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Desencadenado

22 Ene

La última película de Tarantino es una película defectuosa.

El concepto mismo de defecto es bastante importante para nuestra concepción del arte, no es, me parece, ajeno de todo al principio de perfección que hoy día conoce tantos desertores por ser desengaño de ilusiones -literalmente- sin fin. Al decir defecto quiero hablar de algo efectivamente malo, no de la piedad virtual que se le concede a lo parcial, estoy hablando de una desfiguración, un problema estético. El argumento de que las películas de Tarantino siempre tienen defectos es válido, sin embargo no contiene la reflexión que busco defender.

Me ha gustado Django Unchained, contiene a mi parecer exactamente lo que se espera de una película del autor en cuestión, con uno o dos detalles históricos -por llamarlos de algún modo-, que se añaden a la consagrada fórmula. Tarantino es un cinéfilo que revisita sus propias obras favoritas, hallarlo en un western es algo esperado y al mismo tiempo tenso. Porque apropiarse de un género tan multifascético y tan cercano a la cultura del autor es engañoso, todo es western en los westerns y a la vez nada lo es. Parte del dilema podría venir tal vez de un desengaño en pos de tal expectativa, mas creo que hay argumentos de otro género que podemos sostener.

Mi crítica mayor, la que casi me ofende al punto de motivar esta entrada, es el ritmo de la película. Es un ritmo que se pierde por momentos, variando entre escénas excelentes y momentos genéricos en el sentido más vago de la palabra. A la mitad del film hay un abismo de exposición ininterrumpida, y la historia carece de una buena chute. Hay un delirio de exceso y de venganza en las escenas de violencia de Tarantino, es un placer primeramente estético, cuenta bastante la coreografía, el órden del diálogo, la tensión propia a la escena. Por lo general el estilo característico de este director se manifiesta en explotar este sistema de manera muy inteligente, hallamos dos bastante buenas incluso en este film. La confrontación entre el personaje de Di Caprio y de Cristoph Waltz es excelente.

Pero de en un movimiento poco característico de su parte, Tarantino economiza la tensión en un número de escenas. Primero presenta la tortura sufrida por Django y su mujer de la parte de los hermanos criminales, luego los confronta y aniquila. En este momento, el espectador ya sabe exactamente que es lo que va a suceder, toda duda levantada al conocer la naturaleza de la relación entre los personajes. Porque Tarantino escribe un entretenimiento popular, y en realidad uno conoce más o menos siempre lo que sucederá, pero la ausencia de detalles presenta un fondo de tensión que sencillamente mejora las escenas. Cuando los personajes de de Samuel L. Jackson y el de Di Caprio se entrevistan en privado, uno desconoce exactamente la relación entre ambos, y esto es parte del placer de ver las cosas evidentes desencadenarse.

Excepcionalmente, la película también carece de personajes femeninos de monta. Tarantino históricamente es del género a prestar roles importantes a las mujeres aunque el contexto histórico no los facilite, viene de sus raíces de artista popular. En Django los personajes femeninos son típicos y son casi una comodidad en una historia que se sirve del argumento de «salvar a la chica». Y Tarantino tiene un gusto por las historias relativamente simples, pero compensa estas carencias por lo general en el uso de elipses que economizan espacio narrativo y presentan oportunidades de exposición menos simplistas. Aquí uno se interroga si el director no ha llegado a depender de esas elipses para completar un estilo narrativo que de otra forma se halla trunco.

El verdadero climax de la película sucede varias escenas antes del final en el que Django se enfrenta a muchos sirvientes de la estancia en una bien coreografiado y largo tiroteo. El estilo de Tarantino en muchas ocasiones se contenta de la violencia casi instantánea y confusa, de los típicos stand off donde se pone en duda el resultado final del enfrentamiento. Por lo general la tensión de estos conflictos se magnifica con una discusión anterior durante la que uno espera -previsiblemente- que todo explote. Son excepcionales escenas como este tiroteo que verdaderamente están sacadas de una película de acción, que tienen un homenaje a dicha estética en su exceso, en su duración literal. Las hay en otros filmes del director, esta está bien realizada. El asunto es que los tiroteos consecuentes quedan tan pequeños contra este que podrían condensarse en un epílogo, son innecesarios del punto de vista narrativo, nada pasa, Django los mata a todos -sabemos que lo hará, mas se espera que pase algo-. Justo antes de acabar con la estirpe de sus enemigos y arrasar con sus últimos antagonistas Django pasa por una casa llena de personajes menores y simplemente los masacra, sin diálogo, sin resistencia. Es una violencia gratuita que pudieramos haber aceptado en retrospectiva, complementando otra cosa y no como una simple fuente de cameos o en el afán de completud. Cambia el ritmo habitual del director, pero lo cambia para mal.

Ahora tal vez entienden por qué mi argumento respecto a esta película son sus defectos, no se trata de una mala película, es sencillamente que erra en el lado de la pereza, de cosas que se han logrado tantas veces antes que ya hoy día ni cuestionamos el orígen de su magia, y cuya presencia no solo se justifica sino se exige. Muchas veces la narración es economía, y los defectos aquí compilados solo muestran como una falta de esta puede verse como una dificultad, o incluso una pereza.

Por suerte soy de los afortunados que pueden haber disfrutado el film por sus cameos azarosos, la presencia de los Tamblyn definitivamente me dio gusto como espectador nicho al su presencia podía dirigirse. Acaso por esto quisiera poder decir que no hallé mayor defecto en este film, y que nada en su constitución me molestó. Seguro mis quejas vienen de un respeto casi sintomático al director que me agrada lo suficiente como para que parte de mi lo considere encima de estas mundanas perezas.

Quien quite y el señor nomás se está haciendo viejo o intenta otra cosa, ambas cosas me parecen dignas razones para decepcionar y errar sin desvirtuar al susodicho.

Critica emocional

12 Sep

Cuando uno se mete a analizar toma prestadas herramientas que no son propias al pensamiento crítico. Podría admitirse que hay una genealogía de las ideas y de las estéticas que no se presta a justificar que cualquier diferencia que pueda atribuirse a un arte se considere un elemento crítico. Y bueno, entrando en distinciones y genealogías en realidad uno no sale, pero me parece que la distinción es un paso adecuado para aclarar la posición del arte popular en medio de lo que el análisis considera.

