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Diccionario judío

19 Oct

Nada menos que en una revista literaria, me encontré con la reciente publicación de un diccionario enciclopédico del judaísmo, con una reseña indicando sus incógnitas -¿cuándo se es judío?-, sus personalidades y sus controversias. El artículo, más o menos promocional, me pareció curioso, y por lo mismo lo hallé estimulante para el pensamiento -hacer algo con la curiosidad aparte de tenerla-. Me interrogué sobre la necesidad de dicha publicación, y tras unos minutos de reflexión la encontré sencillamente brillante. Y luego pensé en wikipedia.

Imagino que a estas alturas todo el mundo tiene suficiente pensamiento crítico para cuestionar el funcionamiento y la práctica que se han desencadenado con la enciclopedia de internet, en este caso echar fuego a la controversia no se me figura importante, mas he de admitir que los puntos son válidos. Se teme, por ejemplo, la homogeneización de las fuentes de información, particularmente la inválida reflexión de que el conocimiento es uno, y que la wikipedia representa una visión válida de algo –aunque fuese la cultura dicha, occidental-. Nosotros sabemos que cada cultura es excepción y por lo tanto las reglas puestas por wikipedia ni nos van ni nos vienen.

Una enciclopedia propone porypor definición una visión consolidada del catálogo de objetos que contiene. Se requiere un mínimo de legitimidad, de fuentes, de conocimiento dicho histórico. Ninguna enciclopedia, por lo mismo, busca ser exhaustiva; el saber probado y reprobado es de una suerte que escapa siempre al discurso y en cierto momento, lo legítimo deja de tener no solo validez sino sentido. El enciclopedista por extrapolación es una suerte de Adan moderno, que trata de reencontrarle nombres a las cosas que ya son, y por esos nombres contener la cosa misma en un fenómeno seudo-mágico. La enciclopedia es una suerte de posesión y de dominio, su discurso, cuando no riguroso porypor definición, tiene siempre tintes de poder.

La tecnología de esta enciclopedia/diccionario del judaísmo, no es ni nueva ni tampoco profundamente artística, pero con la vacuidad que sufre la información de hoy día por el fenómeno de internet, acaso su relevancia se ha incrementado por ende. Un dato cualquiera es nada en el abismo que es internet, su sentido está comprometido con su fuente y su lugar de enunciación. Con la cuestión del anonimato uno no sabe, simplemente, de dónde vienen las cosas, incluso este blog pudiera ser una sucesión de plagios, si no lo abordase con un género que expusiera por su gratuidad y abundancia, una continuidad evidente. Las enciclopedias clásicas, eran para bien o para mal, tarea de individuos bien definidos anclados para bien o para mal, en un modelo discursivo bien limitado. Nuestra obra judía no hace sino incrementar aún cuan particular es el contenido, cuan irreparablemente límitado es con respecto al tsunami de información que la actualidad nos presenta. Y ya lo decía Gide, de lo particular a lo general, solo dentro de un cuadro debidamente limitado, la información misma recobra su gravedad y su sentido. Solo en contexto el azar importa.

Todo ejercicio de poder tiene su lado arbitrario, así también las enciclopedias, la pretensión de universalidad solo las vuelve objetos extraños y nebulosos que no sirven bien a los proyectos inventivos. Borges regresa asiduamente a su Enciclopedia Britannica no buscando simplemente méritos y referencias, sino menoscabos y anécdotas. La enciclopedia -sugiere Borges-, es a la manera de la teología, una excelente fuente de ficción; un género del todo depurado por su seriedad y su temática, que no son menos arbitrarias que el tipo de discurso que emplean. Habría que producir enciclopedias marginales, pues solo aquellas reconocen y reproducen los objetos con la misma voluntad recreadora que lo hace la literatura. Admitiblemente, podrían perder parte de su absurda ficcionalidad, pero su capacidad referencial y contextual las volvería ejercicios interesantísimos del punto de vista estético y sensible.

