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Nota de la utilidad

24 Jun

Si usted es uno de los que escucha las noticias espero que me perdone, yo no las escucho devotamente y hablar de las costumbres ajenas es grosero. No es mi afán ser grosero -hoy-, de hecho no creo estar por decir nada verdaderamente… pero bueno, la sensibilidad, usted sabe… Además, calificar algo, sobre todo alguno es algo agresivo y aunque me gustase proceder de otro modo, no voy a dejar de hablar por usted, así que si quiere permitirse el riesgo de irritarse puede seguir leyendo.

Pero en serio, no se va a ofender, no hay por qué, estoy improvisando una introducción.

Según los estudiosos de los medios masivos, no es tan interesante ver lo que se dice, sino tratar de entender por qué se dice. Ya hoy en día la noción de que la información es un negocio no debería sorprender a nadie, solo que a veces falta el trabajo crítico para identificar entre información e información. Tomemos internet, una fuente de información inadulterada de increíbles dimensiones, ¿cómo se elije qué es noticia? -y entrados en detalles, ¿cómo se elige qué es la historia?-, definitivamente se percibe un criterio más allá de lo económico.

Entonces, si usted lee un periódico cualesquiera, no está leyendo la información que es importante, sino la que alguien quiere que usted piense importante. A lo mejor no es bueno que la información que llegue a los hogares motive un ataque crítico sobre los sistemas financieros, a lo mejor hablaremos de criminalidad y desempleo en su lugar. Puede hacerse un vínculo superficial entre la falta de trabajo y el crimen, como también puede hablarse sobre que las finanzas arruinan y hacen perder el trabajo, ¿por qué dentro de estas cadenas ligadas de información una parte parece recibir siempre exposición y la otra no? Para no entrar en cosas muy complicadas vamos a decir que hay «intereses».

Ahora, si la labor de los medios no es convencer a las personas de un punto de vista, sino hacerlas discutir sobre un tema en vez del otro, se tiene que los medios serían muy exitosos. Porque no es un problema de objetividad, se puede ser perfectamente objetivo e imparcial al enunciar una realidad que a nadie le interesa, sin dejar de ocultar otra realidad suprimida y que no haya lugar en el discurso. Nótese que los medios no censuran verdaderamente temas como para formar un tabú, sencillamente no los presentan, no los promueven como la comidilla social que debe discutirse en cada casa.

Esto puede trasladarse a todas las esferas del discurso público -siento que soy redundante, el discurso siempre tiene algo de público-, y no responde necesariamente al principio de la maldad y el Iluminati, sino a la realidad plausible de que el discurso es incapaz de tratar cualquier número de temas a la vez, para tener consistencia tiene que reproducirse y explorarse en cierta medidad, lo que implica forzosamente no extenderse sobre otras maneras y otros discursos. El reportero que le brinda la información puede tener buenas intenciones, mas no cambia el hecho de que elige qué es importante por usted. Esta es la verdadera finalidad del periodismo, elegir lo que una sociedad debe hallar importante. Cuando uno se jacta de que el periodismo logra este objetivo, se está jactando de que el agua moje.

Ahora, seguramente el aguzado lector necesita saber cómo escapar de este tipo de influencia, del decir que se supone importante socialmente, del discurso ajeno. Yo en realidad abordé dicho tema para señalar que el lenguaje por sí mismo funciona de manera más o menos análoga, las palabras entran en uso o desuso dependiendo de su pretendida importancia. Ejemplos podrían ser las tribus donde las palabras izquierda y derecha se sustituyen comunmente por direcciones geográficas -noreste, sureste-, en sociedades donde se tiene que cazar y se requiere dicha ubicación espacial; o el ya típico uso de los esquimales de poseer cinco palabras para describir el blanco -útil, naturalmente, en la nieve-. Un esquimal que saliera de su tribu, seguiría manejando una dialéctica de discurso en la cual el blanco es importante, el brote pues de descripciones sensoriales ancladas en una cierta sociedad, se carga en un cierto lenguaje, pues el modelo de discurso es aquel de función/ecomonía, donde se ignoran las cosas que no son prácticas y se busca economizar en las que sí.