Una definición que he usado de vez en cuando es que el arte popular es aquel que no requiere sostenerse frente a la crítica. La idea está sacada de un razonamiento del-huevo-y-de-la-gallina, porque no es el arte popular quien es incapaz de ajustarse a la crítica, sino que la crítica se inventó para desestimar el arte popular. Lo popular es casi intuitivamente, lo no intelectual, lo que si se sostiene, debe pasar por unas intuiciones y sensaciones que van ajenas al razonamiento excesivo y a las justificaciones argumentativas. Se puede argumentar por qué nos gusta lo popular, pero será un a posteriori, lo que en realidad nos gusta es algo experimentado e indecible.

Cualquier expresión popular puede estar bañadas de elementos propicios a la crítica, pues de hecho, ser popular no es una naturaleza que excluya la obra de arte genuina y de alto valor. Si hay algún valor estético que se maneje en academias y discusiones filológicas que verdaderamente se pueda oponer a lo popular será seguramente lo experimental. El experimento es aquello que rehuye a los géneros como la sombra se escapa de la luz, y lo popular en general abraza y desarrolla sus características genéricas para volverse accesible a un lector/espectador mínimamente educado. El culto a la novedad ha hecho que se desprecie mucho esta naturaleza genérica, pero si todo está hecho de antemano, resulta una queja vacía.

Y decía: hay cosas que la crítica toma prestada y no son del razonador sino del sentimental. La parte de la crítica que podemos aplicar prestamente al juzgar a un entretenimiento popular no es verdaderamente lo propio del pensamiento crítico, sino una estructura ajena que tomamos prestados para evaluar ciertos juicios y formular nuevas categorías. Muchos pensamientos han sido anteriores a la crítica moderna, y su uso debe ser entendido como un préstamo del nuevo crítico y no como un ejercicio estéril fuera de la práctica de este. Por ejemplo, el análisis narrativo no tiene nada que pedir a la crítica: la narración ha estado allí más o menos siempre, sin enredarnos en el pensamiento elevado.

Recordaremos además el gesto de Esquilo, que introdujo un segundo actor. Explico la referencia casi-mítica: el teatro antiguo constaba de un actor que representaba una pieza y todos los personajes de esta, Esquilo mete en escena un segundo actor para representar varios roles. Aquí nace el teatro moderno para los griegos. Lo que nos interesa a nosotros es la proximidad del arte narrativo por excelencia -contar cuentos-, y el arte teatral propiamente dicho. Una actuación cualquiera es un gesto de narración, y por lo tanto al efectuar una crítica cinematográfica que se focalice sobre los actores o los ritmos de narración, no estamos utilizando gestos propios del pensamiento crítico, sino antiguas tradiciones prehistóricas de toda civilización humana. Actuar es narrar simplemente, la mayoría de la comunicación humana, según dicen algunos antropólogos, no pasa por la palabra sino los gestos, silencios y demás expresiones que la presencia directa permite y que la esterilidad de un texto es incapaz de comunicar en sí misma. Narrar y actuar preceden al tiempo crítico, son de una genialidad convencional y popular, los teatros de variedades muchas veces requirieron los actores más versátiles y dotados, mientras que las películas alternativas pueden conformarse con actores menos dotados -compensarán, se supone, con elementos de tipos distintos pertenecientes a una estética de la tradición fílmica u otros-.

Ligar la narración y el actor -en tanto que personaje-, con el arte popular no podría ser una tarea más sencilla. Ambas características reconocen géneros ampliamente establecidos, personajes como la enamorada, el villano o el viejo sabio, narraciones como el amor prohibido, la misión del héroe o el misterio que se debe resolver. Estas herramientas, que no son propias a la crítica resultan propias y adecuadas para juzgar la valía del arte popular, y pueden aplicarse a este. Hay que mediar entre ellas el humor, que tergiversa también las corrientes estéticas, pues una belleza graciosa y una que se toma demasiado en serio son de una diferencia rotunda.

Nos vemos en otra ocasión.

La ruina de Woody

7 Ago

Vengo saliendo de la proyección de una película de Woody Allen y me burbujean algunos comentarios. No sé exactamente que tipo de novedad o mérito puede tener su servidor para discutir no solo de cine, sino también de un director que tengo tan abandonado como este señor, lo más cierto es que por este lado o por otro, mi opinión no le interesa, lector. Me obligo siempre a añadir alguna reflexión que puede ser de valor para los distraídos o los solitarios, como les vaya conveniendo.

Primeramente, señalar que este comentario es algo metatextual, Woody Allen se ha prestado a varios escenarios, aparentemente con cierta afición a las ciudades europeas más eminentes de la cultura popular. Tenemos una en Barcelona, otra en Paris y recientemente, también en Roma. Me avocaré a esta última que es la que de cierto modo me ha gustado, aunque haré un par de paralelos con Midnight in Paris, en parte para señalar aciertos y desencuentros entre ambas obras. Chútense de perdido la romana si quieren entender un pelo de lo que estoy por argumentar.

No he agotado el catálogo de películas de Allen, pero lo poco que he visto no me ha gustado. Vamos aclarando esto. Las he disfrutado y convengo que son piezas mayoritariamente de entretenimiento, en esto ya variando la calidad de cómo están logradas. Triunfan un poco por el lado irreverente y caen más bien cierta simpleza narrativa. Si uno ve suficientes películas, al principio de cada escena sabe exactamente que va a pasar al final. Woody es popular hasta la médula, en este sentido. Me parece sin embargo que en la mayoría de los casos la irreverencia no convence al ingenio, y siendo francos si hay un atractivo en ver a este director en lugar de a muchos otros de los que dirigen comedias románticas, es para alcanzar ciertos momentos de ilusión cinematográfica. En esos donde la película se reconoce como una pieza fundamental, cuando descubrimos una historia que hemos conocido siempre. The Bop Decameron me ha parecido atinada en este sentido, por respetar vagamente el sentido del decameron.

