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Hey Chico

1 Abr

Ya puedo considerar este sitio oficialmente un blog después de una cantidad arbitrariamente larga de días sin dar noticias. Podemos suponer que tengo otras cosas que hacer ¿no? Bien, supongamos eso.

En fin, quiero hablarles de una historieta, creo que es la tercera que revisamos cronológicamente, y pertenecerá a otro de los géneros mayores, a suerte de primer ejemplo, en lo que a este medio se refiere. Antes hemos visto la tira y el manga, hoy suena razonable darle una mirada a un comic.

La conotación de la palabra dentro de el mercado de masas es tan negativa que se concibió un término neutro para apelar a la seriedad de la empresa con que la obra en cuestión se produce, me refiero al término de la novela gráfica. Cabría dignificar esta extraña elección de palabras con un análisis puntual, pero lo dejaré para otra ocasión. En este caso no voy a tratar una obra que pueda voluntariamente caer en el área gris de las dichas «novelas gráficas», sino a una serie hecha y derecha, que también pertenece a uno de los más famosos autores independientes que los comics gringos tienen hoy en día. Me refiero naturalmente a Hellboy de Mignola.

Sería extraño que uno fuese lector ávido de comics y que no se hubiese topado con esta serie, que ha sido alabada y que continúa aún hoy día produciendo nuevas historias. Un elemento fundamental del genero comic es esta fuga hacia adelante, este avance indeterminado que desarrolla nuevas historias inconexas con autores y situaciones cambiantes, expandiendo lo que se conoce como «canon» y que es una parte importante del atractivo que muchos lectores ven en este tipo de serie. Tal vez hay que aclarar antes que nada, para los no lectores de historietas, que no se trata de una serie estúpida. Efectivamente, es entretenimiento, pero la calidad de escritura e imagen no deja caber en duda el caracter artístico de la historia. Incidentalmente Mignola debuta su carrera como dibujante, con un estilo característico muy adaptado al noir, que le da una estética bastante notoria a sus dibujos. Acompañado con tintas sólidas y trazos sencillos, hay algo casi fotográfico en las figuras simples que el autor figura. Otros dibujantes han tomado las riendas de la obra, pero respetando y asimilando el arte original del creador, precisamente porque es tan característico para el ambiente de la serie.

Entre los elementos centrales en la narración de la serie tenemos la acción, el terror y el folklore. Probablemente la violencia y el movimiento son lo que permite a Hellboy pasearse en las tierras de los trabajos «serios» y las series de comics más tradicionales. Hellboy no es un superhéroe, pero por sus hazañas y frecuentes peripecias podríamos asimilarlo a uno, pues parece emular la acción de rigor de estas series muchas veces tachadas de juveniles. Mas un análisis más proximo descartaría la centralidad de este argumento, primeramente porque el énfasis en la lucha es practicamente inexistente, luego porque más que un superhéroe, Hellboy pertenece más bien a la acción del héroe mítico y mágico: el ingenio y el destino parecen turnarse para abrir paso a las acciones heroicas del personaje. Más sencillo es hallar lo estético en el uso de los otros dos elementos. Primeramente uno va de la mano del otro: estamos en el género que inspira miedo pues el folklor está poblado de horrores, las historias de Hellboy provienen de distintas tradiciones populares y de cuentos regionales de muchos tipos, jugando con demonios, duendes, brujas y vampiros, con aprecio y apego por la fuente original, sin caer en la reinvención moderna que muchos de estos seres fantásticos han sufrido. Claro, el encanto consiste en reinventar, pero conservar el encanto y la magia de los originales, de lo que eran miedos culturales y nocturnos, imágenes turbias de las preocupaciones y miedos más personales de sociedades enteras.