La lógica del periodismo sería estrictamente natural, en el sentido de que el medio humano es la sociedad, y los discursos se aprenden para desarrollarse correctamente para servir a cierto fin. Pensaríamos luego, que todo tipo de discurso presupone una lógica de lenguaje, un set de prioridades que pueden o no referirse a la realidad y remitir a transformaciones genealógicas que contiene el lenguaje. Así que después de mucha reflexión y crítica, el materialismo dialéctico descubre algo interesante: El habla es el habla, el habla no es propia, y si uno la emplea cómo sea y donde sea, va perdiendo utilidad.

La palabra entrena nuestro pensamiento, ¿puede volverse un criterio de aprendizaje de idioma en el futuro?

Desentendido

17 Jun

A uno como autor a veces le interesan cosas absurdas como la hegemonía de su lengua. Insisto, es casi risible viniendo de un escritor en español que tiene varias audiencias cautivas, incluyendo parte de la población de Estados Unidos, nosotros no tenemos tanto miedo. Mas me interrogo igual, de esta preminencia, de la interrogante que nos viene al concebir un trabajo en idioma original.

Incluso si yo fuese un autor realmente minoritario la hegemonía de la lengua no es una tragedia, mientras uno viva y la maneje, su permanencia está asegurada y después, uno está muerto así que no importa. Aunque bueno, muchos literatos son románticos, probablemente habría discusiones acaloradas y opiniones de pasión sobre el patrimonio cultural que cada lengua es. De acuerdo, eso por un lado, no estoy diciendo que las palabras desaparezcan sino que ganen importancia y lugar dentro del mundo moderno.

Típico, mientras más gente lo lea a uno, va a creer que escribe mejor. Con esta mentalidad nadie escribiría blogs o poesía gente, la lectura es bastante más que un consenso cuantitativo entre gente del mismo idioma. Además, el sueño de la hegemonía del lenguaje es menos un objeto personal que la sensación de pertenencia que nuestra lengua misma nos sugiere. Al menos en mí, que excecro el sentimiento nacionalista, siento una genuina admiración por mi lengua*.

Aunque también hay algo del idioma que es un objeto y al que tenemos cerca como un apéndice, un tipo de fuerza cotidiana consoladora de algún modo. Si existiera un providencial planeta con un idioma original, la gente terminaría por hablar distinto, pues la palabra expresa demasiados deseos fundamentales del ser -y a la vez es tan compleja- que no va a desaparecer por fines pragmáticos. El idioma no es tan solo porque es propio ni patrio, simplemente le prestamos una atención particular y nos relacionamos con él. Como cualquier relación importante, esperamos de algún modo su prosperidad a futuro.

O tan solo exteriorizamos la frustración de no entender. Cuando uno es niño se acostumbra a no poder explicarse ni comprender las acciones de los otros, y en eso se nos pasa la infancia, tranquila y del todo zen. Luego encontramos una resistencia, asumimos pesadamente que no hay excusas para que en este mundo de comodidades, la palabra no nos sea accesible; debe simplificarse todo, incluso el habla. Aprovechando esto me gustaría corregir la mal fundada y risible noción de que aprendiendo el inglés uno puede comunicarse con gente por todo el mundo, admitimos que el inglés es abundante, pero no se ha vuelto un pelo más fácil de aprender desde los tiempos antiguos y no podemos comunicarnos sin esa comprensión que tanto no queremos hacer entrar en nuestras cabezas.

*- Claro, tenía que ser escritor.

Entonces una mezcla de amor algo propio e impotencia, bonitas razones para justificar la cultura.  Un apologista de la variedad que soy, asumiría que alguna concesión debe lograrse en vista de que los idiomas agracian el mundo con distintos modos de habla; más rápidamente la modernidad y sus jeans de mezclilla arrojan mis buenos instintos por tierra. Nop, parece que nos estamos quedando en la identificación del hombre con su idioma, y que nos reivindica la capacidad céntrica en que esta identificación nos coloca frente al canon «occidental».

