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Ojo de buey

19 Abr

Me pasa que leyendo revistas literarias termine por encontrar unos cuantos escritos que sugieran un desafío. No tengo nada contra el formato de la crítica convencional, me parece que sin un mínimo de información el mar de textos que se producen es prohibitivo. Sin embargo no se puede negar que no hay tanta literatura en los libros, o si se quiere, solo está el mínimo matemático de literatura que se puede encontrar escribiendo así nomás, por el gusto y el puro inevitable de lo estadístico.

Por supuesto no pienso seriamente que el arte sea una suerte de milagro, entiendo que su voluntad requiere un despertar intenso en nosotros. Me gustan tal vez los textos de Borges o Joyce, pero no soy tan ciego redactor que no entienda que perseguir sus estilos caería más en el pastiche que en el verdadero homenaje. No tiene sentido empeñar esfuerzos descomunales en ser más Joyce que Joyce, también Borges planteó esta complejidad incoherente al postularse un segundo escritor de un primer Quijote. Por supuesto, lo estrictamente literario puede venir de la estadística y sus combinaciones arbitrarias de símbolos. El arte por su lado, parece exigir una voluntad humana.

Uno de esos hallazgos de revista fue conocer en resumen la obra aún en construcción de Jonathan Safran Foer. Los autores contemporáneos están sobreexpuestos, y en esa imposible visibilidad muchas veces se ocultan méritos literarios que en los consagrados nos parecen évidentes. Tal vez es culpa de una cultura de celebridades, nuestra mente asume de antemano lo fácil que debe ser dividir los textos entre los géniales consabidos y la novedad barata. El caso es que leyendo entre líneas algún detalle del comentario me interesó en este aún joven autor, pero tomaría largo tiempo antes de que me procurara alguna obra suya por mi snobismo sobre idioma original.

El ejercicio de comparaciones con otros textos suele ser engañoso en la acumulación. Voy a tomar ejemplo que escuché mucho en la vida real, basada en la crítica de videojuegos, sobre un título llamado Shovel Knight. Si se comienza diciendo que el juego en cuestión se inspira de Megaman, uno economiza enorme cantidad de palabras y cubre muchos elementos del juego, entonces se decide a tratar de ser más préciso y enmarcar las diferencias entre ambas series. Ahí se puede decir, por ejemplo, que el combate cuerpo a cuerpo nos recuerda a Castelvania, que la exploración es como la de Metroid pero por niveles -así que se parece a Megaman Zero-, que los movimientos principales se parecen a Duck Tales y que el mapa está inspirado de Super Mario Bros 3. Claro, esos elementos podrían estar prácticamente en cualquier juego moderno, y la comparación comienza a trabajar contra el propósito de la información. El que ha jugado Shovel Knight comprenderá exactamente cómo aplicar cada comparación, pero a alguien que ignora el juego le resultará opaca la participación de tantas fracciones al producto final que jugará. Las reseñas se deben a la gente que ignora el juego, los que lo conocen no ocupan reseña.

En cuanto a Jonathan Safran Foer, pienso que el uso de la comparación le fue benéfico para mi causa, entiendo que fue descrito en términos de influencia a través de autores respetables como Gabriel García Marquez, con gran tarea en el lenguaje y un uso liberal del humor. La reseña no tardó en mencionar que el autor era ensayista y como pienso que la capacidad de escribir crítica pertinente es algo valioso en la literatura contemporánea, esto también era halagador.

Otros aspectos del artículo en cuestión me desanimaron, se insiste en el origen judío del autor, sobre que reside en Nueva York y que pertenece a una comunidad vigente de autores. Este tipo de datos (así los considero, unidades de información dispersa, vacía), suelen ser la expresión de una insistencia en aspectos visibles en la lectura. Casi diríamos, señalan los excesos que tiene el autor a los ojos del redactor de la crítica. ¿De cuándo acá me importa si un autor es judío o no? Vehícular este tipo de división en el arte de la palabra por el uso liberal de ciertos topos culturales es fatigoso. Que la política se arme de sus vestigios de propaganda, me interesan los temas, inspiraciones y experimentos de los autores, no su situación en una fórmula identitaria generalizada y cambiante. Por supuesto, la mención describe un poco la trama, Everything is Illuminated se funda en un espacio judío mítico -o ya vuelto mítico- en medio de los conflictos del siglo XX que se consideran centrales en la historia de esta cultura en particular.

Tras la lectura de esta primera novela muchas de mis evaluaciones primeras fueron confirmadas. Una extraña se sumó a estas consideraciones: tratándose de una primera novela el texto que leí cometía ciertos «errores» por falta de experiencia. Los vicios del escritor experimentado existen, tan solo los consideramos menos graves que los del novato pues hay más primeras novelas que escritos expertos viciados.

Me he librado al ejercicio imperfecto de hacer una crítica de una reseña. Para que resultara semánticamente relevante, ustedes deberían conocer el texto que la reseña trata, lo que inmediatamente los descalificaría como audiencia, pero les daría la información necesaria para juzgar los detalles en correcta medida. Por supuesto, es vano producir reseñas de textos évidentes o archiconocidos, lo que limita el alcance de mi ejercicio a esto: un ejemplo difuso que trata de generalidades sin entrar en detalle. El proyecto de criticar mejor la crítica que viene en las revistas nos exige una preparación diferente y es un problema que tal vez me plantee en un futuro cercano.

Tal vez entonces también hable directamente de Everything is Illuminated.

Hey Chico

1 Abr

Ya puedo considerar este sitio oficialmente un blog después de una cantidad arbitrariamente larga de días sin dar noticias. Podemos suponer que tengo otras cosas que hacer ¿no? Bien, supongamos eso.

