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Desentendido

17 Jun

A uno como autor a veces le interesan cosas absurdas como la hegemonía de su lengua. Insisto, es casi risible viniendo de un escritor en español que tiene varias audiencias cautivas, incluyendo parte de la población de Estados Unidos, nosotros no tenemos tanto miedo. Mas me interrogo igual, de esta preminencia, de la interrogante que nos viene al concebir un trabajo en idioma original.

Incluso si yo fuese un autor realmente minoritario la hegemonía de la lengua no es una tragedia, mientras uno viva y la maneje, su permanencia está asegurada y después, uno está muerto así que no importa. Aunque bueno, muchos literatos son románticos, probablemente habría discusiones acaloradas y opiniones de pasión sobre el patrimonio cultural que cada lengua es. De acuerdo, eso por un lado, no estoy diciendo que las palabras desaparezcan sino que ganen importancia y lugar dentro del mundo moderno.

Típico, mientras más gente lo lea a uno, va a creer que escribe mejor. Con esta mentalidad nadie escribiría blogs o poesía gente, la lectura es bastante más que un consenso cuantitativo entre gente del mismo idioma. Además, el sueño de la hegemonía del lenguaje es menos un objeto personal que la sensación de pertenencia que nuestra lengua misma nos sugiere. Al menos en mí, que excecro el sentimiento nacionalista, siento una genuina admiración por mi lengua*.

Aunque también hay algo del idioma que es un objeto y al que tenemos cerca como un apéndice, un tipo de fuerza cotidiana consoladora de algún modo. Si existiera un providencial planeta con un idioma original, la gente terminaría por hablar distinto, pues la palabra expresa demasiados deseos fundamentales del ser -y a la vez es tan compleja- que no va a desaparecer por fines pragmáticos. El idioma no es tan solo porque es propio ni patrio, simplemente le prestamos una atención particular y nos relacionamos con él. Como cualquier relación importante, esperamos de algún modo su prosperidad a futuro.

O tan solo exteriorizamos la frustración de no entender. Cuando uno es niño se acostumbra a no poder explicarse ni comprender las acciones de los otros, y en eso se nos pasa la infancia, tranquila y del todo zen. Luego encontramos una resistencia, asumimos pesadamente que no hay excusas para que en este mundo de comodidades, la palabra no nos sea accesible; debe simplificarse todo, incluso el habla. Aprovechando esto me gustaría corregir la mal fundada y risible noción de que aprendiendo el inglés uno puede comunicarse con gente por todo el mundo, admitimos que el inglés es abundante, pero no se ha vuelto un pelo más fácil de aprender desde los tiempos antiguos y no podemos comunicarnos sin esa comprensión que tanto no queremos hacer entrar en nuestras cabezas.

*- Claro, tenía que ser escritor.

Entonces una mezcla de amor algo propio e impotencia, bonitas razones para justificar la cultura.  Un apologista de la variedad que soy, asumiría que alguna concesión debe lograrse en vista de que los idiomas agracian el mundo con distintos modos de habla; más rápidamente la modernidad y sus jeans de mezclilla arrojan mis buenos instintos por tierra. Nop, parece que nos estamos quedando en la identificación del hombre con su idioma, y que nos reivindica la capacidad céntrica en que esta identificación nos coloca frente al canon «occidental».

A menos claro, que cambiaramos nuestra relación tradicional con el lenguaje a algo que va más lejos de la simple comprensión de sentido, y sospecho que el arte puede sugerir un par de maneras de lograrlo. Pensemos en la traducción -forma principal de interacción entre idiomas ante cierto menoscabo canónico-, y que parte de dos paradigmas igualmente considerables, como la traducción literal y la más libre. Este simple sistema que parece un cambio de idiomas básico, no puede sino reconocerse también una visión del idioma como un elemento productor. Pensar que un idioma expresa cierta cosa de tal o cual manera, encontrar maneras ricas de discutir, ya es algo que se acerca al propósito del arte.

Entiendo que José María Arguedas escribió su poesía en quechua, pues consideraba que la importancia de la oralidad en la cultura andina era muchísimo más central que en la propiamente «peruana». Redefinir la manera de usar la palabra, de ver el propio idioma. Yo creo que lo que trabaja Arguedas no es sino consecuencia inevitable de ser políglota, hay un principio fundamental que te sugiere el empleo distinto de un idioma y otro, entiéndase, considerar cierta excepcionalidad al objeto más allá de su valor puramente discursivo.

Luego, he oído frecuentemente esta pregunta: ¿Piensas en español o en francés?