A menos claro, que cambiaramos nuestra relación tradicional con el lenguaje a algo que va más lejos de la simple comprensión de sentido, y sospecho que el arte puede sugerir un par de maneras de lograrlo. Pensemos en la traducción -forma principal de interacción entre idiomas ante cierto menoscabo canónico-, y que parte de dos paradigmas igualmente considerables, como la traducción literal y la más libre. Este simple sistema que parece un cambio de idiomas básico, no puede sino reconocerse también una visión del idioma como un elemento productor. Pensar que un idioma expresa cierta cosa de tal o cual manera, encontrar maneras ricas de discutir, ya es algo que se acerca al propósito del arte.

Entiendo que José María Arguedas escribió su poesía en quechua, pues consideraba que la importancia de la oralidad en la cultura andina era muchísimo más central que en la propiamente «peruana». Redefinir la manera de usar la palabra, de ver el propio idioma. Yo creo que lo que trabaja Arguedas no es sino consecuencia inevitable de ser políglota, hay un principio fundamental que te sugiere el empleo distinto de un idioma y otro, entiéndase, considerar cierta excepcionalidad al objeto más allá de su valor puramente discursivo.

Luego, he oído frecuentemente esta pregunta: ¿Piensas en español o en francés?

Leve como puede parecer, creo que dicha interrogante permite algún sentimiento poético y no pocas reflexiones.

Si escriben otramente

14 Abr

Cada día me levanto preguntándome: ¿cuántos libros suecos voy a leer hoy? A decir verdad la pregunta varía un poco, pienso en letras somalís, vietnamitas o costarricences; pienso en toda evidencia que no leeré todas las literaturas, mas por suerte nadie exige tal hazaña. No puedo negar ser de los que siente que se le exige a los escritores, ser buenos lectores. Por lo menos debo interrogarme por las letras suecas.

El tiempo, el espacio y los idiomas, son barreras que vuelven efectivamente imposible la lectura de cada cosa. Me parecería absurdo -y aliterario-, tratar de leer cada libro que se publica hoy día, aunque fuese plantado en una sola biblioteca en el mundo, enfrente de mi casa. El drama no es pues, la ausencia de cada obra, sino la de todas las obras.

Hemos tratado esta semana varios «problemas» que nos propone el idioma, quiero dar una proporción correcta a esta dimensión de distancia que la palabra misma avanza. Si fuera sueco, los países vecinos hablarían finlandés y noruego, la tradición literaria local remitiría a espacios delimitados por cierta visión nacional, y sus imágenes no me harían pensar la misma universalidad. De cierta manera, exponerme a visinos ajenas que no validan mis conocimientos locales engendraría miradas contradictorias. Fui un hombre incomodado por el exceso de regionalismo y el culto a cierta forma nacional, también fui alguien que creció con un idioma extendido en varios países, siempre tuve un extranjero en quién apoyarme. Perdí acaso, en este intercambio, la consiencia de que cada cultura es una particularidad, y que la similitud de idiomas solo oculta diferencias mucho más fundamentales. Si bien me acerqué de alguna forma a un mundo exterior, la imagen de un arte universal seguía siendo descompuesta. Al aprender el inglés la imagen no se arregló.

Si creemos en la genealogía literaria -hay válidas razones que inclinan a ignorarla-, es importante que un americano interrogue su tradición. Escuché maravillas del Quijote al educarme, como hubiera oído también de Shakespeare de ser gringo, aunque estos dos personajes se extiendan en fama y dimensión en los continentes, no haría sino identificarme con su reconocimiento. Nadie me interrogó artísticamente sobre leyendas incas, o escultura azteca, textos mayas o de los pueblos nómadas, porque entre tiempo e idioma -pasando por culturales prejuicios-, esas ensoñaciones se me han vuelto distantes y inasibles. ¿Cómo se sentirán pues las colonias francesas?