En fin, quiero hablarles de una historieta, creo que es la tercera que revisamos cronológicamente, y pertenecerá a otro de los géneros mayores, a suerte de primer ejemplo, en lo que a este medio se refiere. Antes hemos visto la tira y el manga, hoy suena razonable darle una mirada a un comic.

La conotación de la palabra dentro de el mercado de masas es tan negativa que se concibió un término neutro para apelar a la seriedad de la empresa con que la obra en cuestión se produce, me refiero al término de la novela gráfica. Cabría dignificar esta extraña elección de palabras con un análisis puntual, pero lo dejaré para otra ocasión. En este caso no voy a tratar una obra que pueda voluntariamente caer en el área gris de las dichas «novelas gráficas», sino a una serie hecha y derecha, que también pertenece a uno de los más famosos autores independientes que los comics gringos tienen hoy en día. Me refiero naturalmente a Hellboy de Mignola.

Sería extraño que uno fuese lector ávido de comics y que no se hubiese topado con esta serie, que ha sido alabada y que continúa aún hoy día produciendo nuevas historias. Un elemento fundamental del genero comic es esta fuga hacia adelante, este avance indeterminado que desarrolla nuevas historias inconexas con autores y situaciones cambiantes, expandiendo lo que se conoce como «canon» y que es una parte importante del atractivo que muchos lectores ven en este tipo de serie. Tal vez hay que aclarar antes que nada, para los no lectores de historietas, que no se trata de una serie estúpida. Efectivamente, es entretenimiento, pero la calidad de escritura e imagen no deja caber en duda el caracter artístico de la historia. Incidentalmente Mignola debuta su carrera como dibujante, con un estilo característico muy adaptado al noir, que le da una estética bastante notoria a sus dibujos. Acompañado con tintas sólidas y trazos sencillos, hay algo casi fotográfico en las figuras simples que el autor figura. Otros dibujantes han tomado las riendas de la obra, pero respetando y asimilando el arte original del creador, precisamente porque es tan característico para el ambiente de la serie.

Entre los elementos centrales en la narración de la serie tenemos la acción, el terror y el folklore. Probablemente la violencia y el movimiento son lo que permite a Hellboy pasearse en las tierras de los trabajos «serios» y las series de comics más tradicionales. Hellboy no es un superhéroe, pero por sus hazañas y frecuentes peripecias podríamos asimilarlo a uno, pues parece emular la acción de rigor de estas series muchas veces tachadas de juveniles. Mas un análisis más proximo descartaría la centralidad de este argumento, primeramente porque el énfasis en la lucha es practicamente inexistente, luego porque más que un superhéroe, Hellboy pertenece más bien a la acción del héroe mítico y mágico: el ingenio y el destino parecen turnarse para abrir paso a las acciones heroicas del personaje. Más sencillo es hallar lo estético en el uso de los otros dos elementos. Primeramente uno va de la mano del otro: estamos en el género que inspira miedo pues el folklor está poblado de horrores, las historias de Hellboy provienen de distintas tradiciones populares y de cuentos regionales de muchos tipos, jugando con demonios, duendes, brujas y vampiros, con aprecio y apego por la fuente original, sin caer en la reinvención moderna que muchos de estos seres fantásticos han sufrido. Claro, el encanto consiste en reinventar, pero conservar el encanto y la magia de los originales, de lo que eran miedos culturales y nocturnos, imágenes turbias de las preocupaciones y miedos más personales de sociedades enteras.

En este empleo del cuento popular tenemos otra virtud quizás atractiva para el lector casual de historietas: muchos episodios de Hellboy pueden ser leídos sin un seguimiento riguroso de los eventos anteriores, hay mucho que proviene del cuento fantástico en cuestión que se está tratando. Este valor episódico y flexible ayuda a mantener la historia fresca, a introducir elementos diferentes e inesperados de un sitio a otro, que acompañados del empleo ameno de la tradición oral y la belleza del trazo característico de Mignola, hacen de estas historietas objetos hermosos y llenos de dones. La lectura es amena, las historias son estimulantes y funcionan como ficciones que un adulto puede disfrutar, sin volverse por lo tanto inaccesibles a las generaciones más jóvenes. Tienen sin duda una inocencia especial que permite vivir la magia dentro de cada historia, y al mismo tiempo no dudan en vislumbrar los horrores que no dejan de hallarse en el espíritu humano.

Por cuestiones de espacio no puedo entrar en más detalles, creo que otro tipo de evaluaciones pueden encontrarse fácilmente por internet, y espero que no dude en referir a estas para afinar detalles que he optado por ignorar. Recomiendo especialmente los libros que contienen historias cortas pues me parece que explotan de la mejor manera las capacidades del medio, la adaptación cinematográfica -que sin embargo no es mala- no transmite el encanto de estas historias separadas que recuperan la dignidad de los géneros populares, con su mismo medio de generación: la variedad y la abundancia. Esta capacidad de división y fragmentación está inscrita en las historietas, creo que ayuda a que funcionen de manera bastante mejor.

¿Algo civilizado?