Leve como puede parecer, creo que dicha interrogante permite algún sentimiento poético y no pocas reflexiones.

exclusivo

8 Jun

Se sabe que el premio literario a nadie le importa. Si no puede ni seducirnos en su excepción, de veras es triste.

Pavadas, pues.

En términos modernos: La literatura es una «subcultura», se liga a un modo de vida abstracto y cerrado, no distinto a las conversaciones que se pueden oir en las revisterías de manga o las tiendas de cartas Magic. Es un mundo cerrado, de gente que se quería ganar una identidad y lograr algo serio con una actitud más lúdica que pragmática dentro de su visión muy personal y nuclear del mundo. Si la literatura se cierra, se vuelve la discusión de dos compadritos en un lugar recluso, sobre Bolaño o este otro que me ha gustado tanto y es…

Entiendo pues, que si hay cierta ilusión de prestigio en los cuartos cerrados que suelen esconder la literatura, no es tanto que el escritor y sus congéneres sean unos inadaptados sociales cuyo amor propio sería gravemente ofendido si se les compara con algo más popular -aunque haya de estos autores fáciles de ofender por todas partes-; no es un fenómeno sicológico, ni puramente social, sino que encaramos una carencia cultural que se viene arrastrando hace ya unos siglos.

Por otro lado, ¿qué tipo de difusión ganaría un cantante como Dylan o un exitoso director al recibir un premio literario? La respuesta distará poco de «absolutamente nada». Y esto no es porque el cine o la canción sean entidades superiores en el sentido estético, y que la literatura sea una forma menor del arte, sin seriedad alguna. El fenómeno es de industria. La editorial moderna tiene más o menos la pertinencia en el presente que tienen los dinosaurios en la superficie del sol. A nadie le importa el premio literario más que al escritor, y casi nomás le importa por un sentido económico.

Me temo bastante que la amplitud geográfica no esté directamente relacionada con nuestros prejuicios y que actualmente nos encontremos frente a un fenómeno puramente cultural. Los jueces internacionales no son mejores, ni peores que los demás, mas sugieren una amplia audiencia que servirá a la difusión -tan necesaria y dolorosa-, de un artista que busca expanderse en las fronteras. Suponemos desde el principio, ciertos factores dominantes inmediatos que vienen de la industria y del poder económico: El premio es un negocio, simple y sencillamente.

¿Por qué entonces tenemos convenciones menos prestigiosas que otras? Mientras que ganar un premio literario que limita a los candidatos de un solo país parece cómodamente inferior a uno internacional; el premio de poetas cuadrados se siente desvirtuado si en algún momento es Bob Dylan quien lo gana. Hay cierta analogía si se piensa, ¿por qué un criterio tiene aquel complejo de inferioridad mientras que el otro se crece?

Ya menos caricatural el mi reflexión inicial del prestigio: Un autor reconocido por otros autores en categoría de autor, suena de cierta manera especializada y minusciosa, un reconocimiento de importancia a causa de un determinado «rigor». Suponemos que el rigor es bueno, aunque se sepa arbitrario y no tenga que ver directamente con el arte, necesitamos una forma fácil de calificar para justificarnos y a justificar a los que piensan como nosotros: Se requiere una convención.

Primer chascarrillo que me viene a fuerza: El músico y el cineasta ya tiene toda ventaja en la vida social, todo tipo de genuino reconocimiento, dinero y mujeres; ¿por qué el escritor no iba sencillamente actuar por verde envidia? Francamente no podría criticarlo. Si a García Marquez se jugara la carrera en medirse con los Beatles, comprendemos bien que se le pueda ver mal parado.

Sin embargo, podemos hallar algo turbio en el propósito cuando no se pone en juego el estado de arte, cuando la controversia precisamente se nos figura intrartística (pienso por ejemplo, la ausencia de la literatura infantil dentro del comité del Nobel, como la redacción de guíones o canciones con verdadero reconocimiento literario*). No es que se ignore o desmerite la calidad de las obras o sus creadores, simplemente se decide excluirlas de los círculos literarios formales. ¿Por qué?

Mi máxima le puede parecer menos evidente que lo que me parece a mí, lo cuál es aceptable. ¿Es el grito de un panadero literatura? Hacemos algún extracto selectivo de lenguaje para poder decir que trabajamos en un estado de arte, la idea misma de la selección sugiere la exclusividad.

*- Y digo bien literario, no artístico, pues se debe admitir un trabajo al nivel de la palabra en otros tipos de arte, un dominio que además, difiere necesariamente de la palabra «pura».

La literatura no se enriquece al volverla un club cada vez más exclusivo.