¿Cómo se sentiría un literato congolés al remitir a la historia antigua del territorio donde a crecido? Conciliará tal vez su pertenencia a ese pasado y la exigencia de una «tradición» literaria, incluso podrá ponerlos a luchar. Los países del cáucaso en la periferia del arte, con letras e historias que me son ajenas, a más distancia acaso que yo mismo pues no tienen a Darío, a Bolaño o a Unamuno para prestarles cachitos de mundo. Esto es fundador y predispone, el universo como un mundo abierto, hostil o devorador.

También interesarse en esto es literatura. La primacía gringa, la colonización europea, la hermandad americana, la historia oriental, la gran alma rusa, el regionalismo español, la invasión soviética, el futuro japonés. Son tanto historias como maneras de pensar, son identidades que alteran nuestras acciones, incluso la acción de escribir. Observar desde dentro o de la periferia genera distintos escritos, pensar el español como un objeto marginado o universal, por sí mismo cambiaría nuestra manera de vernos.

Soy un extranjero y añoro la facilidad de mostrar mis poemas y textos, la condescendencia entre hispano hablantes, esa rara interacción al viajar en américa sin perder la lengua y seguir siendo extranjero. Un italiano está separado de todas partes, un sueco escribe por fuerza con menos cómplices del arte. Puedo dar cuenta de las lecturas que he hecho aunque sean francesas o inglesas, pero en los raros días que compro libros, me pregunto a quién podré prestarlos y cómo compartirlos. Es feliz compartir objetos del arte, mas el idioma hace que no correspondan a toda nuestra familia, o nuestro mundo. Amo el español y no lo comparto. Ya de por sí me siento bobo al no leer libros traducidos, por poder leer en lengua original. No por el texto del que me privo, porque a diario me primo de sinúmero de libros, no es por cada uno de esos libros, sino por todos.

Los libros suecos los leeré acaso siempre traducidos, y con ellos vendrá una irreflexión feliz al tomarlos de cualquier estante. ¿Por qué no los encuentro en esos estantes? ¿por qué ignoro a los autores o las obras importantes de esta literatura? Veo libros ingléses, franceses e incluso españoles, algún buen italiano y luego… Caigo de nuevo en la escacez que siempre pienso al preguntarme si leeré algún libro sueco hoy.

La literatura, pese a sus reimpresiones y volúmenes de ventas, no es una competencia. No quiero que los libros polacos nos dominen, ni canonizar la tradición de Zambia. Creo firmemente que leer curioso, es síntoma de desear la mejor lectura, creer escéptico que uno no escribe otramente si lee como todo el mundo. Lo importante es recorrer la distancia, aceptando con ánimo parejo la derrota o las palmas.

El ojo de babel

12 Abr

Evoqué antes la elección que representa escribir en tal o cual idioma en lo que respecta a la literatura. Lo caractericé voluntarioso de decisión, de opción e incluso -por ánimo implícito- de recomendación. Hice algo muy propio de la literatura de principios de siglo pasado, pensar bastante en la producción, en el autor que a pulso se gana la fama. En lo que vagamente algunos sueñan como la inmortalidad.

Quiero decir, la más reluciente razón para adoptar una lengua -opuesta a la propia, opuesta al riguroso azar de la cultura y a la confluyente historia-, es ganarse cierta audiencia o servirse de tal o cual idioma. Más inmediata podríamos pensar, la cualidad efectiva de acercarse a textos en su forma original de producción, y presentir en esta originalidad cierto valor anhelado por una estética. Y luego tenemos la traducción.

Porque si hablamos de la lectura en varios idiomas, forzosamente nos inclinamos por aceptar la traducción como un hecho, incluso al discutir sobre la geopolítica de la literatura presuponemos la acción de los piadosos intérpretes que nos comunicarán cada texto. La fama se mide en lecturas devotas, y la lectura que busca reproducir el texto -aún si se trata de transformarlo por completo en otro-, es la más respetuosa y digna de amor. Ahora sí me han de creer los desertores de la lectura, que una sensibilidad excepcional debe hallarse en el traductor. Entrados en gastos, la traducción y la escritura suelen ser primos cercanos, a pesar de la consideración social que ambas acarrean.