17 Feb

Dijimos que formalmente se le pueden reputar a Quo Vadis numerosas carencias técnicas que nos meten a distancia con el texto hoy día. Tales divergencias estéticas son a veces la confirmación de un cambio de oficio, entiéndase, de un verdadero distanciamiento entre la narrativa de la novela del XIX y la del siglo anterior. La exigencia técnica del maestro escritor, así como del lector que consume obras, que ambiciona de cierto modo que estas tengan una eficacia y optimización de recursos, el escritor de poca-palabra y mucho-efecto. La obra nos resulta a veces tendida, si bien no cae en verbosismos la tensión es mantenida de manera dispar, y no pocas veces algunas disertaciones sobre la cultura o la situación pueden descomprimir la trama, al punto de resultar confuso al lector moderno. Pero admitiré que a cierto grado pueden tratarse de descuidos y torpezas del autor, que achacaría sobre todo a la inesperada volición que el tema exige a quien ha debido documentarse en él extensamente y debe tratar de enfrentar la claridad a la estética. En fin, no es una obra de proeza técnica, sino que examinará sus propósitos en la trama y la óptica de esta.

Tampoco creo que inclinarse por la narración facilite la comprensión del texto. He escuchado hasta el cansancio personas que evalúan que detrás de una gran novela debe haber una buena historia, pero en realidad la narración no pocas veces es presa de los diversos gustos y las momentáneas impresiones que la estética personal de cada autor supone. Rara vez importa la trama en el primer sentido, pero la ejecución reinventa la importancia de dicha trama hasta transformarla en un símbolo, en una proposición estimulante, o por lo menos un arquetipo. Quo Vadis conforma una trama predecible, y romántica hasta la falta, si se trata de resumir. Mas el trasfondo ético y filosófico del relato son elementos tangibles, como podría encontrarse en las obras de Pío Baroja o León Tolstoi. ¿A dónde lleva reflexión de Quo Vadis? Tal vez aquí podamos encontrar la primera evaluación mayor respecto a la historia: Se trata de un testimonio de decadencia y de atemporalidad, un conflicto entre dos elementos que se imaginan eternos -el Imperio Romano, la religión cristiana-, en una suerte de relevo que sufre de una cierta inevitabilidad histórica. Y es que se sabe la suerte final del imperio y el advenimiento de la religión vaticana, pero no asumimos de inmediato la naturalidad con que tal proposición podría haberle parecido a una persona en medio del tiempo de la transición. Hoy, más o menos, estamos en otros tiempos apocalípticos, ¿nos sorprendería encontrar la proposición de un futuro distinto como un agente inevitable de cambio? Parte del idealismo inescapable que el critianismo encuentra en la obra proviene de este elemento determinado: la fatalidad ha derribado al Imperio, pero la eternidad de Roma sigue firme en la realidad, la novela de Sienkiewicz hace prueba de esa misma continuidad inmortal y validez perpetua. Sin una imagen ideal tanto de Roma como del cristianismo, la incoherencia de estos propósitos imposibles y coincidentes resultaría inexpresable.

Algo debe sufrir la obra del desprecio que le granjearán los ateos, o mejor dicho, los anti-religiosos. El cristianismo se presenta en una luz que pareciera confirmar su divinidad, ¿cómo admitir tal afirmación sin considerarlo una falta sentimental por parte del autor, o una confesión de fé? Sus detractores serán prontos a confirmar un sin fin de conflictos futuros y contemporáneos que rompen el caracter idílico de esta confesión. Y sin embargo, parte del sentido que debemos comprender se halla en la diferencia y no en nuestra pretendida continuidad. Habría que imaginar, que si en alguna óptica la religión cristiana ha podido brillar por sus valores éticos es bajo el martirio, en un tiempo histórico donde su mayor mancha es el pacifismo probablemente se caería en una discusión de moralidad relativa que no conviene exactamente a la dimensión moral que históricamente, para la obra, tiene algún sentido. De hecho dentro del texto este cristianismo perseguido se presenta como inexplicable, y al ponerlo en duda o criticarlo, el lector solo confirmaría dicha expresión. Yo solo señalo que precisamente Roma y el cristianismo funcionan en estas imágenes de objetos que pensamos conocer, pero que dentro de Quo Vadis son notablemenet distintos a aquellos que nos granjea nuestra experiencia. Por momentos nos sentimos más próximos de la moral cristiana que de los romanos, otras veces veremos que la sensibilidad pragmática de los paganos se nos aproximará más. La conclusión evidente es que ni unos ni otros pertenecen a nuestro mismo tiempo, logramos despegarnos de la literatura que mira el ombligo de nuestra sociedad y reconocemos en nosotros mismos formas de pensar enfrentadas, en las cuales la alteridad es admitible y provocadora.

Porque nuestros valores más modernos y razonables no la conforman, esta obra estimula nuestro propio escépticismo ante la sociedad que conformamos. Solo cuando se estima y se ensalza a dos sociedades distintas con similar esfuerzo es concebible la alteridad entre sus valores ¿podemos atacar este idealismo por lograr lo igualitario?

¿A dónde vamos?

14 Feb

Esperaba destinar esta reseña a un podcast, pero una logística web de lo más pragmática exige que las palabras claves sean más visibles en la forma de texto y no del sonido documentado. La observación superficial que acabo de hacer podría granjearnos una excelente reflexión sobre la materia inmaterial que constituye el internet, pero al menos hoy evadiré el propósito pues mi reseña actual exige atención inmediata. En un futuro inmediato las entradas correspondientes a algún autor o una obra serán escritas, y ya cuando me sienta seguro de la futilidad de mis esfuerzos por atraer gente a este blog, pues mi estrategia seguro cambiará. Aunque soy un hombre terco…

El caso de hoy es una novela ya clásica que según entiendo tuvo un recibimiento muy cálido en su tiempo de salida, y cuya continuidad ha sido dada en parte por el premio nobel otorgado a su autor. Por supuesto, se puede discurrir en la capacidad que tiene dicho galardón para convocar lecturas de obras de hace un siglo, no digamos de la variedad de autores que el siglo anterior ha otorgado, entre las preciosidades que el premio noruego atina o falla en contener. No creo que la exhaustiva lectura de la lista del nobel sea pertinente, si no por las carencias y los desatinos que tiene, por su longitud. Pero esto no nos incumbe directamente, pues si bien sabía que Sienkiewicz era uno de los ganadores poloneses de dicho premio, mi decisión de abordar este libro vino de toda una dirección otra.