Imagine por ejemplo que todas mis definiciones -o ausencia de estas- se aglomeraran en una suerte de enciclopedia del presente blog, llamémosle índice si uno requiere tales precisiones. Esto ya sería una ficción enorme, desde que partiría del principio de la contradicción, y podría ser una lectura entretenida. La búsqueda de totalidad o la retórica del embrollo que sufren las literaturas secundarias del estilo son encantadoras, como ya hemos notado -los ejemplos pueden verse en 2666 o en Rayuela. Vislumbre en esta práctica una válidez literaria de la enciclopedia y el diccionario, que acaso es la única que le queda a cualquier ejemplar de este género, hoy que la información no vale el bit donde se guarda.

El arte, si se quiere, está en las pequeñas controversias que el mediador trata de evitar, y que en nosotros son reconocidas como prueba del caos humano que representa la visión del mundo. No lo achaco a la pura subjetividad, sino a la voluntad primaria que tenemos de hacer de los discursos algo más increíble que las cosas que los producen. Existen también valores que exaltan la imaginación de tal objeto, como la fatiga y el error. La belleza del hombre mismo detrás de la palabra, que es finalmente, la belleza de la palabra.

Sin título

3 May

La paradoja del discurso, no solo consiste en que la veracidad del mismo es insuficiente para sostenerlo y que requiera de una legitimidad externa, también por razones absurdas, él mismo supone aún en nuestros días, cierta autoridad y valía.

No quiero pasarme mucho tiempo citando antecedentes, pero ya en los tiempos de Platón se interrogaba la autoridad que el discurso escrito tenía para fines didácticos. Los antiguos consideraban que la palabra escrita era una extensión de la memoria, y a su vez, una herramienta insuficiente para el aprendizaje. Aún hoy, puede debatirse el lugar de los libros de texto en la educación -y no hablo solo de una revolución de medios e internet, sino verdaderamente la efectividad de la palabra escrita contra la enseñanza presencial-, mas lo que nos interesa se haya precisamente en otra evidencia sacada de este ejemplo. Y es que los antiguos no pensaban como nosotros.

Explicaba que de cierto modo, la autoridad de la palabra escrita se acercaba a una realidad hace determinado tiempo. Los medios de producción de los textos no siempre han estado igualmente repartidos, y escribir muchas veces coincidía con personas que detenían alguna autoridad. Esto aún es una versión bastante embrional de lo que sucedió más tarde, que haría crecer la valía del texto frente a la palabra oral en la sociedad que Europa fue desarrollando. Creo que el drama comienza con la ciencia.

Sabemos que el auge de la llamada «Ilustración», se llevó a cabo a través de un renovado interés en la cultura antigua, en la ciencia y civilización desarrolladas en Grecia y Roma. Estos eventos de cierto modo, redescubren una noción de historia y lo que se volverá más tarde las ciencias formales. Se crea la división fantasma entre Historia y Prehistoria, dos divisiones temporales cuya distancia es precisamente, la ausencia de prueba escrita para corroborar los eventos que en ellas transcurren. Entonces se comprende -o se inventa- que el texto es una manera de recuperar el pasado. Extiende nuestra memoria a tiempos imemoriales y de cierta manera, redefine la realidad.

Hay que entender por lo menos dos cosas sobre la Historia, la primera, que los hombres que no tenían escritura no eran menos complejos y profundos que los que vinieron luego y la segunda, el como emplear textos termina por formular la Historia por medio de un discurso, que forzosamente tiene fallos, omisiones y puntos de vista. Hemos abordado la idea de un discurso de lo marginal, en lo que refiere a tomar parte de nuestros orígenes y nuestro discurso, el hombre prehistórico, el que no escribe, es uno de los grandes enajenados que aún ronda nuestros tiempos.

Suelo tomar el ejemplo de la filosofía, pues su materia dialéctica se presta a una interpretación rauda y efectiva. Sabemos que los filósofos griegos no eran fanáticos de la escritura y que sin embargo es esta la que los conservó hasta nuestros días. Al leer cualquier filósofo, no nos encontramos frente a un hombre que ha formulado por primera vez una concepción del mundo, nos encontramos tan solo ante uno que optó por el engorroso trabajo de ponerlo en papel. Sin embargo damos «autoría» de tales pensamientos a quienes los difunden, no a quienes originalmente los formulan. Porque de cierta manera, el gusto por la originalidad y el culto al nombre transforman partes de nuestra tradición escrita en una payasa competencia de ideas ya formuladas y propiedades necias. Todo es ilusión histórica, todo es falso valor en lo escrito.