Tareas

9 May

Soy, como probablemente sea su caso, heredero de una cultura en la cual la lectura es promovida como una actividad benéfica y de interés general para el ser humano.  Yo no sé a quién se le ocurriría tal cosa.

No me tome a mal, está más que claro que leer y escribir son actividades a las que yo tengo un aprecio enorme y que llenan mi vida de una benéfica claridad como pocas cosas pueden. Si, esto efectivamente me basta a mí, mas no me ilusiono pensando que le baste a a usted. Voy a concebir un argumento -si bien tipicamente mis defensas argumentales caen en lo futil-.

Me parece en toda evidencia que leer no es bueno. La sociedad presta un valor solo a aquello que produce o disciplina al ser humano, la lectura por sí misma, no hace ni una cosa ni otra. Mi análisis, que puede parecer superficial, ilustra gran parte del fracaso estrategico en algunos sistemas de educación. Por sí mismo, leer no sirve para gran cosa, es un gesto alienador y distractor que ni siquiera se digna a distraer o alienar bien. Ni hablemos de a qué punto leer no es un negocio, si entiendo bien se hace grátis.

Luego nos lanzamos en la tétrica noción de enseñar un cánon literario a un grupo de jóvenes -por lo regular se educa a jóvenes, si bien los adultos iletrados presentan otras dificultades en lo particular-, libros de esos que conocemos como «clásicos». No sé si habrán leído un clásico. Por lo general no son libros que fáciliten el goce de la lectura. Hay muchos ejemplos que prueban lo contrario, pero si le pasa Pedro Páramo a un chiquillo que no ha leído, lo mirará de modo extraño (a usted, a Pedro Páramo). La ejemplaridad de los libros más famosos, es en realidad, una suerte de ejemplo que funciona sobre todo en los leídos. Uno se puede volver un leído sin leer, pero asumir que todos lo harán, es un fatal error de táctica.

Sigo sin estar muy convencido de que leer sea bueno. Se pueden sacar cosas benéficas de la lectura, eso es innegable. Se pueden sacar beneficios de la trepanación. Solo que no podemos andar cargando con mitos de que leer es para todos, y que siempre es bueno, castigando a jovencitos que nunca serán apasionados lectores por una costumbre cultural que nos parece adecuada. Y lo digo así, bien consiente de que si se borra a la literatura de nuestra educación nacional, bien puede ser el final de su práctica. Los libros viven de sus lectores, tanto es evidente, los lectores se educan, se desarrollan y se cumplen. Aún esos que nacen siendo geniales lectores necesitan haber tenido un libro a la mano, volúmenes empolvados o en saldos, robar de bibliotecas. Me da un poco de miedo pensar que cuando haya más libros en internet que impresos, ya no tendremos felices coincidencias de este estilo (una cosa triste de internet es cuando se pierden los felices accidentes de hallar algo que nos acomoda, que nos alegre o nos consuele, y no tengamos sino esa falta de dirección como guía para clamar que el azar nos ha brindado un espectáculo deseable que de otro modo no podíamos haber alcanzado, guardar pues, ese milagro del tiempo y el espacio, del mundo casi instantáneo que es la web, para no perderse, ¿qué habrá sido de Aracely?). El riesgo me parece válido, creo que tratar las cosas como son tal vez sea más benéfico que el ritual acostumbrado que tenemos, si bien sé que los rituales no acabarán en mí. No es leer lo que te hace culto, sino la mirada crítica y la sensibilidad que a veces se descubren al leer. Si enseñaramos esto en vez de obligar a leer, seguro que mas gente leería. Entonces la escuela si podría ser sin miedo, un tipo de educación.

Repongo el propósito. Leer es efectuar una mirada, tirar algo, entender algo. Pero es también el marco de la lectura, su forma, su límite, su malcia. Leer es saber que se lee, y olvidar que se lee. Por sí misma, la mejor de las lecturas se vislumbra como un proceso que no se ha terminado, como si no tuviese fin ni nociones. Eso la lectura completa, la que puede recrearse y es única. Ser capaz de mirar de varios modos y cambiar de opinión, arriesgar a equivocarse y redefinir un concepto, todas son nociones que acompañan muy bien el aprendizaje. Solo que se tiene, para llegar a esto, una práctica metódica de la lectura y el lenguaje que hasta ahora no está resultando simple presentar. Entonces esperamos que la lectura de algún modo haga el trabajo.

A veces, excepcionalmente, funciona. Creo firmemente que podría mejorarse bastante el concepto del arte en la escuela. Creo también que la dimensión feliz del arte no debe menospreciarse.