Incluso tras una lectura distraía de Quo Vadis, uno puede encontrar los temas que han fascinado a Henry de Montherlant a lo largo de su vida. Y la lectura viniendo desde ahí me pareció más interesante, tal vez esperando este afán arcaizante y fortuito que hizo de Montherlant un alter-modernista toda su carrera, sin dejar de ser un devoto de lo clásico. En esta dualidad creo que se juega el placer que tiene uno al leer esta novela, definitivamente nos encontramos en un texto que recuerda a lo clásico de la manera más cuadrada que se puede concebir, y por el otro está hablándonos de un mundo otro que sabemos a ciencia cierta, existió. Allí se juega para mí toda la importancia del historicismo cargado en Quo Vadis: justifica la alteridad, explica que otro mundo es posible, porque lo fue.

Esta novela es la que más he disfrutado desde el Gattopardo, y admito que se halla entre un grupo privilegiado de textos largos que han ganado mi favor muy personal. No voy a justificar las argumentaciones del nobel diciendo que esta es una obra mayor de su época o de todos los tiempos, pienso que los defectos flagrantes que puedo recitar sin dificultad no disminuyen el placer que me ha propiciado leerla. Montherlant tiene la óptica correcta: definitivamente es una novela romana antes que católica, diría incluso que la religión tiene un papel sorprendentemente secundario en todo lo que es la estética y la narración de este texto. Todo lo grande en ello es Roma, con apenas un par de momentos hermosos del lado cristiano.

Ya expliqué cómo imagino que esta obra se hace de desertores independientemente de su hermosa calidad, es como una colección de vicios literarios y géneros problemáticos balanceados en un mismo paquete, cuya funcionalidad no me deja de sorprender por ello mismo. Es una novela histórica, con una intriga de novela romántica de capa y espada, que prominentemente trata del ideal de amor cristiano, escrita por un autor institucionalizado por el Nobel, sin un personaje principal que cargue con la historia y con frecuentes lapsos en los que la intriga afloja. Todas las condiciones provistas, el fracaso parece inminente. Todo menos eso. El resultado es una novela que te lanza en un universo desconocido sin desconcierto ni confusión, utilizando la Historia como hilo conductor para facilitar nuestra aproximación a lo desconocido.  Sienkiewicz se expresa como una apasionado de Roma, de la Historia antigua y se percibe el trabajo de investigación detrás de esta obra. Pero estos elementos son solo objetos de los que se sirve para conseguir un relato cohesivo, inteligente y extrañamente seductor.

Mi experiencia de lectura tiene algo en común con la del Quijote, quiero decir, el libro me ha parecido físicamente más largo de lo que leo con comodidad para mi entretenimiento superficial. La historia de cierto modo no es una narrativa de tensión, permite que el lector la aborde en partes y por capítulos, pero gracias a la virtud de su universo bien constituído uno regresa voluntariamente sin que detrás de esto haya una jugarreta ni un falso efecto por parte del autor, es una lectura que seguí con breves interrupciones y mi afición por ella no dejó de ser constantemente feliz.

Me quedan algunas cosas más que decir. Las abordaré en la entrada próxima.

Mención de un thriller

30 Ene

La entrada anterior explica mi disgusto generalizado al género policial, ahora atenuaré ese propósito.

Antes que nada, decir que mi entrada actual no va a referir a la adaptación animada de la obra que voy a presentar en un momento. No he visto tal obra y por lo general tengo problemas digiriendo el ritmo de las obras cinematográficas, razón que justifica sobradamente mi afición por la letra muerta. Estéticamente una animación bien realizada es hermosa y tiene toda clase de méritos. Este no es el disgusto que pensaba discutir. El tema de hoy es Monster.

Para muchos el manga no es el medio referencial cuando discutimos el thriller, pero hay una larga historia y para fines útiles los códigos se mantienen intactos. Se requiere un misterio, una tensión constante y varias sorpresas. Otros géneros visuales nos han sugerido ya la enigmática imagen que busca sugerir al espectador una parte fragmentada del misterio, pues una visión aisalada e inexplicable funciona a la suerte de una profecía que puede interpretarse de varias maneras. Urasawa no titubea en servirse de esta herramienta, pero su empleo tiene algo de metódico y arbitrario. Tal como en Pluto la imagen enigmática forma parte de una memoria bloqueada en la mente de uno de los personajes principales, aunque los propósitos de estos recuerdos resulten radicalmente diferentes resulta notorio el préstamo que el autor se hace a sí mismo.

Al menos un tomo del manga parece suspender la acción y no elucidar funcionalmente nada del misterio. Cada tomo incluye nuevas peripecias y al menos un misterio subordonado, pero también avanza una parte del misterio mayor que consiste en descubrir la identidad y los motivos de un carismático asesino en serie, cuya vida ha sido salvado por el protagonista antes de conocer su carrera criminal. Hay cierto mérito en que durante 18 tomos el autor logre mantener su universo con vida, renovando constantemente su interés, a pesar de aflojar la tensión en momentos determinados. Detener al asesino no resulta inminente hasta el capítulo final, que siguiendo la línea presentada por los capítulos anteriores se resuelve en una interacción compleja de situaciones.

