Me pasa que leyendo revistas literarias termine por encontrar unos cuantos escritos que sugieran un desafío. No tengo nada contra el formato de la crítica convencional, me parece que sin un mínimo de información el mar de textos que se producen es prohibitivo. Sin embargo no se puede negar que no hay tanta literatura en los libros, o si se quiere, solo está el mínimo matemático de literatura que se puede encontrar escribiendo así nomás, por el gusto y el puro inevitable de lo estadístico.
Por supuesto no pienso seriamente que el arte sea una suerte de milagro, entiendo que su voluntad requiere un despertar intenso en nosotros. Me gustan tal vez los textos de Borges o Joyce, pero no soy tan ciego redactor que no entienda que perseguir sus estilos caería más en el pastiche que en el verdadero homenaje. No tiene sentido empeñar esfuerzos descomunales en ser más Joyce que Joyce, también Borges planteó esta complejidad incoherente al postularse un segundo escritor de un primer Quijote. Por supuesto, lo estrictamente literario puede venir de la estadística y sus combinaciones arbitrarias de símbolos. El arte por su lado, parece exigir una voluntad humana.
Uno de esos hallazgos de revista fue conocer en resumen la obra aún en construcción de Jonathan Safran Foer. Los autores contemporáneos están sobreexpuestos, y en esa imposible visibilidad muchas veces se ocultan méritos literarios que en los consagrados nos parecen évidentes. Tal vez es culpa de una cultura de celebridades, nuestra mente asume de antemano lo fácil que debe ser dividir los textos entre los géniales consabidos y la novedad barata. El caso es que leyendo entre líneas algún detalle del comentario me interesó en este aún joven autor, pero tomaría largo tiempo antes de que me procurara alguna obra suya por mi snobismo sobre idioma original.
El ejercicio de comparaciones con otros textos suele ser engañoso en la acumulación. Voy a tomar ejemplo que escuché mucho en la vida real, basada en la crítica de videojuegos, sobre un título llamado Shovel Knight. Si se comienza diciendo que el juego en cuestión se inspira de Megaman, uno economiza enorme cantidad de palabras y cubre muchos elementos del juego, entonces se decide a tratar de ser más préciso y enmarcar las diferencias entre ambas series. Ahí se puede decir, por ejemplo, que el combate cuerpo a cuerpo nos recuerda a Castelvania, que la exploración es como la de Metroid pero por niveles -así que se parece a Megaman Zero-, que los movimientos principales se parecen a Duck Tales y que el mapa está inspirado de Super Mario Bros 3. Claro, esos elementos podrían estar prácticamente en cualquier juego moderno, y la comparación comienza a trabajar contra el propósito de la información. El que ha jugado Shovel Knight comprenderá exactamente cómo aplicar cada comparación, pero a alguien que ignora el juego le resultará opaca la participación de tantas fracciones al producto final que jugará. Las reseñas se deben a la gente que ignora el juego, los que lo conocen no ocupan reseña.
En cuanto a Jonathan Safran Foer, pienso que el uso de la comparación le fue benéfico para mi causa, entiendo que fue descrito en términos de influencia a través de autores respetables como Gabriel García Marquez, con gran tarea en el lenguaje y un uso liberal del humor. La reseña no tardó en mencionar que el autor era ensayista y como pienso que la capacidad de escribir crítica pertinente es algo valioso en la literatura contemporánea, esto también era halagador.
Otros aspectos del artículo en cuestión me desanimaron, se insiste en el origen judío del autor, sobre que reside en Nueva York y que pertenece a una comunidad vigente de autores. Este tipo de datos (así los considero, unidades de información dispersa, vacía), suelen ser la expresión de una insistencia en aspectos visibles en la lectura. Casi diríamos, señalan los excesos que tiene el autor a los ojos del redactor de la crítica. ¿De cuándo acá me importa si un autor es judío o no? Vehícular este tipo de división en el arte de la palabra por el uso liberal de ciertos topos culturales es fatigoso. Que la política se arme de sus vestigios de propaganda, me interesan los temas, inspiraciones y experimentos de los autores, no su situación en una fórmula identitaria generalizada y cambiante. Por supuesto, la mención describe un poco la trama, Everything is Illuminated se funda en un espacio judío mítico -o ya vuelto mítico- en medio de los conflictos del siglo XX que se consideran centrales en la historia de esta cultura en particular.
Tras la lectura de esta primera novela muchas de mis evaluaciones primeras fueron confirmadas. Una extraña se sumó a estas consideraciones: tratándose de una primera novela el texto que leí cometía ciertos «errores» por falta de experiencia. Los vicios del escritor experimentado existen, tan solo los consideramos menos graves que los del novato pues hay más primeras novelas que escritos expertos viciados.
Me he librado al ejercicio imperfecto de hacer una crítica de una reseña. Para que resultara semánticamente relevante, ustedes deberían conocer el texto que la reseña trata, lo que inmediatamente los descalificaría como audiencia, pero les daría la información necesaria para juzgar los detalles en correcta medida. Por supuesto, es vano producir reseñas de textos évidentes o archiconocidos, lo que limita el alcance de mi ejercicio a esto: un ejemplo difuso que trata de generalidades sin entrar en detalle. El proyecto de criticar mejor la crítica que viene en las revistas nos exige una preparación diferente y es un problema que tal vez me plantee en un futuro cercano.
Tal vez entonces también hable directamente de Everything is Illuminated.