Vuelvo a jugar la carta del rol social de los escritos y la lectura, para asegurarle, que sin lectores críticos la perpetuidad literaria es una farsa. Tome el rol del traductor y notará como esta atención cariñosa legitimiza el valor del libro como arte. Es un espacio paradoxal pues se exige que sea un tipo de literatura -la crítica, la traducción, el resumen-, lo que extienda la geografía de lectores que podrán aproximarse al texto original. Otros tipos de arte no tienen esta fatal inclinación autoreferencial, aunque no por eso dudan en replicarla (pienso en el cine para cinéfilos y las referencias constantes a clásicos de dicho arte). Es un fenómeno semiótico expuesto de manera radicalmente diferente, por los símbolos y topos que se le presta a la imagen. Entonces nos hallamos frente al lector como motor fundamental del arte, como punto inicial de la exigencia sobre la lectura, incluyendo en lo que respecta al multilingüismo. Se le recomienda a un escritor ser capaz en varias lenguas, sobre todo para mejorar su capacidad lectora. (O solo para eso, se resiente excepcional la práctica de producir literatura en varios idiomas pues de partida es más exigente)

Entender idiomas, e incluso variaciones del propio idioma, es parte de un juego literario que acompaña al lector. James Joyce propone una lengua en constante movimiento, Clockwork Orange trabaja en un inglés inexistente. La poesía modernista de la tradición de Darío, va a adoptar formas y vocablos franceses constantemente. Un lector dedicado -como uno trata de suponerse y formarse-, debe disponerse a confrontar estos efectos al grado de hacerlos un goce. Porque la capacidad de leer en francés o japones, no sirve de nada si no vuelve a la lectura alegre, por este mismo encuentro con un idioma. Con escépticismo y sorpresa, admiro a los autodenominados otaku que adoran casi accidentalmente el hablar nipón. No se equivocan al inclinarse por un idioma casi irreflexivamente, por el gusto del sonido y sus variantes. Para un grupo denominado -pobremente- como subcultura, sus prejuicios de lectores pueden aleccionar a más de un crítico profesional.

Y es que hay algo de literario en el amor sincero por una lengua. El español por ejemplo, me gusta mucho. No caigo en las falacias de los «hombres de cultura» que Pío Baroja ataca en El árbol de la Ciencia de la idea de una nación como creadora de su propia autónoma civilización, su propia grandeza. Si me divide entre dos aprecios bastante desproporcionados: Mi gusto por el idioma que me inclina a leer más en esta lengua que en otras y mi gusto por leer en idioma original, dos cosas muy arraígadas en mí. También son elecciones arbitrarias, pues no deploro la traducción por un concepto abstracto de fidelidad a un original -ya en su momento me embarcaré en la mecánica de la traducción «literal» de la cual soy perpetuo escéptico-, ni creo que la literatura en español sea particularmente buena. El gusto no pretende calificar la literatura, es simplemente un goce arbitrario y personal. En efecto, mi devoción por la lectura en lengua original  está ligado al gusto por la lengua de un lado estético, y aunque por medios enteramente diferente, las obras en francés e inglés me dan esa sensación de logro.

No me satisface «entender» en otro idioma, en mi opinión la exigencia que uno debe alzar es la de «sentir» en otra lengua. Los traductores, seguro concordarán con este juicio.

Hay muchos dilemas literarios…

11 Abr

Hay muchos dilemas literarios que pueden ignorarse voluntariamente pues se inscriben en una tradición del lenguaje y no en una realidad. Parte del ingenio de un autor consiste en doblar las tradiciones sin romper el lenguaje, para ese fin debe tener un buen conocimiento de la palabra y usarla con habilidad. Nunca se ha exigido que los escritores rompan reglas, aunque se aprecie las novedades que introducen hábilmente.

Mas nadie, por poco experimental que sea, puede evitar lo real del lenguaje. Una de esas realidades evidentemente, es lo que se llama idioma.