Gracias a que modula varias historias simultáneas, la narrativa sencilla y conocida del cine popular clásico gana cierto dinamismo. No es vano que mucho del cine moderno se dedique a contar «varias historias», este tipo de narración ha probado ser entretenida desde que los cuentistas la comenzaron a prodigar en la prehistoria. La calidad de las partes es diversa, y la que nos concierne es la actuada por Alec Baldwin que concierne a un hombre que recuerda un amor de juventud.

Bueno, no, esto comienza de un modo muchísimo más literario. El hombre comienza a vagar por Roma, o la ciudad eterna, como apropiadamente le dicen en el film mismo, llena de ruinas, y nos va a contar la historia pues, de un amor ruina. Esto es el asunto y la columna vertebral de la película aunque el tiempo de film se pase en las otras. Se encuentra en la esquina de un cruce donde vivió hace tiempo con un joven, que lo reconoce y lo interpela. Intuímos en este momento que se trata de él mismo en su juventud -aunque la escena lo borra y progresivamente esto se hace más evidente, en realidad desde que se encuentran los personajes salta a evidencia algún parentezco-. Como envueltos en un destino que ambos quisieran evitarse, terminan por compartir juntos lo que en apariencia serán los días consiguientes. El viejo más sabio presencia y comienza la fatídica relación. Hasta aquí lo que nos importa del contexto.

Esta idea de una coincidencia temporal me recordó un poco a la escena de viaje en el tiempo de Midnight in Paris (el plano es diagonal, como un cruce), probablemente es una referencia fílmica que ignoro, aunque a mí me recordó a Borges y yo, un poco por la insegura interacción de los personajes al principio. Digno de la referencia borgiana, todo se vuelve un juego metatextual, donde el viejo mayor presencia, predice y explica la forma en que el joven se va enamorando. Pero para el espectador, está describiendo la «puesta en escena», del enamoramiento, refiriendo a diálogos y apariencias, deshilando el recuerdo precisamente en su ficcionalidad. Entonces vemos a Woody Allen burlándose de los clichés, de que un personaje para lucir erudito solo tiene que hacer una frase en referencia a tal o cual poeta, que una breve mención pasa por un intelectualismo trunco, un juego de seducción del intelecto genuino. Recuerdo al mismo Woody Allen mostrado a Paris lleno de escritores famosos de Estados Unidos, tirados generosamente como referencias sin gran profundidad -la obra de los autores se mantiene ausente de estos encuentros, como si se tratase de superficiales referencias cuales las tratadas en Bop-. Es verdaderamente el maestro analizando su método, un momento de sinceridad que me parece, consigue hacer que el filme esté mejor logrado.

¿Habría que decir que Woody es una ruina del que fue? No concibo comentar esto sin algún pensamiento de fondo, así que lo dejaré en el aire. Disfruté sin duda la visita.

 

Ruido de fondo

15 Abr

Estoy viendo Titanic en la televisión, que supongo tiene que ver con el hecho de que están lanzando una versión en 3D para el cine. Ya con esta línea podemos desvariar suficientemente para rellenas esta entrada, primeramente aventurando juegos con la palabra 3D y su extraño uso al referirse a las imágenes de cine o televisión, podríamos luego inclinarnos por una valoración estética de la 3D y hacer un argumento enteramente extraño sobre los valores de la imagen y de la ilusión de realidad; naturalmente, ello derivaría en la revelación de otra evidencia: la sorpresa que representa la imagen compuesta por medio de nuestros órganos sensoriales, encontrada siempre con la concepción que nos hacemos de la misma. Quiero pensar naturalmente que se podría deliberar con la misma facilidad el uso del símbolo 3 de este nombre, o la liberalidad de la inicial empleada en el sufijo, que mejor dicho elaboraría una palabra compuesta, muy rápidamente expresada, y luego tendríamos quizás una reflexión sobre el símbolo, que podría volverse uno amalgamando apenas la tinta, conectando al estilo manuscrito -o por medios más artificiosos- las señales distintas que identificamos al conformar esta palabra -extendiendo por la misma acción el gesto «palabra» a una complejidad que puede sobrepasar algunas definiciones que pecan por su sencillez-. Y esto, lo evitaremos por el momento, habrá un poco de legitimidad que pueda tirarse de dichas discusiones, pero son más coloridas y efímeras que verdaderamente seductoras.

Podemos igualmente abordar uno de los muchos temas que se prestan a la televisión, y es que no me es tampoco cotidiano chutarme películas que no me gustan en un aparato que para empezar no utilizo mucho. Hay televisión en mi casa porque muchas personas se deshacen de sus aparatos en mudanzas, cambios de tecnología o simples caprichos. Ayuda también que los abonos de teléfono vengan con señal televisiva incluída. En fin, esta tendencia de poner un filme cualesquiera, o como dicte la programación*

*- Que sería otro punto legítimo de contención, tratar de resolver esa interrogante de por qué Titanic, y por qué entonces, y cuál es la respuesta de la televisión frente a la oferta cinematográfica, ese tipo de cosas que nos pueden llevar a todo un juego genérico o geopolítico dependiendo de cómo nos coloquemos, desde que admitimos la televisión como medio que es a la vez masivo y de comunicación, suponiendo además que hace dinero, sin llegar a abordar al patrocinador eventual de la peli que estaba por azar -para mí- en el aparato, que finalmente he olvidado y solo me quedará algo de subconsciente -si bien en Francia se interrumpe mucho menos con comerciales que en América cuando se proyectan películas**.

**- Lo que me recuerda viendo cadenas venezolanas la extraña manera de promocionar el gobierno por medio de la publicidad, no tratando de mezclarme políticamente en asuntos que fácilmente derivan de estos detalles, sino realmente remito a la evaluación estética, un poco extraña y tendenciosa -algo documental- de estos pasajes televisados, pues si no me equivoco hay algo de metatextual en la platitud derivada de los pocos recursos de la comunicación estatal, algo a lo que la vistosidad de la publicidad privada nos ha quitado la costumbre. Es parecido a comparar la letra de una mala canción pop y la lista al dorso de la caja de un farmacéutico.