No es cierto lo que vale

21 Abr

Raro como puede sonar, uno de los problemas más antiguos de la literatura es la búsqueda de la legitimidad. Ahora que lo pienso, no es un razonamiento tan raro, después de todo erigimos una sociedad utilitaria donde las cosas pretenden poseer una intrínsica función que simplifique la vida, pese a la superficial visión de «necesidad» que hoy día podemos tener. La literatura existe desde hace tiempo, y su cara se ha renovado para resistir a los discursos que habrían podido borrarla.

Recordemos que los antiguos griegos -que por algún motivo suelen suponerse precursores del pensamiento moderno, ¿eurocentrismo tal vez?-, tenían escuelas de retórica en las cuales se les enseñaba a los ciudadanos a emplear correctamente el discurso. Por supuesto, la retórica es bella pues entre sus mañas se buscaba embelesar al oyente, pero ante todo la retórica era útil, el objetivo era convencer y obtener un resultado favorable, independientemente de la veracidad del objeto trazado.

La tradición quiere obligarnos a que el discurso retórico sea un ancestro de la literatura, bien, para este caso nos conviene. El problema de la legitimidad en el arte, consiste en que no nos importa consecuentemente que algo sea cierto para que sea legítimo. Decir la verdad no basta. En la literatura, como en todo arte, se tiene que «sobrepasar» el sentido original del objeto, tiene que extraer su valía de otra fuente que no sea la simple documentación -transformación a papel de cualesquier realidad-. Se dice que la ficción busca revelar la verdad a través de la mentira.

Los detractores de la ficción argumentarán que me equivoco, traerán tal vez a colación la existencia del realismo, del cine documental o de la ciencia -madre e hija de todas las literaturas-. Dirán tal vez que alguna fama le valió a Julio Verne haber discutido sobre viajes espaciales y submarinos antes de su tiempo. Estos estimados argumentos, pueden más o menos diluirse en que la teoría y práctica de los textos esgrimidos, suelen estar bastante aparte. Muchos científicos consideran que la claridad argumental y el órden en un documento fundamenta gran parte de su interés, pues finalmente la ciencia no es solo búsqueda de conocimiento sino también comunicación del mismo. El documental suele ser uno de los géneros que toman más partido al expresar sus ideas, no pocos directores se inclinan por el pathos, por generar y recrear instancias ficticias que ilustren sus puntos principales, para lo cual el documental se vuelve una herramienta para convencer -esto es un error fatal y un cáncer que ataca a este legítimo género-. El realismo por otro lado, en todas sus iteraciones, fue tachado de más artificial que cualquier otro género, tal vez simplemente porque la simple transposición de lo real a tal o cual formato -escrito, pintura, teatro-, no es necesariamente sencillo y requiere algún truco. Sin olvidar mencionar que la lógica realista es una manera de pensar y construir una narración, en el fondo se sabe que las historias realistas solo pueden terminar de un par de formas.

Por supuesto, la veracidad suele añadir algún valor legítimo a los textos que permite su continuidad. Mann, por mencionar a alguien célebre, aborda su tiempo histórico con gran sensibilidad e incluso miedo. Parte de lo que hace legítima a su obra es que no termina por ser tan solo eso. Recuerden que hablamos de literatura, la cual no forma en verdad parte del discurso histórico, pues la historia es bastante excluyente en sus voluntades y prejuicios para representar una tendencia artística marcada. Un elemento que suele añadir a la valía de una obra, es obviamente su estética. Debemos sobre entender que no basta, o tendríamos más libros hermosos de los que conocemos. Nos interrogamos de que es legítimo en la literatura al decirnos que tenemos muchos libros que leer, y que a la vez no leeremos todos los libros que existen. No hay paradoja, en ese simple pragmatismo de lector dominguero se encuentra el núcleo y la esencia de la legitimidad. Hagamos una alusión hipotética.

Supongamos que algún premio literario -digamos el Cervantes, hablamos en español-, ha ganado nuestra confianza y nuestro aprecio al grado de decir que su apoyo, nos inclina a leer la obra de un autor en vez de otra. Entonces a nuestros ojos, un premio constituye la legitimidad. Si nuestro libro es estudiado en las escuelas, entonces también es canónico, y creemos, aunque sea provisionalmente, en su supervivencia. Si usted ha seguido un programa escolar o cualquier premio, sabrá que hallará libros hermosos al exterior de estos, que usted seguramente amará y disfrutará más que los que tienen ese aval. Porque obviamente, si la legitimidad no es verdad ni belleza, tampoco es calidad.

¿Cómo gana una obra el caracter tan accesorio y fundamental de ser releído por fanáticos y premios por igual? No es poco menos que una triste operación política, un discurso en frente del senado griego o la fabricación de un presente común al que llamamos occidente.