Hay variantes de la literatura que sugieren que esta constituye un escapismo, aunque este a veces se presente como un valor positivo, o sin que la voluntad de reducción sea considerada por el enunciador, o por pura imitación. Veamos la frase: viajar con un libro. En ella se efectúa este desplazamiento, ¿de qué? pues del objeto del discurso -y, si uno es por demás romántico, o lírico, y se toma una que otra libertad, el desplazamiento del sujeto-, uno no se mueve con un libro, a menos que vaya en un tren*.
Por supuesto, la frase en sí se trata de una figuración, de una fantasía o más correctamente, de una analogía. Hay un transporte, presupuesto, del hombre en su memoria, del libro como memoria -a un momento ajena, a otro, propia-, la idea de que finalmente la experiencia física es mental y que el libro genera el estímulo análogo que haría el viaje. Pavadas. La implicación físico-mental es deplorable y lastimera, el desplazamiento físico es irremplazable pues la experiencia banal del viaje no es siquiera decible. Y sin embargo, no es ilegítimo decir que en cierto modo el libro si te hace viajar. En cierto modo.
La presunción de escapismo sugiere algo más «real», entiéndase, menos analógico y más consecuente -o en este caso inconsecuente, pues el escapismo sugiere ausencia**-. No se trata de analizar ese viaje platónico que es la lectura, que va a ningún sitio que existe, por medio de una narración que viaja en espacio y tiempo por espacios y tiempos que nunca fueron. Esa irrealidad no incumbe a quien juzga moralmente el escapismo, mas se halla íntimamente relacionado con él. Si no hay transformación y desconocimiento de lo concreto, si no está lo irreal, ¿por qué se eligiría este sitio literario o cualquier otro para el escape? (Ya sé, fuera de algunos reaccionarios quema-Potters o intransigentes, no se considera al libro un sitio privilegiado de amenaza a la actividad de simplemente «encarar la vida», por lo demás, los argumentos pueden, con sus debidas transformaciones, aplicarse a otros medios de distracción).
*- No conduzca leyendo.
Entonces se ha eternizado el mito de que en la inventiva está el escape, que este artificioso viaje debe despegarse de la realidad para constituir una amenaza al cotidiano de una persona. Independientemente por supuesto, de que sea imposible que el viaje no sea otra cosa sino un artificio, pero se presume que el evadido se halla en un acto de incomprensión o de irresponsabilidad. En este sistema podríamos decir que comportarse correctamente en el medio social es un deber. Voy a pensar que quienes adjudican a los géneros fantásticos o a los populares este mayor poder de encanto presumen que en ellos hay un elemento distractor, por cuyo medio es imposible ganar consciencia de la propia lectura. Pregunta legítima: ¿es esto cierto?
**- O más bien, la inconsecuencia se revela consecuencia, porque francamente en lo real y en lo dicho realista, se esperan seguimientos a las acciones. Entiendo que Chejov decía que se introdujeran a los cuentos elementos que fueran a ser usados, y esto de cierta forma exhibía la consecuencialidad de los textos. Baste decir que la realidad, por el contrario del realismo, es en gran parte banalidad, sensibilerías.
Si el escapismo es un afán de distracción, entonces puede adjudicarse un escapismo bastante real a la experiencia popular, finalmente los espectáculos como tales han sido siempre medios para obtener notoriedad o fama. Pero lo popular también es masivo, y no porque la acción de leer -por ejemplo- sea solitaria, quiere decir que sea más enajenante por esto mismo. Haciendo un apartado podríamos culpar a cierta tendencia moderna de seccionar los grupos populares para explotarlos económicamente de manera más flagrante. No sabría atinar, sin embargo, en si logran su objetivo hoy día, pues lo popular tampoco timbra como algo particularmente aislado. Mientras se discuta, y me parece también, que lo popular es más sencillo de hablar que el alto arte.
Hablando de un ejemplo notorio -si bien falso-, tenemos a Madame Bovary, lectora sin duda superficial y de gustos populares, cuya enajenación y escapismo engendran su propia pérdida. El bovarismo, ¿es del género fantástico? ¿es coincidencia que fuera la lectura del Quijote? Creo que la pregunta es doble. Por un lado está el asunto propio al género de la invención, magia o mundos alternativos, ficciones, mitologías y extensa recreación; no hay verdaderamente un género de fantasía, sino muchos y habrá que abordar esta parte del asunto separada. Por otro lado tenemos la voluntad y el testimonio que se da en el Quijote, la suposición de que el arte tiene incluso el poder de volvernos y desvolvernos nosotros mismos, que el arte además de viaje -o más que viaje- es transformador. Flaubert, menos místificoso, sobre entiende que la caída de su Emma, no es obra exclusiva de su afición al texto, sino de la enajenación propia del campo, de la pobreza de espiritu que para él se constituía en ese aislamiento.
Una cosa es constatable, la voluntad de escape, sea para los hidalgos o las campesinas, se encuentra antes que llegue la palabra. No hay que confundir el síntoma con la enfermedad.