, estado en el que se reduce la comunicación a un simple ruido de fondo, que sirve una función extraña en una sociedad tan alienada que el silencio produce un determinado estrés, o yo diría, que nos reduce -poniéndose sicologueros- a un estado de infancia en el que oir el ruido de quien sea -nuestra madre, a la distancia, por allá- es consolador. Ya estamos entonces en un estado de consiencia, medio despiertos, en lo que podría considerarse un trance, y entonces nos deslizamos por lo que sería una relectura de manera forzosamente renovada, aunque a nosotros nos parezca todo lo contrario y se nos pase como si nada. No creo que hablar del simple ruido sea necesariamente a nuestra ventaja, habría tal vez que explorar una tercera opción.

Titanic. No he reseñado, ni creo nunca verdaderamente reseñar una obra de este estilo. No me gusta -por algo será ¿no?-, tal vez porque cuando logra ser conmovedora me da pena. Es un tipo de sensación que de alguna forma opongo moralmente a la piedad, y tal vez lo asimilo a la lástima o mejor dicho a una emoción falsa, a aquella que solo se produce hacia las entidades ficticias, que uno resiente hacia ellas y les dirige, como reconocimiento de que en su irrealidad no pueden ofenderse de dicha imposición. Una ficción podría producirnos emociones reales, pero me parece que las emociones que solo provienen de la ficción se asemejan más a la mentira, al artificio, o mejor dicho a la lectura forzosamente genérica de un objeto, a la reducción y masticación de dicho objeto para que quepa en la cajita que es la conmoderación, o cómo se diga, pero no alcanza el estado de genuina compasión pues es un juego. Y deciá que genéricamente Titanic podría ser una comedia romántica, pero que no de realmente risa -no que la mayoría de estas te tiren al suelo torcido por las carcajadas-, con una narración dispar y fantasiosa, en atributos técnicos que en una obra adjetivada igual podrían pasar por experimentales e interesantes pero que en esta iteración son más bien pobres. No que la comedia romántica sea un género indigno, o menor, o que haga de Titanic un mal film -sería un feo prejuicio para la peli, el género comedia romántica e incluso para la continuidad generalizada de la calidad fílmica que no está definida por mis propios gustos, pues no descarto la calidad del film, solo me aburre-. Pero no sé, igual y esto tampoco es muy interesante. Igual y no discutimos mejor de nada.

Hey Chico

1 Abr

Ya puedo considerar este sitio oficialmente un blog después de una cantidad arbitrariamente larga de días sin dar noticias. Podemos suponer que tengo otras cosas que hacer ¿no? Bien, supongamos eso.

En fin, quiero hablarles de una historieta, creo que es la tercera que revisamos cronológicamente, y pertenecerá a otro de los géneros mayores, a suerte de primer ejemplo, en lo que a este medio se refiere. Antes hemos visto la tira y el manga, hoy suena razonable darle una mirada a un comic.

La conotación de la palabra dentro de el mercado de masas es tan negativa que se concibió un término neutro para apelar a la seriedad de la empresa con que la obra en cuestión se produce, me refiero al término de la novela gráfica. Cabría dignificar esta extraña elección de palabras con un análisis puntual, pero lo dejaré para otra ocasión. En este caso no voy a tratar una obra que pueda voluntariamente caer en el área gris de las dichas «novelas gráficas», sino a una serie hecha y derecha, que también pertenece a uno de los más famosos autores independientes que los comics gringos tienen hoy en día. Me refiero naturalmente a Hellboy de Mignola.

Sería extraño que uno fuese lector ávido de comics y que no se hubiese topado con esta serie, que ha sido alabada y que continúa aún hoy día produciendo nuevas historias. Un elemento fundamental del genero comic es esta fuga hacia adelante, este avance indeterminado que desarrolla nuevas historias inconexas con autores y situaciones cambiantes, expandiendo lo que se conoce como «canon» y que es una parte importante del atractivo que muchos lectores ven en este tipo de serie. Tal vez hay que aclarar antes que nada, para los no lectores de historietas, que no se trata de una serie estúpida. Efectivamente, es entretenimiento, pero la calidad de escritura e imagen no deja caber en duda el caracter artístico de la historia. Incidentalmente Mignola debuta su carrera como dibujante, con un estilo característico muy adaptado al noir, que le da una estética bastante notoria a sus dibujos. Acompañado con tintas sólidas y trazos sencillos, hay algo casi fotográfico en las figuras simples que el autor figura. Otros dibujantes han tomado las riendas de la obra, pero respetando y asimilando el arte original del creador, precisamente porque es tan característico para el ambiente de la serie.

Entre los elementos centrales en la narración de la serie tenemos la acción, el terror y el folklore. Probablemente la violencia y el movimiento son lo que permite a Hellboy pasearse en las tierras de los trabajos «serios» y las series de comics más tradicionales. Hellboy no es un superhéroe, pero por sus hazañas y frecuentes peripecias podríamos asimilarlo a uno, pues parece emular la acción de rigor de estas series muchas veces tachadas de juveniles. Mas un análisis más proximo descartaría la centralidad de este argumento, primeramente porque el énfasis en la lucha es practicamente inexistente, luego porque más que un superhéroe, Hellboy pertenece más bien a la acción del héroe mítico y mágico: el ingenio y el destino parecen turnarse para abrir paso a las acciones heroicas del personaje. Más sencillo es hallar lo estético en el uso de los otros dos elementos. Primeramente uno va de la mano del otro: estamos en el género que inspira miedo pues el folklor está poblado de horrores, las historias de Hellboy provienen de distintas tradiciones populares y de cuentos regionales de muchos tipos, jugando con demonios, duendes, brujas y vampiros, con aprecio y apego por la fuente original, sin caer en la reinvención moderna que muchos de estos seres fantásticos han sufrido. Claro, el encanto consiste en reinventar, pero conservar el encanto y la magia de los originales, de lo que eran miedos culturales y nocturnos, imágenes turbias de las preocupaciones y miedos más personales de sociedades enteras.