Aunque hasta cierto punto Monster encadena muchas historias que resultan predicibles, son efectuadas con maestría y de manera bastante limpia. El autor brilla en las historias secundarias que se resuelven en cada tomo: cada personaje contiene su propio misterio, y por ende retiene un interés que va más allá de un sencillo carácter sicológico o una función seminal en la narración. Los personajes que participan en el conflicto principal resultan los más débiles. En cierto modo, Urasawa no brilla por sus personajes, sino por las historias y los conflictos que desencadena con ellos. Cada individuo es un móbil, no tiene ni pretende una verdadera complejidad sicológica. Alguien me corregirá diciendo que los personajes actúan y presentan cada uno diversas características. Difícilmente se crean personalidades complejas por el total de sus reacciones, la función que representan es más bien narrativa: cada personaje es un episodio, e incluso aquellos que reaparecen en cada tomo tienen tan solo sus momentos de desarrollo, sus tópicos argumentales dentro de los cuales se ejercen. El resto del tiempo actúan como espectadores. Incluso dentro de la acción, uno diría que los actos se desencadenan fatalmente, como si de un film de Tarantino se tratase, la violencia y la muerte se desencadenan en una suerte de cáos total. Los sobrevivientes permanecen para dar testimonio del resultado.

Al hablar de personajes hablamos realmente de misterios. El gran acierto de Monster, lo que a mi parecer logra encantar al lector, es esta pequeña colección de misterios personales. Y la problemática principal del manga rodea esta concepción problemática de la identidad, somos espectadores del pasado y al serlo, descubrimos quién es el personaje que seguimos realmente, o en su defecto quién fue. Esta imagen del pasado es central y dentro de la obra es más importante que cualquier ilusión de desarrollo. Monster es sobre historias personales, pero definitivamente no sobre personajes.

La misma lógica de relato y memoria es utilizada para crear el personaje de un autor. Varios cuentos para niño son intercalados a la narración principal con un arte infantilizado, y son quizás el experimento más interesante que Urasawa incluye en este trabajo. Me hace pensar en la historia metatextual contenida en Watchmen, Tales of the Black Freighter, mas resulta más abordable y de cierto modo se encierra más en la temática.

Finalmente cabría señalar que esta noción de pasado enigmático y de policial son núcleos temáticos del género detectivesco desde que fue creado por Poe. La noción de que cualquier individuo puede ser el criminal, que en lo secreto se incluye lo potencialmente atróz, que los otros son un grupo anónimo y ajeno.

Mi veredicto es que Urasawa hace muestras de su oficio, logrando una narración cohesiva con una lógica que no responde a la espectativa sicológica de los lectores más realistas, sostiene un estado de irrealidad y prefiere que la historia sea fácil de digerir a entablar una enorme complejidad. Una adaptación de esta obra arriesgaría perder todo su atractivo al alejarse del ritmo narrativo empleado por el maestro: ahí está la salvación de este trabajo.

De tigres y de reflejos

13 Ene

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Rulfo llano

6 Ene

Si mi confesor me dijese que debo rezar seis padres nuestros, y durante esta penitencia me inspiro en la oración para escribir el texto más genial de todos los tiempos, esto no hará que el padre nuestro sea un excelente texto literario. Tampoco implica que sea un texto deplorable, pero mi ejemplo solo señala la insensatez de cierta recrudecencia entre la genealogía literaria que busca establecer poderosos precursores para justificar una literatura más joven que ha crecido admirándolo. Todo para decir que la obra de Juan Rulfo está destinada al seguro olvido, salvo por sus legiones obstinadas que la exhumen como un objeto de estudio academicista.

Podemos tal vez culpar al duro paso de la historia. Imagino que el adolecente mexicano, más versado en el manga, la ropa de marca y los celulares, no responde ni puede identificarse a la realidad escrita por este autor. Probablemente ni siquiera sepan lo que las palabras páramo o llano significan. Y mis desertores arguyirán que esta penosa ausencia de cultura es una decadencia y no implica de modo alguno que la obra de Rulfo adolezca. Ahora, incluso en la época de Rulfo la sociedad era iletrada y la ausencia de cultura moneda de intercambio, pero otro tipo de distancia se ha establecido. Pocos pueden nombrar diez pueblos de menos de 2000 habitantes -sin que sea una cartografía imaginariad de puros nombres-, y que sería más fácil hallar en muchos casos, el nombre de diez actrices pornográficas. Este argumento que nos puede parecer pobre, mas marca ya una distancia real entre la supuesta inmortalidad del prócer y las lecturas que se harán sobre él.

Igualmente podríamos interrogarnos sobre las presuntas cualidades que enviarían a Rulfo a la permanencia de ser un clásico. Una significativa es que la generación del Boom lo ha evocado como una de sus inspiraciones sin jamás implicar una dependencia completa en su obra, y alejándose de sus conceptos y estilos con toda libertad. Ha sido un modelo que han evitado como una plaga, acaso porque a ellos tampoco lograron inspirarse en él del todo. Incluso el mexicano citadino no puede leer el Llano en Llamas sin transportarse a otro sitio por un arte fantástica, le es ajeno y extraño, más que las tragedias de apartamento y los cuentos folclóricos cocidos que novelistas posteriores publicaron. Y esta identificación poco importaría si no se tratase de una obra fundamentalmente vivida. Rulfo no es de ninguna manera un prosista mediocre, pero los hay muchos iguales o mejores con quienes el tiempo ha sido menos piadoso. El gesto es político. Otros escritores latinoamericanos de la marginalidad ya han sufrido el desengaño de los tiempos después de haber sido aplaudidos en Europa, Asturias y Arguedas fueron devaluados hasta lo fundamental, y gracias a ello recobraron la dimensión original que sus obras -imperfectas como son- alcanzan por mérito propio. Para justipreciar a Rulfo se requiere que su obra caiga de gracia de una manera total y deje de pretenderse que es bastión de los prosistas que han de producirse en el siglo actual. Esto no es así, tanto es evidente.