En este empleo del cuento popular tenemos otra virtud quizás atractiva para el lector casual de historietas: muchos episodios de Hellboy pueden ser leídos sin un seguimiento riguroso de los eventos anteriores, hay mucho que proviene del cuento fantástico en cuestión que se está tratando. Este valor episódico y flexible ayuda a mantener la historia fresca, a introducir elementos diferentes e inesperados de un sitio a otro, que acompañados del empleo ameno de la tradición oral y la belleza del trazo característico de Mignola, hacen de estas historietas objetos hermosos y llenos de dones. La lectura es amena, las historias son estimulantes y funcionan como ficciones que un adulto puede disfrutar, sin volverse por lo tanto inaccesibles a las generaciones más jóvenes. Tienen sin duda una inocencia especial que permite vivir la magia dentro de cada historia, y al mismo tiempo no dudan en vislumbrar los horrores que no dejan de hallarse en el espíritu humano.

Por cuestiones de espacio no puedo entrar en más detalles, creo que otro tipo de evaluaciones pueden encontrarse fácilmente por internet, y espero que no dude en referir a estas para afinar detalles que he optado por ignorar. Recomiendo especialmente los libros que contienen historias cortas pues me parece que explotan de la mejor manera las capacidades del medio, la adaptación cinematográfica -que sin embargo no es mala- no transmite el encanto de estas historias separadas que recuperan la dignidad de los géneros populares, con su mismo medio de generación: la variedad y la abundancia. Esta capacidad de división y fragmentación está inscrita en las historietas, creo que ayuda a que funcionen de manera bastante mejor.

Gorjear sin ser Jorge

18 Mar

Propongo una pausa en nuestra pornográfica discusión (primeramente porque esta pausa ya sucedió para algunos, aquellos que han leído de inmediato esta entrada y la anterior, los otro pueden bien ignorar mi propuesta y buscar el próximo tag de pornografía, en el caso natural de que dicha entrada haya sido publicada para entonces y el internet siga existiendo), como suelen ser mis ánimos: para distraer y variar. La transformación del objeto no es ardua y es significativa, no paso de algo fuera de la red ni menos lleno de fetichismo exteriorizador: voy a discutir de Twitter.

Cuando escuché por primera vez la premisa de Twitter me pareció absurdo. Tomen en cuenta que soy un desertor de los teléfonos celulares desde mi más tierna infancia -cuando no existían-, así que la acción de twittear desde cualquier sitio y de inmediato me ha sido siempre algo ajena. Además que es grosero, para mí, ponerse a escribir mensajitos en una maquinita diminuta y portatil -aunque fuese un videojuego-; soy del teclado y la maquina de escribir. Y ni mencionemos mi hostilidad si se tratase de un servicio que es solo accesible por prepago de internet por móvil, como un 3G o algo así, lo mínimo que podría hacerlo salvable es usar twitter desde cualquier red celular aunque no pudiesen recibirse los twitter ajenos sino por mensaje. Ya sé, soy en ciertos objetos, un hombre de las cavernas, pero si bien todo esto me predispone contra uno de los más glamurosos valores innovadores de este medio, pasa que Twitter es una de las tecnologías de internet que definitivamente mantiene mi interés.

En efecto, puede decirse que se trata en mi caso de usar Twitter para lo que no es, o para un empleo imperfecto de su funcionalidad. Este Twitter trunco es un poco parecido a un foro de discusión donde sobre todo se escriben ideas truncas, eventos inmediatos o gestos desordenados. Un valor importante dentro de este medio es el invisible exterior, entiéndase la trama narrativa imperceptible entre un momento de reflexión y otro, la pretendida relación entre mensajes, su lógica interrelacional. Este invisible exterior es prominente en las historietas, donde el lector comunica un panel con otro, completando una acción contínua por medio de dos imágenes estáticas. Es un ejercicio subjetivo y algunos autores como no titubean en usar esta fuerza para sembrar ambigüedad -pienso en el final de Monster-. En el Twitter también hay esta conexión inconsciente de rastros entre un mensaje u otro, como si se buscase el punto común que comunique los gestos puestos en el vacío de una forma ausente de polémica y casual.