En este empleo del cuento popular tenemos otra virtud quizás atractiva para el lector casual de historietas: muchos episodios de Hellboy pueden ser leídos sin un seguimiento riguroso de los eventos anteriores, hay mucho que proviene del cuento fantástico en cuestión que se está tratando. Este valor episódico y flexible ayuda a mantener la historia fresca, a introducir elementos diferentes e inesperados de un sitio a otro, que acompañados del empleo ameno de la tradición oral y la belleza del trazo característico de Mignola, hacen de estas historietas objetos hermosos y llenos de dones. La lectura es amena, las historias son estimulantes y funcionan como ficciones que un adulto puede disfrutar, sin volverse por lo tanto inaccesibles a las generaciones más jóvenes. Tienen sin duda una inocencia especial que permite vivir la magia dentro de cada historia, y al mismo tiempo no dudan en vislumbrar los horrores que no dejan de hallarse en el espíritu humano.

Por cuestiones de espacio no puedo entrar en más detalles, creo que otro tipo de evaluaciones pueden encontrarse fácilmente por internet, y espero que no dude en referir a estas para afinar detalles que he optado por ignorar. Recomiendo especialmente los libros que contienen historias cortas pues me parece que explotan de la mejor manera las capacidades del medio, la adaptación cinematográfica -que sin embargo no es mala- no transmite el encanto de estas historias separadas que recuperan la dignidad de los géneros populares, con su mismo medio de generación: la variedad y la abundancia. Esta capacidad de división y fragmentación está inscrita en las historietas, creo que ayuda a que funcionen de manera bastante mejor.

Gorjear sin ser Jorge

18 Mar

Propongo una pausa en nuestra pornográfica discusión (primeramente porque esta pausa ya sucedió para algunos, aquellos que han leído de inmediato esta entrada y la anterior, los otro pueden bien ignorar mi propuesta y buscar el próximo tag de pornografía, en el caso natural de que dicha entrada haya sido publicada para entonces y el internet siga existiendo), como suelen ser mis ánimos: para distraer y variar. La transformación del objeto no es ardua y es significativa, no paso de algo fuera de la red ni menos lleno de fetichismo exteriorizador: voy a discutir de Twitter.

Cuando escuché por primera vez la premisa de Twitter me pareció absurdo. Tomen en cuenta que soy un desertor de los teléfonos celulares desde mi más tierna infancia -cuando no existían-, así que la acción de twittear desde cualquier sitio y de inmediato me ha sido siempre algo ajena. Además que es grosero, para mí, ponerse a escribir mensajitos en una maquinita diminuta y portatil -aunque fuese un videojuego-; soy del teclado y la maquina de escribir. Y ni mencionemos mi hostilidad si se tratase de un servicio que es solo accesible por prepago de internet por móvil, como un 3G o algo así, lo mínimo que podría hacerlo salvable es usar twitter desde cualquier red celular aunque no pudiesen recibirse los twitter ajenos sino por mensaje. Ya sé, soy en ciertos objetos, un hombre de las cavernas, pero si bien todo esto me predispone contra uno de los más glamurosos valores innovadores de este medio, pasa que Twitter es una de las tecnologías de internet que definitivamente mantiene mi interés.

En efecto, puede decirse que se trata en mi caso de usar Twitter para lo que no es, o para un empleo imperfecto de su funcionalidad. Este Twitter trunco es un poco parecido a un foro de discusión donde sobre todo se escriben ideas truncas, eventos inmediatos o gestos desordenados. Un valor importante dentro de este medio es el invisible exterior, entiéndase la trama narrativa imperceptible entre un momento de reflexión y otro, la pretendida relación entre mensajes, su lógica interrelacional. Este invisible exterior es prominente en las historietas, donde el lector comunica un panel con otro, completando una acción contínua por medio de dos imágenes estáticas. Es un ejercicio subjetivo y algunos autores como no titubean en usar esta fuerza para sembrar ambigüedad -pienso en el final de Monster-. En el Twitter también hay esta conexión inconsciente de rastros entre un mensaje u otro, como si se buscase el punto común que comunique los gestos puestos en el vacío de una forma ausente de polémica y casual.

Abrí una cuenta de Twitter, ya lo sabrán, para este blog. Además de la maquinal publicación de cada entrada de mi blog me he prestado a la tarea de explayar distintas frases, poemas o aforismos -supongo que podría llamárseles así, hay también chistes de mal, buen y mediano gusto-. El humor en este Twitter es mucho más evidente, también el cáos y el desórden de mis ideas en lo inmediato, de lo que funda momentos de escritura como el que leen en este instante. No hay que equivocarse en determinado propósito: Twitter es un agente literario*, es un medio que se explica casi en lo más estricto por la palabra, y esto ya lo hace para neófitos como su servidor, muchísimo más interesante que otros medios que se centran en lo visual o en mecánicas sociales para justificar su existencia. Tal vez esta herramienta web será una justificación para devolver algo de su poesía a la vida cotidiana, como lo ha sido también el Hip Hop y el dicho popular.

*- No de los que te buscan Editoriales me temo.

Por razones estéticas no empleo la palabra «tweetear» o tuitear en ningún texto que se quiera técnico o serio. Es una expresión derisoria incluso como extranjerismo, pues si bien es estrictamente descriptiva, carece de todo sentimiento de justificación ante su fealdad. Para mí es como decir internetear o televisionar -televisionario de algún modo es una palabra considerablemente más hermosa-, que son torpezas de la simplificación cuya presencia en la lengua corriente sería lastimera. El colega Rodrigo sugirió el término «gorjear», que ahora a mi parecer se vuelve demasiado noble y estético para lo que suele ser una práctica ruin y mundana una mayoría del tiempo. Sugiero y avalo gorjear como un término de género literario escrito en Twitter, porque la palabra es poética, es hermosa y en cierto modo temática. La utilización me parecería groseramente limitada, pero si alguien tiene un mejor modo de ponerlo al día, soy enteramente suyo para ser escucha de esta sugerencia.

Mi empleo de la plataforma discutiva es tal vez definible por esta incapacidad de darle a gorjear su dimensión correcta: deseo gorjear, pero me hallo entre el tuiteo y el uso de Twitter, hay cierta ligereza en mi práctica pero la pretensión estética aún admite desvíos de toda materia, de toda grosería y vacuidad. Soy finalmente de la variedad, más que del ruiseñor, de la chacalaca.