Pensando esta entrada me interrogué sobre quién podría haber denunciado ya la fantasmagoría sobre Rulfo entre los escritores actuales. De inmediato supuse (haga el ejercicio usted mismo y su conclusión probablemente sea la mía) que Cesar Aira sería de dicha opinion. Dicho y hecho: Aira no titubea en juzgar a Rulfo de mediocre. No desarrolla más este argumento, argumentando que es una opinión personal, mas probablemente tenga que ver más con una lucidez de su parte, de saber que justificar un ataque es injustificable y que al final del día el autor debe ensalsar a otros autores y abstenerse de derribarlos. En fin, nada nos impide usarlo como material de reflexión.

Algunos méritos que favorecen la permanencia de Rulfo: su obra es de formato corto y los lectores modernos son impacientes. Para su desgracia el estilo innecesariamente oscuro de Pedro Páramo, así como la impopularidad genérica de las antologías de cuentos trabajan en su contra. Como material histórico-pedagógico este libro continuará una larga serie de lecturas obligadas, pues la genealogía quiere que no haya espacio sin su respectivo autor, y a Rulfo se le tiene por una época. El texto no suscitará las relecturas necesarias que hacen la devoción de esos libros considerados verdaderamente clásicos, sino que será visto como un mero trámite, acaso porque la fama de gran autor continuará buen tiempo después de que la obra haya perdido su importancia -acaso ya está perdida-.

En fin, podría ser peor. Rulfo podría haber escrito siete libros más y terminar por ahogarse con la misma recrudecencia en el olvido, sin el favor piadoso que tienen los devotos lectores por las obras fugaces y apantallantes. En el contexto, un libro más o menos válido no está mal.

El juego

2 Ene

Si decidimos introducir al discurso como una acción que es contenida en nuestro típico modelo de causa y consecuencia, caeremos en cuenta de unas implicaciones sencillas y a su vez absurdas. Por ejemplo, la protección del distante y del débil parece incluir forzosamente una dimensión de reevaluación de nuestro sistema actual, uno que valore al ajeno como propio, básicamente deformando el sistema por donde la debilidad misma se consigue. Declarar que los juicios son absurdos no parece sino engendrar otro juicio absurdo, los sentidos contienen a sus contradicciones y son descartados de ante-mano. Nada se puede ganar con palabras, porque sus consecuencias siguen siendo la palabra y no la acción.

Pero no excluyo la posibilidad de una palabra precisa y un razonamiento válido detrás de estos cuestionamientos, incluyo una suerte de juego en lo que concierne, por ejemplo, a mi noción de que el premio literario es un objeto de marketing y que no representa ni pretende justificarse como la expresión de un acierto estético o moral. Vaya, que el premio lo dan porque quieren darlo y no porque una obra u autor tenga un algo externo al sistema. El juicio no es juicio, pero lo parece. Rigor de explicar: ¿cuál sería una aproximación más coherente al asunto de la premiación? Yo me he ensoñado un tanto en ello por no tener nada mejor que hacer.

Primeramente hay que tener conciencia de lo arbitrario y no temerle. Yo digo por ejemplo, que un premio literario no puede concebir tener más de cinco ganadores que hablen la misma lengua, sin importar sus países o expresión de orígen. ¿La voz objetiva? Aquella que concibe la estética y la expresión como características de un sistema propio de cada lenguaje, ¿la conjetura arbitraria? Que las obras se asemejan o son codependientes de una lengua más que de un orígen, y que debemos restringirlas a un número cualesquiera (cinco) para balancear el problema estadístico que la predominancia de tal o cual lengua sugiere (¿por qué cinco? podríamos decir 10, podríamos decir 1). Al hablar de cantidades obviamente presuponemos un límite que no puede ser sino arbitrario, nuestras divisiones geográficas y económicas son análogas a las temporales, escogemos el principio y el final de un lugar para expresar con precisión y facilidad, aunque los objetos no sean ciertos. ¿Qué nos queda? Pues remitirnos a un carácter temporal de lo pasado, lo inmediato o lo futuro, por ejemplo, la mayoría de los premios ya producen elecciones anuales que están en consideración con las anteriores y construirán las futuras, y en la anualidad se define la permanencia de ciertos posibles candidatos, sea por sus funciones biológicas -su práctica continua de la literatura, el hecho de estar vivos-, o por sus funciones ideológicas (como representantes abstractos de determinada ideología o como parte de un contingente mayor de autores). Son decisiones que son arbitrarias pero innevitables, si uno no quiere entrar en paradigmas tal vez complicados.

