Discutir de literatura, o de arte en general se vuelve frecuentemente falacioso. No me crean. Esto lo dije en nuestra primera entrada y lo reescribo ahora.
Tampoco intento reducir el valor de toda discusión dado que la palabra es reducida: El hombre decripta la palabra y concibe órdenes por su propia naturaleza, debe ser capaz de encontrar dichos órdenes e intuirlos sin limitarse a la literalidad de la forma verbal. Entiendo que en mis errores y complascencias se hallará para usted algún brillo de verdad, en eso fundamento mi ejercicio.
Ahora bien, también al principio dije que en la literatura el error no es error, o más bien, que errar propone un problema (¿cómo errar?). Pues para que exista algo malo necesitamos forzosamente un juicio de valor, que en este caso existe -podemos concebir literatura genuinamente mala-, mas no tiene una frontera fácil de definir. No sé si deberíamos ser particularmente estricto con esta frontera, que es imaginaria y puede demostrar ser inútil. No estoy convencido de que dividir los textos en alta literatura y literatura menor nos haga precisamente un servicio. Considerando esto, tal vez sea mejor condicionar la discusión y calcular la idea de error en un tema limitado.
Se dice que para escribir de barcos hay que saber su vocabulario, o sea, no cambiaremos babor por proa, ni mástil a la vela, ni tampoco juzgaremos la navegación sin el espacio intrínsico que le corresponde. La argumentación es coherente, antes de ser cierta. Entiendo que la existencia de un lenguaje propio sugiera cómo debe armarse un tema sobre barcos, mas suena verosímil escribir una obra maestra sin vocabulario técnico. Me parece en parte que en el ejemplo, literatura de barcos se utiliza como una suerte de término comodín, estilo «alta literatura», como estableciendo una definición de que para hablar de barcos hay que hablar así. En este caso tenemos nuestro tema, nuestro arquetipo «bueno», se arma una definición -digamos mejor un género– y de él se tira una suerte de constitución ley por ley, que se utilizará para juzgar las obras. Si ataca a la ley, se considera un error.
Intuitivamente, este tipo de errores no nos resulta necesariamente atróz, es verdad que puede ir contra nuestras expectativas y causarnos alguna incomodidad, mas por lo general, el arte no se supone siempre la altérnativa más cómoda al entretenimiento. Se presume que la obra romperá de manera excepcional las reglas genéricas, aunque dichas agresiones se consideren siempre excepcionales. Estamos tratando la obra como se trata al soberano dentro de los seminarios de Derrida, su característica es poseer la capacidad excepcional de superar a la ley, mas dicha capacidad debe presuponerse excepcional y ser ejercida raras ocasiones.
Por supuesto, como en el caso del soberano, todo parece depender del móbil detrás de dicho error. La literatura, que se sueña un arte dedicada del detalle, deplora las omisiones, las inexactitudes y la contradicción. Desea creer -nos desea hacer creer- que dado suficiente tiempo, el genio del autor cubrirá cualquier abismo y que en todo caso, el riesgo de equivocarse no vale en el papel en que uno escribe. No carecen de celebridad los muchos errores que pueblan el Quijote de Cervantes, estos llaman de atención más de lo que algunos flojos capítulos logran. El error literario, antes incluso de ser error, se supone eso: Notorio. Los rebuscadísimos errores de referencias son juguete de los académicos, el error que se nos hace un agravio es aquel desafiador de la lógica interna, desintegrador de lo que en cierta forma construye la obra en su argumento.
Aquí irrumpe el móbil de la voluntad, la idea de que un error puede ser menor si el autor lo quiso. Discutiblemente un error puede no ser, si el autor lo emplea como debe. Pues si bien, hay errores menos elegantes que la transgresión a un género, la categoría de error sigue existiendo dentro de cierto grado involuntario. No todo error es una afrenta estética ni tampoco cualquier voluntad funciona dentro del sistema escrito. ¿Qué lugar tiene una falta de cualquier estilo cuándo sabemos que el lector -principal protagonista del arte escrito- no lo obra? ¿No existen ya célebres errores de lectura?
Si problematizo tanto el error literario, es precisamente por su inevitabilidad, por lo que me permito decir de antemano que todos mis propósitos conllevan alguna falta o mentira. Quiero llevar el sistema más lejos incluso que la simple imposibilidad del lenguaje de hacer un propósito perfecto. El error va más allá. Equivocarse es lo que hace crecer al hombre, su mejor garantía de éxito y la importancia de cada generación que nace. Si no hay error, nada es completo, pues mientras que lo correcto solo puede ser posible, el error es ambos: Posible e imposible. No sin dejar ser siempre posible de algún modo.
Equivocarse correctamente es la perfección. En literatura intrigan más los escritores que pueden equivocarse que aquellos que personifican simplemente lo correcto.