Porno gratuito

16 Mar

Por primera vez en no se cuanto tiempo me hilé varios días consecutivos sin siquiera mirar el blog. ¿Podría decir que se me olvidó? Más o menos, estuve pensando en que publicaría hoy, pero ya para entonces un buen momento de silencio había pasado. Supongo que he estado distraído.

En fin hoy vamos a hablar de la pornografía. Más o menos en todo caso, porque como muchos otros géneros artísticos es difícil precisar si hay una o muchísimas pornografías. Aclaro, en caso de que alguno de los lectores sea pudorosamente menor de edad, que no habrá elocuentes imágenes ni censurables videos en la entrada presente, simplemente vamos a discutir del/los porno. ¿Por qué? Pues estamos en internet, uno debería sorprenderse cuando la pornografía está ausente del todo en internet, vaya vaya.

Una buena introducción quizás sería recordar la paradoja de la invención del deporte, la idea de que Montherlant inventa el deporte, y que este dejó de existir como tal. Es difícil para mí -que he llegado tan tarde en la repartición de dones y ascendencias-, hablar de una primera línea de pornografía, pero ya lo decía algún personaje de Bolaño, hace tiempo que las perversiones están todas inventadas, la gran novedad fue grabarlas. Aunque si orígenes vamos, dibujar/fotografiar sería anterior.

No es sorpresa para nadie que internet sea una herramienta perfecta para difundir la pornografía, tal vez la sorpresa mayor sería confirmar que la está destruyendo. Como suele suceder con los objetos masivos, la unificación y la limitación genérica está desafiando constantemente al género pornográfico a superarse a sí mismo, al pudor y a la sexualidad puesta en escena con cada vez más extravagantes novedades. La omnipresencia de la sexualidad solo hace que el efecto de la desnudez y la obscenidad se vuelvan cotidianas y pierdan su impacto. Cada día se requiere menos la pornografía, o diciéndolo de otro modo, cada día lo pornográfico se escapa de estos géneros en particular al mundo cotidiano. La vida imita al arte. El sexo toma sus lecciones del porno.

Volviendo al internet: la comunicación que hemos desarrollado por medio de la tecnología responde a las primeras inclinaciones sensoriales que son propias al hombre. Busque por internet y encontrará privilegiadas imágenes y palabras, luche bastante más y tal vez encuentre un catálogo decente de sonidos, mientras que pedir sabor, olor o tacto resulta absurdo como método de archivar y ordenar la información. Del mismo modo, es ridículo sopesar la pornografía en la medida que los usuarios y practicantes de esta pueden gozar la relación sexual puesta en escena y promovida, porque la sensación física del placer y la sicológica del erotismo son mucho menos sencillas de encontrar en nuestro arcoiris sensorial. Caemos en cuenta de la evidencia de que el porno está para ser visto, que es algo que busca un impacto visual y tergiversa la práctica sexual en sí misma. Recuerdo haber escuchado que la eyaculación extravaginal se ha vuelto más utilizada, siendo la razón evidente una identificación visual y un impacto estético por medio del ojo y no aquel de la sensación.

Ahora, erraría si pretendiera que el porno está de un lado y el erotismo del otro, supongo que dependerá de la definición de pornografía que uno emplee, pero en general se pretende parte del desarrollo sicológico que permite el erotismo, fuera por supuesto del género gonzo. Como mencioné antes, la presión pública en un mundo lleno de sexo-vuelto-barato ha entablado una dificultad exasperante respecto a cómo se pretende construir el erotismo, creo que esta difícultad es compartida con el género de terror, que también tiene que buscar fórmulas esenciales para tener éxito en asustar, ante un público que es más y más incrédulo. No pienso que en este sentido el porno requiera una medida de realidad, sino todo lo contrario, se halla no tanto en la búsqueda de una sensorialidad estética inmediata que comunique la sexualidad exudante de los cuerpos que se entrecogen, sino busca la ficcionalidad absoluta de la puesta en escena que propone. Como detalle genérico habría de decirse que un porno sin cortes de escenas, no es porno. Curiosamente, en esto la pornografía se parece mucho a la historieta.

Bueno, he visto que abordé muchas características del tema en cuestión muy someramente, supongo que ameritará alguna mención más detallada en otro instante, pues si no se pone a hablar uno sobre el canon estético de artificialidad, los pechos gigantes, los miembros inverosímiles o un fontanero que llega a una casa cualesquiera, no ha tratado uno el porno en sus dimensiones adecuadas. Pero como expliqué desde el inicio, el tema es enorme y desgraciadamente es fácil agotar las palabras para tratarlo, cuando todas las realidades populares y formulaicas entran en nuestra periferia porque les negamos la más mínima validez analítica y no admitimos su formulación.

Medir y estetizar el porno pareciera más obsceno que la pornografía misma.

Gala

25 Feb

Tengo una lógica que ya explicaré -aunque para el atento resultará muy claro- por la cual no adscribo a escribir sobre eventos de actualidad en el presente diario. Hoy de cierto modo hago una excepción pues para responder a una voluntad de ventilar lo que tengo en la cabeza, lo inmediato, me hallo frente a la estimulación de un evento más o menos público, más o menos ligado a una fecha. Tampoco se vería muy natural evitar y circundar el evento en particular al que refiero para universalizar, evitaré pues las torpezas: se trata de una premiación de cine francesa, los césares.

He hablado previamente de los premios literarios, pero trataré la materia de modo diferente. Se pretende una evaluación y una adjetivación cuando se encadenan premios académicos, se exigen categorías y reglas formales, divisiones en forma y fondo. La pretensión de universalidad debe resultarnos inexplicable, pero supongo que en un principio de sinceridad, los respectivos jueces hacen un esfuerzo de objetividad para expresar lo mejor que les parece, sus propios gustos. A veces piensan representar los gustos de los otros, que es lo mismo, en ambos casos, la voluntad es lo aplaudible, pues el esfuerzo casi siempre resulta futil.

Las premiaciones cinematográficas son a su vez, un espectáculo. El caracter popular del cine es ineludible, las analogías con la realeza y el glamur no pueden ser más tangibles. La denominada farándula es también una ficción, lo que es solo adecuado desde un punto de vista metatextual. Por tal motivo vemos como ciertos géneros de discurso se sangran inevitables a estos espectáculos, el más prominente es el de la lista, pero podríamos también entregarle un valor de enciclopedia.