Por el gusto de completud, señalo como al tiempo que los medios fueron acercando la escritura a la mano de cada individuo, la figura del autor fue deformada para imitar cierto principio de legitimidad. Las cosas no ganan valor solo por estar escritas, tienen que tener un autor reconocido y de importancia para realmente ser tomadas en cuenta. Señalo no sin malicia que este culto a la personalidad se ha ido desvaneciendo lentamente de los círculos científicos y que ha permanecido tan solo en dominios llenos de presunción como el artista y el millonario. Y es que la palabra no vale nada por sí misma, ni siquiera como testimonio o peso de valor.

Un ejemplo que también podríamos aplicar es el de este blog. Siendo el desconocido que soy, el medio barato en que lo produzco y la falta de pretendida originalidad a la que adscribo, podemos argumentar que se trata de un conjunto de textos sin ninguna valía real. He tal vez, jugado un poco con una variable que escapa al discurso histórico convencional y que remite a la experiencia de un individuo cualesquiera en su quehacer de intercambio cotidiano sobre sus pensamientos leves o graves. Visto desde este punto de vista, creo que hay manera de entrever que en internet, y enfrente de nuestros monitores podemos hallar un nuevo tipo de hombre prehistórico, cuyo discurso acaso es tan fugaz e irrepetible como aquel de tantos entes sin nombre que nos han precedido.

Si mi dictamen fuera acertado, iríamos dirigidos a una triste periferia.

Al explorar la idea de…

29 Abr

Al explorar la idea de cualquier legitimidad, uno debe reconocer la razón fundante de este valor. Que se requiera legitimidad, es algo que cualquiera acepta aunque el objeto legitimador no sea sino una patraña. Si uno no se interroga el por qué, probablemente no pueda tomar en serio su propia interpretación de este asunto.

El problema de la legitimidad debe enunciarse antes que nada como una paradoja: Para conocer el universo debemos creer en el discurso de otros y la experiencia que proponen, para que el universo sea consistente, no podemos creer cualquier cosa que sea dicha. Para colmo existe la ambigüedad, que no nos simplificará el asunto, mas como de costumbre en este blog, sobre entenderemos que la ambigüedad en el asunto es voluntaria, y la ignoraremos.

Entonces, para resolver este dilema sobre el conocimiento -cualquier conocimiento, especialmente el más banal-,  se aglutina un cuerpo de información con alguna consistencia interna, un grupo de palabras e ideas que en realidad nunca estamos vigilando pero tácitamente admitimos en lo cotidiano. Digo bien que se aglutina, pues cualquier ilusión de órden en el asunto es precisamente, tan solo una ilusión. Luego se sobrepone, en la medida de lo necesario, una ficticia relación entre cada idea. Ahora veo que me estoy saliendo por abstracto, trataré mejor algún ejemplo.

Cada persona aprende una lengua como se le presenta en la vida, los inmigrantes como inmigrantes, los naturales como tales y los mudos con los dedos. El proceso de la gramática está impreso en nuestros cerebros, cambiar de orden y tono las frases para alterar sus sentidos, nos viene y nos va como si la transformación tuviera sentido propio. No obstante, cualquier sonido y cualquier sentido se presenta arbitrario al aprendizaje, uno lo aprende tristemente de a uno a la vez.

Entonces, esta manera rústica de aprender, responde precisamente al hecho de que nos colocamos en lo arbitrario, y lo inventado o se sabe o se reinventa. Yo puedo aprender mal una palabra, y que en la vida se me corrija sobre la comprensión que conlleva. Puedo leer mal, puedo interpretar pobremente un concepto, y no es solo algo posible, sino probable. Nuestros conocimientos no se verifican por sí solos. El arte va a tratar incluso, con lo inverificable. Lo que no ha evitado que el hombre trate de regular todos los asuntos estéticos, pues si hay algo que incomoda y confunde a cualquier hombre, es lo desconocido.