Abrí una cuenta de Twitter, ya lo sabrán, para este blog. Además de la maquinal publicación de cada entrada de mi blog me he prestado a la tarea de explayar distintas frases, poemas o aforismos -supongo que podría llamárseles así, hay también chistes de mal, buen y mediano gusto-. El humor en este Twitter es mucho más evidente, también el cáos y el desórden de mis ideas en lo inmediato, de lo que funda momentos de escritura como el que leen en este instante. No hay que equivocarse en determinado propósito: Twitter es un agente literario*, es un medio que se explica casi en lo más estricto por la palabra, y esto ya lo hace para neófitos como su servidor, muchísimo más interesante que otros medios que se centran en lo visual o en mecánicas sociales para justificar su existencia. Tal vez esta herramienta web será una justificación para devolver algo de su poesía a la vida cotidiana, como lo ha sido también el Hip Hop y el dicho popular.

*- No de los que te buscan Editoriales me temo.

Por razones estéticas no empleo la palabra «tweetear» o tuitear en ningún texto que se quiera técnico o serio. Es una expresión derisoria incluso como extranjerismo, pues si bien es estrictamente descriptiva, carece de todo sentimiento de justificación ante su fealdad. Para mí es como decir internetear o televisionar -televisionario de algún modo es una palabra considerablemente más hermosa-, que son torpezas de la simplificación cuya presencia en la lengua corriente sería lastimera. El colega Rodrigo sugirió el término «gorjear», que ahora a mi parecer se vuelve demasiado noble y estético para lo que suele ser una práctica ruin y mundana una mayoría del tiempo. Sugiero y avalo gorjear como un término de género literario escrito en Twitter, porque la palabra es poética, es hermosa y en cierto modo temática. La utilización me parecería groseramente limitada, pero si alguien tiene un mejor modo de ponerlo al día, soy enteramente suyo para ser escucha de esta sugerencia.

Mi empleo de la plataforma discutiva es tal vez definible por esta incapacidad de darle a gorjear su dimensión correcta: deseo gorjear, pero me hallo entre el tuiteo y el uso de Twitter, hay cierta ligereza en mi práctica pero la pretensión estética aún admite desvíos de toda materia, de toda grosería y vacuidad. Soy finalmente de la variedad, más que del ruiseñor, de la chacalaca.

La belleza del sistema

20 Ene

La historieta, particularmente sobre su forma designada bajo la etiqueta de «comic» tiene una fama bastante negativa. Ni siquiera puede encasillarse en una apreciación negativa de la cultura popular, el prejuicio va mucho más allá, se le considera un entretenimiento juvenil, véase, infantil. Y para un grupo de personas de mente cerrada esta grosera acumulación de adjetivos deleznables solo parece transformar al comic en una forma de expresión del todo mundana y banal.

Y si esta dimensión de rechazo generalizado es desproporcionada en el comic, ni siguiera podemos compararla justamente con un caso del todo peor: el de los juegos de video.

Los videojuegos son sin embargo una expresión estética, un trabajo finamente balanceado y una manera privilegiada de generar nuevas sensaciones y aspiraciones en cuanto a la comunicación y el arte respectan. Acaso por este potencial tan grande, el juego será aún más detestado -aunque me permito dudarlo-.

Tal vez nos encontramos de nuevo con un problema que toca la maduración tecnológica tardía que tenemos como especie. Dije antes que si el cine hubiese sido técnicamente alcanzable desde temprano en nuestra historia la literatura ni se parecería a lo que concebimos. Del mismo modo, no pienso que el juego de video sea visto con condescendencia más que en una sociedad entrada a un modo desenfrenado de consumación masiva. Porque incluso en lo que concierne al factor de entretenimiento los juegos sufren sin duda por la necesidad de ser comprados. Un juego perfecto no puede concebirse ni trabajarse cuando lo que se requiere es vender el siguiente. Piénselo un momento: la música y el cine tienen difusión, no se venden una sola vez, se considera que su exposición pública, su concierto pues, es una parte fundamental de estos. Los videojuegos en respuesta a este gesto han logrado ciertas interacciones por conectividad y torneos.

