pasado mitológico. ¿De donde supongo yo todas estas referencias al mito? Precisamente a lo que se obra en el párrafo de Maquiavelo: La transformación. No hablo de una Metamorfósis en el sentido de Ovidio, como una especie de momento mítico en sí, sino este cambio violento casi-mágico que es propio del sistema fantástico y dentro del cual no tiene ninguna especificidad sorprendente. La transformación obrada por Maquiavelo -por medio de la palabra, de la imagen-, se asemeja a la figura del trickster, de la figura malévola que tiene la capacidad de tomar formas animales alternativamente. El principe maquiavélico obra de la misma manera que esta figura del malévolo clásico, del que engaña, porque transformarse es en sí mismo una manera de engañar, de asumir esta identidad de anansi, que hace medianamente el bien y trae muchas veces el mal.

Maquiavelo pues, con su ejemplo, arrastra al soberano a la figura de lo sobrenatural, pues no es una bestia, pero se vuelve una. En el folclor, esta característica acompaña frecuentemente a la divinidad, y a su vez, como sugiere Derrida, dicha transformación permite que el soberano asuma esta forma excepcional, que supera todas las leyes que regirían su forma humana. Este proceso mágico, mas sobre todo de lenguaje, se contiene en toda la figuración fraguada por la palabra, en una lógica que viene de un discurso y en el cual la bestia es objeto siempre del discurso y se objetifica. Vico Gambatista dice que cuando el hombre genera la ciencia racional, gana un conocimiento de lenguaje del objeto tratado, mas cuando carece de este, construye al objeto tratado en sí mismo y de este modo, perceptiblemente, se acerca más a él. El soberano reproduce pues, a la bestia -y al criminal- en un concepto de figura como lenguaje, solo que al aproximarse a ellos racionalmente -por un proceso de lenguaje, una secuencia de definiciones-, no se transforma verdaderamente en ellos, sino dice transformarse; suprimiendo con ello, la verdad de la bestia por la que es representado.

Solo un hombre puede volverse zorro para volverse dios, el lenguaje y nuestra literatura lo confirma y lo sugiere. Construir sobre el lenguaje -evaluar por el lenguaje- ya suprime, tan solo por ser a aquellos que carecen de razón -palabra-, a fuerza de no ser fuerza -transporte real- la razón. Si un lado literalmente no puede tener razón, ¿cómo se le defiende?

De Freud y Derrida

4 Jun

Continuando con mi seudo-análisis de Derrida, quiero apuntar a otra constatación que se encuentra al final del seminario ya mencionado, aún en el libro La bête et le souverain, aunque desde la entrada anterior el tema ya fastidie. Mi renuencia continúa -y tal vez continuará, qué se yo-, pues la discusión amalgama la idea de plasmar un texto invisible y del niño que explica lo que vio en la escuela  cuando el papá le pregunta -piense esto si es de esos padres que exige rendir cuentas así-.

Al final del seminario en cuestión, Derrida nos recuerda las inspiraciones zooantropoteológicas que Freud toma al explicar sus teorías del sicoanálisis. No lo hace simplemente por el placer de lanzar una palabreja como zoaantropoteología -un hermoso logro en su contexto-, sino para introducir una conceptualización del austriaco que discute directamente el tema que nos atañe: Bestialidad y gobierno.

La cita, propone a Freud lanzando una hipótesis -suspendida, según Derrida-, sobre que los Estados Humanos no llevan a la felicidad, y los Estados Animales sí. Los segundos estarían detenidos, sin historia ni a venir, teniendo como fundamento de su estatismo -su estabilidad-, que existe un equilibrio relativo entre el mundo que los circunda y sus pulsiones. Freud propone que los estados humanos son inestables pues una pulsión y un líbido puede llegar, destruyendo nuestro status quo. No lo asegura el buen Freud, lo propone simplemente como reflexión posible.

No sé que hará Derrida con esto -pues no he leído el seminario siguiente para conservar bien presente mi reflexión no adulterada-, pero yo deconstruiré la propuesta de Sigmund con algunos conceptos míos*.

Freud va a decir que los animales han logrado su estatismo con el tiempo, y que los siglos no han hecho que el hombre constituya el suyo. Supone dos cosas probablemente falsas:  1) La sociedad humana se ha transformado sustancialmente y es inestable, 2) la sociedad animal se ha transformado.

La teoría de la evolución nos propone precisamente, que toda la relación entre los animales se reduce en algunos valores efectivos, completamente sometidos a la interferencia exterior. La adaptación de los animales a su ambiente es pues, una falacia, el animal no cambia para dominar el ambiente, sino que el animal continúa cambiando porque logró sobrevivir. Las interacciones animales son pues, todo menos estáticas, Freud tiene por desgracia una visión reducida de los fenómenos biológicos que no le permitieron juzgar correctamente la posición de interacciones biológicas que complejamente se han ido revelando a lo largo del siglo pasado. No lo sostengo contra él, simplemente lo constato.

¿Se diría que las sociedades animales son de todas maneras estáticas? De ninguna manera, el cambio y riesgo que ellas sufren es mucho mayor a cualquier «pulsión» que el hombre haya podido proponer hasta los más recientes tiempos, y sí, estoy incluyendo los catastrofismos y ecatombes eco-atómicas que el fin del siglo XX nos propuso. Simplemente es más probable que una raza cualesquiera de los animales se extinga y desaparezca. Hay que diferenciar una sociedad constante de una en riesgo de desaparición total, los animales están sometidos no solo a las intemperies tecnológicas del hombre, y a los trastornos ambientales, sino que también deben encarar las otras culturas animales que en un descuido pueden destruirlos. No hay nada de estático en esto, las sociedades animales se transforman con volación que supera por mucho a la nuestra.

*- Entendamos como esta forma de propiedad la presteza con la que los abordo al encontrarme en una discusión que pudiera incluirlos de punto de vista, muchos que por mi necedad forman parte recurrente de este blog.

Lo que Freud considera cambios, no son sino generaciones y engaños superficiales en las cúpulas del poder, que apenas son las muertes de algunos animales en un clan animal cualquiera. Falla en contemplar al animal completamente, porque en este sicoanálisis primitivo, aún se conserva mucho de la visión enajenante de ver al hombre-en-sí-mismo como una mirada interior, pasando por una inteligencia y experiencia que solo remitía a lo humano. El Estado Humano es estático y exitoso porque funciona dentro de un sistema enajenado, porque reduce al máximo su interacción con el ambiente, con los otros animales, y con la periferia, para lograr su estabilidad. Claro, estos son cambios en las consideraciones que podemos adaptar a nuestros Estados pero ni conciernen a toda la humanidad (la periferia no ha logrado enajenarse de sus opresores, su interacción con ellos es constante y violenta), ni provocan el cambio progresivo de los estados: Es una tecnología que busca mantener la situación actual.

Y finalmente, ese era el nicho analógico de la selección natural en los animales, tener la ilusión de sobrevivir exitosamente «permaneciendo». El susodicho Occidente, tampoco está «más adaptado», así no funciona, estas confusiones se le perdonan a Freud por su ausencia el siglo pasado. Nosotros ya debemos entender con una pizca de sentido común, y deducir que lo «exitoso» no es sino lo que destituye y aprovecha la muerte y precariedad de los otros. No hay adaptados, solo incidentales sobrevivientes.