Se puede jugar bingo con las premiaciones de cine, se tiene en la horizontal a los nominados y en la vertical a las nominaciones, uno acomoda sus favoritos y trata de hacer líneas, formas, o simplemente de acumular puntos. Sería más gracioso si hubiera medallas de oro, plata y bronze, pero estos elitismos en una empresa tan subjetiva solo parecerían engendrar desacuerdos. Además parece que se engendran muchas envidias en estos eventos millonarios, y las enemistades aunque tratadas con gracia, a veces salen a relucir en su valor grotesco. Pero en fin, no expliquemos tanto esta ficción, regresemos al género de la lista. Se anotan adicionalmente en esta secuencia, los ganadores y nominados de ocasiones anteriores, así como los múltiples ganadores, y las competencias numéricas entre los más nomidados y los más ganados. Al ver esta especificación numérica nuestro ejercicio ya revela sus cuarteaduras desde el punto de vista crítico. Estar nominado a muchos premios se presenta como un galardón dudoso, en efecto, se puede proseguir a perder todos, pero adicionalmente el número de los galardones en sí presenta lo incomparable. Dejando de lado los premios incompatibles -mejor guion adaptado/original-, cualitativamente los elementos no tienen comparación: tener mejor músico o mejores actores son complementos al mismo fin, pero uno no se define por lo otro en lo más mínimo, y ambos se consideran por razones enteramente distintas. Se admite incluso enfrentamientos entre los actores por sus géneros -actriz, comediante, etc.-, siendo permisivos en lo que consiste primeramente la calidad en cada uno de ellos. ¿Por qué no un premio del mejor actor en general en competencia directa de hombres y mujeres? Nada, que yo sepa, lo prohibe conceptualmente. Pero por supuesto, se opondría a la noción de la premiación cinematográfico como evento consumible: mientras más películas y actores formen parte del evento, más promoción y fomento del arte será efectuado por su medio. Entiéndase, necesitamos estas relaciones dispares por fines de promoción, queremos admitir tantas películas como nos sea posible, tratando de mantener un mínimo de seriedad en nuestro propósito estético. Y en esta admisión liberal de particularidades, lo numeral de esta lista pierde todo su sentido. Ganar 10 premios entre 12 es mucho más impactante que ganar 14 entre 20, simple matemática.

Independientemente del estado de la promoción o del valor crítico que un galardón así pueda tener, lo más interesante que nos propone este espectáculo tan curioso es el reconocimiento de los premios «menores». El trabajo que representa crear consiencia de que un film es un trabajo de un equipo que requiere toda una gama de talentos distintos, no es poco. Basta ver los créditos de cualquier film rodar, las letras impersonales y prácticamente formulaicas responden a esta dimensión invisible de la creación, algo que necesariamente tiene que relucir en la entrega de premios a pesar de que carezca de un efecto espectacular. Sin trabajadores del cine las películas serían todas otras, como todo tipo de trabajador, su presencia es una importante periferia.

Es muy difícil a mi parecer, relacionar este tipo de premios con los estrictamente literarios, me parece que las voluntades y los temas apenas logran emparentarse en lo más intangible, mientras quel a materia estética y moral que contienen se define por sus diferencias. En todo caso, por ellos es más ardua evaluar lo que es «distinto» en la literatura. Distinto, aunque a algunos pueda aburrir.

 

Moneda de poeta

3 Feb

Cuando pasa que leo poesía latinoamericana de principios del siglo pasado -y vaya que no es todos los días-, me sorprende un poco la extraña dimensión social que ella sugiere. Valga comentar que no soy un crítico lo bastante historicisma para deleitarme en las ambiciones populares, nacionales u otras que muchas de estas obras sugieren, pero que sí me interroga, que no puedo evitar en cierto momento verme interrogado por ella, y es en parte lo que hace que esta literatura funcione (puesto en palabras de un compañero: leer Marti te da ganas de hacer la revolución latinoamericana).

En estos tiempos uno pensaría que la novela y la poesía servían legítimamente como un ejercicio de identidad, como una suerte de comunicación que elucidaba para mucha gente los problemas que ellos vivían en lo inmediato. Es una proposición ridícula. Pero este reconocimiento, que hemos identificado antes como una suerte de sabiduría popular, es un sentimiento verdadero, digamos que esta literatura tiene legítimamente una dimensión social, pues quienes la producían finalmente creían en ello. Y esta creencia misma resulta menos plausible bajo la situación actual, donde es irreconocible hasta donde llega la dimensión promocional de una obra artística cualesquiera, cuando se confunde la legítima denuncia con los múltiples ejercicios de propaganda que hallamos en los medios masivos. Una poesía, una literatura que fueron sufriendo, con el paso de un solo siglo, de una transformación convencional grotesca. Antes habían tristes géneros, pero eran propios. Luego al quitarse la venda y dejar de mirar esta literatura con inocencia, el autor la desacraliza y esta dimensión de catársis expresada ni siquiera llega al papel. Acaso el escritor no podría reconocerla si la leyera.

He dicho un número de veces que la música es el arte masivo, aquel que confirma el saber tanto técnico como espiritual del público. Por esto me sorprende de la poesía pretender un valor de esta dimensión, porque se asemeja a la música, y definitivamente su tino es más probable entre las multitudes que el de la fatigada prosa. En una cuyuntura personal pasamos de una poesía genuina a una prosa genérica y todo se pierde. La poesía no ha muerto, su dimensión popular es ausente. Los refranes y los dichos eran aún la moneda corriente cuando era jóven, y su presencia puede comprobarse por ejemplo en el trabajo de Roberto Gómez Bolaño en Chespirito. Es el regreso de cierta palabra a la capa popular. No podríamos esperar que se asemejara a las discordancias intelectuales que los poetas más intrincados llegaron a representar.