Lo que me hace pensar que un torneo de juegos de video no serán considerados en la manera que los concursos de poesía en los que participaba Lope de Vega. Inevitablemente los concursos literarios se han vuelto un poco así también, son gestos colectivos que sirven en parte para promocionar la práctica, en parte por espectáculo. Y pienso en esta dimensión de espectáculo, de que ver a otra persona jugar un juego puede tener un fin estético. ¿No es del todo diferente bailar y ver una danza o idear una coreografía?

El problema para aceptar los juegos como arte es puramente cultural, voluntariamente se aceptará que un juego pueda ser útil antes de aceptar que pueda ser hermoso. Tecnológicamente los juegos nuevos logran un nivel de detalle visual bastante convincente y creo que pueden ser calificados como bellos para el observador casual. Expresan también una estética que nos recuerda a la función visual del cine en la construcción del plano y el ambiente, en este nivel técnico el cine y el juego se confunden. Pero sería erróneo calificar al juego de un goce estético puramente visual, pues en realidad no es su esencia. Un juego es primeramente una interacción, un sistema cerrado en que se filtran las acciones del jugador para una suerte de resultados. Y en estas limitaciones se conforma cierta estética.

Tomemos un ejemplo de otro tipo de juego: el futbol -es muy conocido, nos conviene-. Las capacidades mostradas por los atletas son espectaculares gracias a que existe para nosotros una concepción de juego bien definida, alguien con gran control de una pelota puede también montar un acto de circo, pero fuera del marco narrativo/sistemático del deporte, los logros de un juegador o un equipo parecen minimizados. Hay en el deporte una dimensión performativa que la supone irrepetible e inmediata. El videojuego comparte esta característica, y si analizamos de cerca, contiene bastantes otras que estéticamente nos pueden enseñar cosas interesantes.

Sobre todo este medio parece cumplirse una promesa compleja que otros artes han tratado de reproducir virtualmente: que el arte interrogue al espectador y pida de este una respuesta. Este tipo de interacción privilegiada parece incomprendida en su potencial, pero al menos ilustra una cosa: que la interacción del arte tradicional es en parte rica por suponerse trunca, y ha obligado a los artistas a buscar nuevas maneras de explotar y redefinir ese intercambio en ansia de novedad y de mayor efecto. El videojuego acaso no se ha interrogado en este respecto pues su potencial de respuestas parece infinito y no hay urgencia en sus transformaciones.

Si hay alguna inferioridad en este medio de expresión que le sea explícita debe ser que se trata de un medio muy amplio: el arte utiliza sus características buscando el mayor impacto, y su elegancia se define por sus limitaciones. Cuando estas no existen, y el sistema es arbitrariamente amplio, la expresión misma parece ahogarse en tanto potencial. Acaso el genio necesario para mantener todas estas variables sea sobre humano.

Tira y habla

8 Nov

Un idioma es, como la distancia y la experiencia, una manera de abordar el arte. Hablamos, o por lo menos leemos, en español, esto sin duda nos fabrica una manera superficial de relacionarlos con los objetos en el mundo. Hay quien dice que los hispanohablantes tienen una especie de complejo de inferioridad cuando se trata de la razón, como si el idioma mismo los privara de una capacidad fidedigna de reflexionar, cual si dificultara el aprendizaje. Y sin duda le damos demasiada razón a este argumento y demasiada poca forma, se nos ocurre neciamente que el lenguaje es algo dado, que dictar un pensamiento es como escribir.

No voy a arrancarme a discutir historicismos en valde, sobre que el idioma español se nos impuso -asentirá el basco o el coya-, por lo pronto reflexionaré sanamente en lenguaje y cultura, en su problemática dual y que pensamos terrestre cuado pudiera ser acuática. Porque dije bien, el idioma es una manera de abordar el arte, sin limitarme al literario.

