De coludos y rabones

12 Mar

de ella como nunca antes. ¿Y en qué? Pues en la medida de su fragilidad y su simetría, lo que sin duda debe interpretarse a su vez como belleza (y nada más peligroso y encantador que lo bello, baste el ejemplo de la colorida serpiente, de la vagina dentata o de los terrores que son por fuerza de lo invisible, que nos remite de nuevo a esta ausencia seudo-lógica con la que estamos tratando, en la que el exceso y la magnitud solo se pueden lograr en la imperceptible desmesura, la sutilidad: lo que no es evidente) lo que no lo hace, valga la aclaración, menos real, menos concreta y veráz, pues finalmente no hay nada en equilibrio más precario que lo irrefutable, eso que se debe conceder. Entiendo que el error es también el igualar los opuestos y que negarse a conceder del todo un gesto suele ser el riesgo que la penumbra crítica nos suele vislumbrar.

Y lo que podría ser un perfecto cimiento en otras instancias se nos vuelve rigurosamente frágil ante la órbita incesante que es la hermenéutica. Cambiar de opinion se nos figura una expresión de debilidad aunque la sepamos, en todo el rigor discursivo, una muestra de poder. La impotencia como poder, la concesión como acto de violencia. Como sin duda elevamos al que trágicamente se empecina en ser él mismo una idea, solemos confundir la situación de cuestionamiento -que suele ser propia-, con una equivocada noción de duda, falta de contundencia o lo que es peor: de fe. Credo.

La palabra es una herramienta que confeccionamos especialmente para las certidumbres, creo que el lenguaje notorio de la ciencia nos permitió un feliz catálogo de dichos que explican el universo y nos consuelan del resto de la ceguera. Que la ciencia exista basta, aunque no la comprendamos, pues entabla un número de certidumbres suficientes para que la vida pueda seguir su caótico e inexplicable curso, que no deja en momento alguno de ser igualmente fatal. Ignoremos voluntariamente la ruptura, el punto en que la incesante realidad se nos figura inédita, y concentrémonos en esta necesidad de suficiencia que el universo guarda para con nosotros. La idea como método de la (auto)suficiencia, aquella que nos tiene bien anclados en el quién-soy/qué-estoy-haciendo-aquí. Sin palabra no hay idea, y por ende, no hay consuelo.

El cambio de bases, el cuestionamiento, no es sino otro hijo del espíritu del discurso -llámese Espiritu Santo, por ejemplo-, no desafía en realidad la noción de estabilidad de la palabra pues se alcanza por una misma lógica discursiva, ante la evidencia de una verdadera incertidumbre. Allí radica toda la diferencia: dicha experiencia, el sentir que vuelve un decir, una palabra crítica, el gesto del todo poético que contextualiza nuestras ideas y les permite un grado de elasticidad y de realidad del todo mayor. Cambiar de opinion es una suerte de prueba, es el rigor que se exige a la Idea en sí para incorporarse al campo de lo estable y lo constante. La Idea buena no es permanente, sino recurrente. Se reproduce en el objeto. Entiendo que no hay mayor paz que tal evidencia, del descubrimiento personal de una lógica piadosa (para con nosotros).

Clamo haber sentido, y temido provocar en otros, cierta ilusión de lasitud. Sabemos que el ríguroso se cree como la piedra: fijo, y existente. La vivacidad no consiste en pruebas de inmovilidad, aunque entiendo que el cambio de paradigma entre lo vivo y lo muerto es tan rádical que desespera. Y la sensación de pérdida es solo humana.

En testimonio personal de confusión, de dolencia, recuerdo haber escrito «gané lo que tengo, perdí lo que tuve». Ahora siento que el ejercitarme encontrando sentidos alternativos a esta expresión es acaso su punto más importante, ejercitar mi pensamiento, confirmar que no he limitado la vida al resultado de varias ecuaciones, que la lógica vital nunca se reduce a un simple sí o un simple no. Entiendo que la oposición, incluso la mía propia contra las contradicciones que los malos días me aterran, son más ilusión que verdadero agravio.

No deseo que el lector herede por mi causa estas pesadillas, ni sienta vértigo de tanto pensar. Sería injusto y deshonesto de mi parte, pero lo que es más grave, pienso que sería deshonesto para con usted mismo. El desbalance es una certeza, es el efecto mismo que la palabra empleada tiene con nosotros. Ha descubierto una evolución humana que viene de donde mismo, que es ella misma el don en que se fundamenta toda la civilización, solo que usted ha llegado a ella ya, no como un inocente o una víctima, sino como su productor, el que frente a la justicia de esta tierra y las otras, se las carga.

Le presento al gesto que ningún otro rigor puede describir tan bien como el ejercer cualquier palabra: la mentira.

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