Entre la música y la poesía existe el género popular por excelencia que se redescubrió durante este siglo. O mejor dicho, las disqueras lo redescubrieron, el rap. Entendemos que es una forma de expresión que antecede y funda el canto, así como también la poesía, es un estado intermedio entre la palabra con sentido y el puro ritmo. Sin duda también representa lo que esa poesía social, acaso tan imaginada entonces como ahora, presumía ser. Es solo esperable que el éxito del hip hop en las capas populares sea inédito, y que desafíe las nociones intelectualosas del academista de domingo. ¿Cuántos habrá que piensan que el rap es un primer sentido en lugar de una parodia? la ironía es una expresión popular muy arraigada, y la representación de la riqueza de una manera paradoxal es un topos. No soy un experto en hip hop -ni en ningún tipo de música, si en eso estamos-, pero no me es contrario reconocer la inherente riqueza y el valor infinitamente justificado que mantiene este género en el gusto de tanta gente. Es un tipo de arte a parte entera. Un puente entre el principio de este siglo y del pasado, de un arte que confusamente se expresa y se consume como un producto, y una expresión inocente, barata, primaria.

Nos parece arduo consumir poesía, y tal es la razón por la que no es despreciada por tantos como suele ser el rap. Es la diferencia. Por eso que también se venda más fácilmente la imagen de un poeta miserable. Una inocencia barata que sobrevivió sin alterarse casi un siglo.

Mención de un thriller

30 Ene

La entrada anterior explica mi disgusto generalizado al género policial, ahora atenuaré ese propósito.

Antes que nada, decir que mi entrada actual no va a referir a la adaptación animada de la obra que voy a presentar en un momento. No he visto tal obra y por lo general tengo problemas digiriendo el ritmo de las obras cinematográficas, razón que justifica sobradamente mi afición por la letra muerta. Estéticamente una animación bien realizada es hermosa y tiene toda clase de méritos. Este no es el disgusto que pensaba discutir. El tema de hoy es Monster.

Para muchos el manga no es el medio referencial cuando discutimos el thriller, pero hay una larga historia y para fines útiles los códigos se mantienen intactos. Se requiere un misterio, una tensión constante y varias sorpresas. Otros géneros visuales nos han sugerido ya la enigmática imagen que busca sugerir al espectador una parte fragmentada del misterio, pues una visión aisalada e inexplicable funciona a la suerte de una profecía que puede interpretarse de varias maneras. Urasawa no titubea en servirse de esta herramienta, pero su empleo tiene algo de metódico y arbitrario. Tal como en Pluto la imagen enigmática forma parte de una memoria bloqueada en la mente de uno de los personajes principales, aunque los propósitos de estos recuerdos resulten radicalmente diferentes resulta notorio el préstamo que el autor se hace a sí mismo.

Al menos un tomo del manga parece suspender la acción y no elucidar funcionalmente nada del misterio. Cada tomo incluye nuevas peripecias y al menos un misterio subordonado, pero también avanza una parte del misterio mayor que consiste en descubrir la identidad y los motivos de un carismático asesino en serie, cuya vida ha sido salvado por el protagonista antes de conocer su carrera criminal. Hay cierto mérito en que durante 18 tomos el autor logre mantener su universo con vida, renovando constantemente su interés, a pesar de aflojar la tensión en momentos determinados. Detener al asesino no resulta inminente hasta el capítulo final, que siguiendo la línea presentada por los capítulos anteriores se resuelve en una interacción compleja de situaciones.

Aunque hasta cierto punto Monster encadena muchas historias que resultan predicibles, son efectuadas con maestría y de manera bastante limpia. El autor brilla en las historias secundarias que se resuelven en cada tomo: cada personaje contiene su propio misterio, y por ende retiene un interés que va más allá de un sencillo carácter sicológico o una función seminal en la narración. Los personajes que participan en el conflicto principal resultan los más débiles. En cierto modo, Urasawa no brilla por sus personajes, sino por las historias y los conflictos que desencadena con ellos. Cada individuo es un móbil, no tiene ni pretende una verdadera complejidad sicológica. Alguien me corregirá diciendo que los personajes actúan y presentan cada uno diversas características. Difícilmente se crean personalidades complejas por el total de sus reacciones, la función que representan es más bien narrativa: cada personaje es un episodio, e incluso aquellos que reaparecen en cada tomo tienen tan solo sus momentos de desarrollo, sus tópicos argumentales dentro de los cuales se ejercen. El resto del tiempo actúan como espectadores. Incluso dentro de la acción, uno diría que los actos se desencadenan fatalmente, como si de un film de Tarantino se tratase, la violencia y la muerte se desencadenan en una suerte de cáos total. Los sobrevivientes permanecen para dar testimonio del resultado.

Al hablar de personajes hablamos realmente de misterios. El gran acierto de Monster, lo que a mi parecer logra encantar al lector, es esta pequeña colección de misterios personales. Y la problemática principal del manga rodea esta concepción problemática de la identidad, somos espectadores del pasado y al serlo, descubrimos quién es el personaje que seguimos realmente, o en su defecto quién fue. Esta imagen del pasado es central y dentro de la obra es más importante que cualquier ilusión de desarrollo. Monster es sobre historias personales, pero definitivamente no sobre personajes.

La misma lógica de relato y memoria es utilizada para crear el personaje de un autor. Varios cuentos para niño son intercalados a la narración principal con un arte infantilizado, y son quizás el experimento más interesante que Urasawa incluye en este trabajo. Me hace pensar en la historia metatextual contenida en Watchmen, Tales of the Black Freighter, mas resulta más abordable y de cierto modo se encierra más en la temática.

Finalmente cabría señalar que esta noción de pasado enigmático y de policial son núcleos temáticos del género detectivesco desde que fue creado por Poe. La noción de que cualquier individuo puede ser el criminal, que en lo secreto se incluye lo potencialmente atróz, que los otros son un grupo anónimo y ajeno.

Mi veredicto es que Urasawa hace muestras de su oficio, logrando una narración cohesiva con una lógica que no responde a la espectativa sicológica de los lectores más realistas, sostiene un estado de irrealidad y prefiere que la historia sea fácil de digerir a entablar una enorme complejidad. Una adaptación de esta obra arriesgaría perder todo su atractivo al alejarse del ritmo narrativo empleado por el maestro: ahí está la salvación de este trabajo.