Un ejemplo interesante sería del lenguaje, el triste uso de cualquier diccionario. No he visto pocos juegos literarios que sugieren la compañía o herramienta del diccionario para funcionar, si algo se debe saber es que el enorme tomo alfabético, es un elemento de azar. Es también, sin duda, la representación absurda de la legitimidad y lo que en ella esperamos. El diccionario no está fuera de control, tan pesado es que flotar se le niega. Detrás de la pila de papel, debe haber una academia, cuyo poder radica exclusivamente en su legitimidad tácita. Cualquier prueba científica demostrará que el idioma español -por tomar nuestro ejemplo-, no es uno, sino varios. La convención es una ficción elevada al grado de verdad, porque de la legitimización siempre hemos tirado y distinguido verdad y mentira.

De ahí la competencia entre legítimo y verdadero, que resaltamos ya otra vez. Una academia -en el sentido que estoy usando, el cual puede distinguirse del diccionario-, es un grupo dedicado a vigilar las ramas de sentido que cualquier conocimiento aglutinado genera para darse razón. Toda academia persigue mantener la vigencia de su propia ortodoxia, aunque con el tiempo traicione sus principios. En este sentido, la academia se reinventa, como el lenguaje; mira hacia atrás y redefine los sistemas a su conveniencia, en la medida que su objeto lo permita. Este tipo de academias, cuando rige un objeto como el lenguaje, afecta directamente la manera en que lo concebimos; el espacio del español en este asunto es interesantísimo, porque la «Real Academia», es un organismo extranjero para muchos países. Hoy en día no diría que hablamos de una imposición, aunque sin duda el idioma alguna vz se nos ha impuesto. El conocimiento no se acopla a la academia, sino la academia al conocimiento. La legitimidad es tradición hereditaria.

La literatura ha peleado por su legitimidad, y las escuelas literarias han sido cicatrices de tales batallas. Aunque el realismo nos parezca normal -aunque la lectura realista se nos ha vuelto una triste costumbre-, no se trata sino de una búsqueda de legitimidad respecto a cierto discurso dominante que el siglo pasado se nos hacía la panacea: El discurso de la ciencia. La literatura, desde la ilustración, ha querido pedir prestadas herramientas científicas, al menos en el afán de sonar oficial y de algún modo merecer el respeto social, que no se diga que los literatos son vagabundos sin quehacer, aunque de esto se trate.

Poner en duda lo que se ha legitimado es una herramienta que le costó caro en ideas al siglo veinte, piense en ella para empezar, antes de abordar un arbitrario.

Estadísticos descubrimientos

25 Abr

El arte no es una competencia, aunque a causa de la legitimidad parezca tal.

Y es que la actitud indiferente de los lectores que se jactan de no leer libros malos, no se inclina al florecer de todo libro que es impreso. Y es que la voluntad creadora de cada autor, no quiere ser regida por los canónes de su tiempo. No obstante, pareciera que al discutir si un autor es «mejor» que otro, cometieramos al mismo tiempo una blasfemia, y un juicio necesario para ver el arte con un dejo de valía.

El mundo de lo estético es un terreno amplio. Creo que la ilusión de que a uno «le queda mucho por leer» no puede ser sino una vanidad creada en parte, por las reglas del canon vigente. En realidad la mayor parte del tiempo nos falta todo por leer. De hecho ya haber leído algo, es victoria suficiente.

Y es que leer, ser espectador, ser receptor, es una actividad artística que requiere criterios estéticos acaso más fundamentales que las del puro creador. La creatividad productora rige mientras la vida del autor continúa, mientras que las lecturas se continuarán, si se es agraciado, mucho tiempo después de este evento. Aunque en realidad, la lectura es un verdadero añadido al mito de una obra, se nos ha vuelto -en el mundo individualista donde las obras compartidas son la excepción y no la regla- la manera fundamental de trabajar junto a un autor.