Podría sugerirse que no es casual el lugar marginal que se le receta a la historieta dentro del panorama intelectual de latamerica. Existen sus excepciones, los grandes trabajos del género que cada país se reparte a cuenta-gotas y precisamente, sin terminar de fundar escuela en ello. El comic no se considera tanto la expresión ligada a la nación como el esfuerzo fructífero de unos cuantos autores emblemáticos, como Jodorowsky o Quino. En otro lugar, en otro idioma, podemos aceptar que Bélgica haya fundado una escuela de la historieta que no depende ni imita las lecciones de otras grandes culturas de la tira, como Estados Unidos o Japón. Estos tres ejemplos son acaso rigurosos en nuestra acción de recobrar el sentido de la tira dentro de un espacio lingüístico particular, al comprobar de antemano que los respectivos idiomas permiten y fomentan el uso de un término y formato preciso (comic, BD o manga, ciertos atributos genéricos los unen y los separan), mientras que la historieta se encuentra en una posición incómoda en la lengua cervantina, no tiene este peso semántico que suelen contener los objetos representativos y populares, aquellos que generan sinónimos, abreviaciones y analogías múltiples y constantes. Por supuesto, hasta aquí solo estamos comprobando que el lenguaje como hecho cultural imita de cierto modo las características persistentes de la especie artística dominante, con sus carencias y sus prejuicios. Sería una emulación a posteriori. Habemos de recorrer el camino inverso.

Lejos de la tradición occidental, el manga viene de un sitio de expresión en el que no solo la distracción y el humor son legítimos, sino que los temas adultos y el drama pueden tratarse con impiedad. Hay, géneros de comics dramáticos, fantásticos y pornográficos, un mangaka no tiene tan solo un modelo al que referirse. Y no es vano notar que el lenguaje en Japón aumenta la presencia de la imagen, como forma, dentro de cualquier idea. La vista imaginada comunica enteramente, y la palabra escrita no es sino variante de una visión arquetipal. El manga es un estilo artístico válido para un lector de cualquier edad porque la imágen tiene la capacidad de tomar un sitio dentro del circuito de las palabras establecidas, porque ruptura con herramientas semánticas el esquema rígido de símbolo y representación, para enfrentarnos con la noción de experiencia. El saber un idioma nos predispone a estar abiertos a ciertos conflictos y abstracciones que el mundo arguye en pos nuestro. El lenguaje en Japón les ha permitido remitirle a la imágen toda la solemnidad que le es propia y que fuimos perdiendo nosotros, por descuido y por exceso de lo que mencionamos al principio: poner cualquier problema en términos de la razón.

El símbolo aleph, que precede a la creación de nuestra letra «A», quiere decir toro. Su forma, es literalmente la de una cabeza toril con sus cuernos -se asemeja a nuestra letra actual de cabeza-, y comunicaba a manera de un símbolo original, la presencia divina del rumeante como ente alrededor del cual se fundaban las sociedades agrícolas. A dios lo que es de dios. Si tan solo hubieramos logrado mantener esta simple analogía tal vez nuestra proximidad a lo natural hubiera podido mantenerse, y acaso nuestras prácticas sociales y culturales responderían a ello. El lenguaje, sin embargo, varía con el tiempo, casí siempre se desordena y crea ficciones de sentidos. Nuestro mensaje actual ya se presenta muy opaco, y toda nuestra capacidad de corregirlo es inexistente. Compusimos por esto lenguajes alternativos que nos expresan de cierta manera, que son parte del mismo sistema como es el manga, o es la BD y que representan no solo nuestro raciocinio artístico sino el vigor desesperado por recuperar espacios en que la palabra no ahoga nuestra visión del mundo.

(Acaso el teclado deviera por lo menos tener una textura rugosa sobre él, para poder expresarnos sensiblemente)

No existe una manera de ver lo mismo que acabo de decir, y sería tan inocente como falso pensar que el lenguaje voluntariamente se encajona a sí mismo en callejones sin salida. Así también, creo que el arte latinoamericano es mucho más que una cuestión de invasión y apertura -como solemos usar al hablar de lenguajes-, sino también de conciencia y de (re)creación.

Los dejo que completen lo que sigue de aquí.