Es legítimo interrogarse de vez en cuando sobre si el lenguaje es una verdadera elección. Definitivamente hay una realidad que repercute cuando escribimos en un idioma particular, entre la difusión y la calidad de las traducciones que circularán de cierto trabajo -note usted mi inevitable optimismo sobre el éxito del texto, que será traducido y recibirá difusión-. Los idiomas poseen reglas diferentes y permiten efectos distintos, diferentes economías del lenguaje. Parte del ingenio de un autor consiste en un buen conocimiento de la palabra, diferentes lenguas son diferentes conocimientos. Y el escritor no es ningún hechicero, estas cosas aunque son intangibles, son aprendidas.

Convencionalmente se escribe en su lengua materna, la primera que se aprende y se desarrolla. Se puede que varias lenguas compitan, o compartan por un mejor dominio a la hora de escribir, mas no se trata de una decisión posterior al deseo literario. Conocemos la lengua antes que a la literatura, por fortuna. Ante tal evidencia la elección de nuestro idioma queda arrojado al portentoso azar, erigiéndose como una barrera que definirá nuestro porvenir literario.

No es incorrecto reconocer que hay una política de la literatura. Los idiomas, por su historia y su abundancia poseen verdaderas jerarquías. Es legítimo notar la precedencia del idioma inglés en los panteones literarios, especialmente en lo que refiere a la influencia de Inglaterra. En el siglo XIX el privilegio de lectura se debatía entre el francés y el alemán, idiomas que nos trajeron grandes pensadores. Hay una relación entre la literatura y la coincidencia de su espacio con otras obras de calidad. Aqui interviene la tradición. En Estados Unidos existe una literatura afroaméricana con una identidad y tradición definida, a su vez el sistema de influencias entre este país e Inglaterra no puede transformarse directamente. Canada es un país dotado del inglés, mas su literatura no predomina en la política de difusión. Al referirnos al canon literario, también veremos grandes desigualdades de la representación -aunque se admitan arbitrarias-. La elección de un idioma envía a muchas realidades exteriores a la lengua misma y su manejo, sobre las cuales se puede reflexionar.

Tanto más grosera debe parecer esta evidencia, cuando se considera internet como un medio de comunicación masivo. Un número relevante de sitios se difunde en inglés bajo el simple principio de que alcanza un mayor público. Esto nos interpela de nuevo al interrogarnos sobre la idea de una producción fuera de la lengua materna, algo que seguramente suele encontrarse en medios creativos como la publicidad y el cine. No se puede mirar a la literatura con los mismos ojos que se hacía el siglo pasado. Lo que no quiere decir que las lenguas maternas tienen razón de temer.

Es muy distinto desarrollar un idioma al nivel de la comprensión que a su cima para la producción literaria. Algunos autores, como Rilke, han efectuado trabajos en más de una lengua sin que el uso sea realmente indistinto. La opción de producir en varios idiomas se presenta aunque no se trate de un método irreflexivo. No hay reglas fijas en la literatura y difícilmente las habrá en temas que realmente comprometen la calidad o por lo menos el estilo del escrito en cuestión. Porque aunque un autor dominase perfectamente dos idiomas -pienso en verdaderos bilingües como pueden encontrarse en regiones como Cataluña-, la producción original se ejecuta solo una ocasión. La traducción es un objeto distinto que el original, incluso si es mejor.

La incapacidad de usarse en cualquier situación suele ser característica de todos los trucos literarios. Para escribir en dos idiomas debe tenerse algún dominio de ambos. No se espera que un autor escriba en una lengua «que no le corresponde», como cualquier otra función de estilo, no produce ningún efecto por sí sola. Sin embargo por sí misma cambia bastantes valores, desde la gramática misma hasta la pertenencia a una tradición literaria. O tal vez no lo hace ¿verdad? Porque la asociación geográfica de una tradición literaria no va de la mano con una simple transformación de idiomas. Este elemento vacío, esta escritura que no responde a un objeto particular de la realidad, es un símbolo bastante rico que aunque no se practique realmente, nos debe poner a pensar. Cortazar vivió y escribió en Paris al grado de poner en duda la validez de su posición como autor realmente argentino. No obstante conservó su idioma.

La relación de un autor y la lengua en la que escribe es acaso, tan importante como el espacio donde ha vivido. Y si puede separarse del puro azar, es un elemento bastante fuerte que podemos tener a la mano.