Tomo un ejemplo del basto acervo popular que nos propone la cultura de masas. Cada año o cada ciertos años, los sitios web proponen una lista -recordemos que la lista y el premio son expresiones de nuestra mente narrativizada, nuestro ánimo secuencial- de los «más grandes héroes», o los «más grandes villanos», en lo que refiere al comic gringo. Y aunque existe la revelación y la creación de personajes nunca antes explorados, los portadores emblemáticos de estos premios se apoyan en una historia y una popularidad para con los fans. Es el circulo vicioso de la popularidad, como el personaje en cuestión es aceptado y deseado por los lectores, tiene la mayor posibilidad de aparecer en más y mejores historias. Tenemos pues que la lista es algo estática y sugiere ya de por sí un caracter definitivo. Aquí se introduce un elemento de crónica, para tratar de reducir esta importancia al grupo de acciones que el personaje ficticio ha efectuado en el transcurso del año, o cómo los eventos recientes lo capacitan para reevaluarse en el nivel de la grande historia. Sería como si hicieramos un premio literario donde cada año ganara el primer lugar la Divina Comedia de Dante, pero que ciertos años en que las Mil y una Noches se ponen de moda, logran usurpar momentáneamente ese lugar. Son los extraños caprichos de lo inmediato, que me parece para hablar de estética, vale la pena reducir a un mínimo para no caer en el fenómeno de la moda. (La moda en sí es un fenómeno genial, pero es también algo que nos coloca frente a un número inocuo de anti-literaturas, que vale desarrollar más bien por su lado en vez de empalmarlas en nuestro premio)

El juego pues, tendría unas reglas arbitrarias por fuerza, que habría que lograr balancear para que tuviera por lo mismo algo de coherencia. Esto es lo que más se le puede criticar a una competencia, la incoherencia, o en su defecto: la incomprensión. Desarrollaremos esto proximamente.

Orejas cortadas

31 Dic

Decir que Makbara es un libro perfecto probablemente solo le granjearía enemigos. Contiene sin embargo esa aura de perfección que solo consiguen los libros multifacéticos y estímulantes, que nos disuaden de inmediato que son obras únicas. Acaso esta unicidad ya los aleja del concepto de perfección que muchos críticos tienen.

Makbara tiene una prosa minimalista y libre, llena de oralidad, contiene también una fuerte propulsión de imágenes que desmienten la noción de que la descripción es un arte muerto. El texto no escatima en amenizar su producto, sino que más bien se permite exagerar las visiones, las analogías y las líneas. No se busca por este medio simplemente inflar el texto o extender las escenas, sino precisamente, romper la unicidad temporal que las obras narrativas suelen prestar a la noción misma de escena, lograr por medio de la decoración. ¿Cómo puede tratarse pues de una decoración? Lo llamo así por no decir simplemente que estamos tratando de una prosa poética, pues en realidad hay tantas maneras de hacer prosas poéticas como de decir una misma frase. Goytisolo no está precisamente formando su prosa por medio de valores poéticos, uno diría casi que el sistema está invertido y que la imágen nace antes y la narración simplemente la confirma y la completa.

Se entenderá que al decir que el texto es minimalista no me refiero a su riqueza verbal, en realidad se trata de el uso de la puntuación, de la temporalidad reducida entre párrafos y de la falta de diálogos o marcas de diálogo. Esto es un gesto mucho menos experimental de lo que podría parecer, pues si hay algo revolucionario en la proposición de esta obra es más bien su contenido. La forma imita lo oral, pero también rompe las marcas visuales predictivas que se nos han vuelto la puntuación y la distribución en la página. Esto permite acentuar que no en pocas ocasiones el texto trata de llegarnos de la manera más directa posible y de forma rauda, por ejemplo lanzando frases de una sola palabra para cimentar dicho sentido. Economía. Precisamente es extraño pensar que un texto que se encuentra tanto en la reducción aprecie la enumeración, los adornos y los desvíos integrados en su contenido. El español, que se presta con fácilidad a las frases largas o cortas, admite bien esta extraña convivencia de sentido y forma, que termina por formar un estilo bastante peculiar. Esta unión sólida de obra y estilo también podría permitir jugar con una concepción de Makbara como obra perfecta.

Existe un tema que asimilaremos al extranjerismo y que nos permite concluir que la obra es mucho más que un simple ejercicio de estilo, que la rareza que confrontamos no es otra cosa que la misma extrañeza que el texto nos pone de frente: el encuentro de una sociedad que consume incluso el texto, frente a un discurso que calificaríamos rápidamente de arcaisante y tradicional, pero que igualmente se intuye revolucionario y lógico. La idea de periferia es brutal y a la vez incomprensible, se ilustra en sus múltiples dimensiones obsesivas, incluyendo la visión del turista, del académico y de los medios masivos. Si hay una falta posible en esta obra solo puede venir de abordar un tema tan gigante y universal por medio de herramientas que nos son -a los que hablamos español- culturalmente fundamentales: el humor, la imaginación. El mundo en Makbara podría concebirse como una pintura grotesca del mundo occidental frente a una imagen enigmática del extranjero africano, que no deja de tener algo de incomprensible frente a su familiaridad. Lo africano tiene una influencia innegable en España*, y este acercamiento no es sino la expresión de esa necesidad de comunicar algo que forma parte del mundo cotidiano, pero que se desgarra en el occidentalismo no pocas veces buscado, por ser socialmente aceptable. Aquí seguimos en los muchos aciertos del texto, lo cuestionable más bien, sería que la caricatura del occidental puede resultar zocarrona a veces, o ya agotada en otras -me recuerda también a los cuentos de Zepulveda por este tono popular de sátira que se mantiene en ambos casos-, logrando en parte la pérdida de la originalidad hipnótica que el texto logra por medio de su tono tan particular y atinado. No estoy diciendo tampoco que la pretensión de originalidad o que el borramiento del humor sean estrategias deseables para «arreglar» este texto, simplemente se me sugieren como los sitios donde el balance matemático que logra el autor resultan menos evidentes.

*- Lo africano tiene una influencia innegable, también, en Latinoamerica.