La legitimidad problematiza la literatura pues arriesga la permanencia de cualquier texto, cualquier poner al alcance un discurso y por limitación implícita, su exposición a nuevas lecturas. Vale romperse la cabeza un poco en estos discursos de legitimidad, una vez más, por internet. Nuestra época es la primera en generar una sobresaturación de información, reduciendo en cierto grado la importancia de la novedad. Y es que hay tanta novedad, que el ser original apenas se vuelve perceptible, pues tiene limitada influencia.

Tal vez nos encontramos frente a un problema que es más bien, espejismo. Pues aunque perdure la sobre saturación de información, nuestro conocimiento y tacto en cierta medida recrea el dilema que existía cuando nuestro problema era la penuría de datos. Para estar al día de las novedades literarias, los sistemas en realidad no han cambiado. La comunicación se magnifica, pero las lecturas se pierden en la masa. Incluso entre los lectores más dedicados, rara vez se efectúan grandes descubrimientos -problemas de legitimidad- y rara vez se tiene a la mano la información de esas obras desconocidas -problema de penuría-. Hemos cambiado nuestra manera de comunicar, aunque en lo que al arte concierne, nuestra capacidad de leer no haya aumentado un décimo.

Pensemos en el periodismo que también se ha desartículado en parte frente a los medios tecnológicos recientes. La mayor parte de las grandes firmas de comunicación, obtienen su conocimiento de las mismas premisas, y a partir de estas hacen algún ajuste en sensibilidad para cierta franja lectora. Mientras tanto, el periodismo de investigación, el clásico, no ha ganado sino algún consuelo en la velocidad de documentación en línea, que no siempre es confiable. El trabajo de buscar la primera información sigue siendo tan penoso como siempre ha sido. Para revolucionar verdaderamente nuestros sistemas de comunicación, culturales, o sociales, o científicos, debe poder existir un mejor fundamento a la base, esto quiere decir, un acceso superior a la información primera desde aquel que trabaja con el objeto «desconocido». Si uno considera el panorama actúal, la mejora vigente es la tecnología portatil.

¿Qué cambia exactamente con el uso de tweeter o facebook? De entrada, nuestra herramienta de difusión «no depende» de una infraestructura importante, la velocidad de publicación es envidiable y gracias al soporte humano requerido para filtrar la información, la censura resulta más o menos tardía. Claro, Facebook puede censurarte, pero carece de los medios necesarios para efectuar dicha censura instantáneamente. No obstante, al hablar de velocidad, uno encara la realidad que nos imposibilita a digerir la primera información, organizarla, comunicarla efectivamente y ligarla con sus respectivos antecedentes. Hasta cierto grado las computadoras pueden ayudar en este respecto, pero hacen poco al discutir sobre elementos verdaderamente nuevos. Un programa suficientemente inteligente, puede surfear un archivo para publicar noticas recientes sobre Bolaño, no puede hallar nada si hablamos de un perfecto desconocido.

La capacidad material de subir información a internet se ha incrementado drásticamente, en todos los ámbitos, y la cultura se favorece bastante de estos medios. Muchos sitios promueven cantidad de contenido propuesto y capturado por los usuarios, mas persiste el problema de que no se tienen ojos para verificar todos los hallazgos, y que estos ojos a veces buscan tan solo elementos superficiales (cosas censurables, suprimir). Nosotros necesitamos lo contrario, necesitamos una vigilia que promueva la información propuesta por los medios «ilegítimos» y cuya función sea promover, reproducir y valorizar. Es un trabajo que por definición no lo puede hacer uno solo, se necesita un compromiso de una comunidad entera para seguirlo.

No puedo evitar pensar en el sistema de vigilia por internet puesto en funcionamiento en Inglaterra. Ya saben, aquel donde se paga a los ciudadanos por vigilar cierta cámara de video al día para denunciar activamente los crímenes que dichas imágenes captan, incrementando la «seguridad». Seguimos proponiendo sistemas comunitarios que avalan y multiplican la censura, aunque se escuden en preservar la ley. ¿No deberíamos ya tener comunidades del género que impulsen la libertad?

Presumo que no ganarían tanta plata.