Todos estos aciertos no harán que el texto pase como magnífico a los ojos del lector cualquiera, ninguna cantidad de trabajo logra gustar a todos. Entiendo, no obstante, que es fácil reconocer las muchas virtudes de este texto y que sugiera, como lo ha hecho para mí, el interés futuro en la obra de Goytisolo,  que es sin duda uno de los maestros de la prosa en español.

En ese espacio físico que es el texto…

6 Nov

*- Luego me daría a la costumbre de leer sin indignación libros que no me grangearan un evidente placer, pasando por tortuosas lecturas con genuina indiferencia. Del mismo modo, otro tipo de gusto, uno casi impersonal y tibio, se incorporaría a todas mis lecturas, al punto que a veces me disputo si acaso me gusta algún libro, o si secretamente los detesto todos. Si fuese el caso, debo reconocer que es un gozo detestar.

No es raro que en los estudios de literatura francesa se hable un poco del Nouveau Roman. Yo he seguido este tipo de curso y tengo al menos una anécdota digna de mencionar. Voy a tomar un segundo para discutir un antecedente.

La sugerencia de un Nouveau Roman, con este portentoso adjetivo «nuevo», que si uno se pone a pensar no tiene nada de nuevo en la literatura -dentro de la cual se existe siempre una novedad, una traición a la unicidad genérica que se pretende al hablar de novela, la nueva novela sería en el modo más banal, cualquiera-, pero que dentro de una óptica menos evidente, parece un gesto en extremo pretensioso. Como decir, que había una novela vieja y que la nueva va a estar aquí, por lo menos como punto de comparación, como dos objetos que se puedan poner uno al lado del otro. Así uno podría esperar, que esta ola de novelas tuviera la intención de contender con -al menos- un siglo de textos narrativos. En esta voluntad tan ambiciosa se encontrará el lector con lo que puede ser una gran decepción.

Mas engañoso es que la popularidad de este movimiento -o mejor dicho movimientos, porque como en el espacio, el arte no tiene la cualidad definida de permitir un gesto que siendo completo también esté aislado e inconsecuente-, se debe más a su teoría y menos a sus novelas. Se mencionan más fácilmente sus autores, que las obras que presumen representarla. Y para rematar las novelas suelen ser ingratas o por lo menos despasionantes para el lector casual. Yo sé, yo sé, pareciese que el tema en cuestión no es seductor, mas mi opinión personal es absolutamente contraria. El Nouveau Roman es un movimiento interesante como pocos, por lo poco convencional que es su éxito, su logro ante una apuesta que nos suena aun hoy en día, destinada al certero fracaso. Un ejemplo sencillo: no hay nada en la dicha nueva novela, que sea propiamente bueno. ¿No es simplemente ingenioso?

Hoy no iré más lejos en el tema, lo que deseo es discutir sobre Claude Simon, que nominativamente es parte del movimiento en cuestión, y siendo de él, participante de facto. Quiero decir algo que sea en algún nivel, reseña de la Route de Flandres, el texto que me hizo conocer a Claude Simon, aún cuando era estudiante novato de literatura, y que buscaba furiosamente aprender. Y deseaba especialmente, encontrar el gusto por lo experimental, tal vez para reivindicar mi propia visión de una literatura de texto, una que tomara en cuenta la igualdad de fondo y forma, en la cual creía profundamente entonces, cosa que hace poco mencioné. Fue aleccionador el no disfrutar este texto, el encarar La Route sin poder hacer nada de ella, de no comprender si había algo ahí. Ahora, uno puede decir toda clase de males de la facultad de letras, pero definitivamente te enseña a forzarte a leer los libros del programa*. Y esto me llevaría a una conclusión contradictoria.

Me gusta La Route de Flandres, el estilo de Simon, capaz de abolir el tiempo y de sembrar desorden por sus ideas, el uso del recuerdo y la sensorialidad, altamente lírico, rico en su puesta en escena, fortuito, inmediato, presente, con sabor a eternidad, dispar, extrañante y desencadenado. Diría primeramente, poético. Y no es, tal vez tanto porque me incline a la sonoridad, sino que en el concepto de esta escritura la densidad de la palabra es sensible, uno no lee en el marasmo de ilusiones que la narración puede prestar, esta in verbo, mascando literatura cual tabaco. Y por estos motivos y acaso otros tantos -entre los que no excluyo el concepto de historia que tiene el autor, siendo yo un desertor de la historia-, no podía preferir este libro, no tenía la capacidad genérica de desear leerlo. Uno llega a cualquier texto en la espera de un ideal, de un gesto majestuoso que acaso nos deslumbra. Para mí este libro fue la luz ténue, por la cual sentí grande frustración, deseando lo brillante. La luz, cualquier genuina luz, brilla. La evidencia sugiere que solo podemos llegar a ciertos textos por medio de nuestra espectativa, o en mi presente caso, en la falta de esta.

¿Es un buen libro aquel que solo a la segunda o tercer lectura revela su genialidad? Yo siempre fui un lector seguro, de esos que decide si algo es bueno o malo confiando en sí mismo, nunca me vería abajo de un texto, en incomprensión. Y naturalmente ¿no es ser mal lector el no poder leer y variar esta opinión? ¿uno se encasilla en este tiempo de lectura cuando creía todo saber?

A veces siento que exponiendo genuinamente mis preocupaciones no halago suficiente a mis autores, Simon, se ha ganado precisamente un sitio entre mis favoritos. Es la experiencia de leer, del encuentro con el texto, del reconocimiento. Más que parecerse a Faulkner, Simon lo justifica. Pero sobre todo no espere una simple novela, permítase coincidir con Claude en esta extraña ambición.