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Tomándose algunas libertades

20 Ago

Unas breves que creo necesario mencionar antes de adentrarnos en «el asunto»: primero, que vuelvo de mis vacaciones donde incurrí en el goce que conocemos como el silencio, pensé en el blog mas me apenaba un poco llenarlo en internet, en un camping y sin electricidad -me apenaba sobre todo porque dadas esas condiciones era imposible, y efectuar la imposibilidad es razón normal de vergüenza, como las diviciones entre 0-; segundo, que por razones que no explicaré ahora y acaso quedarán sin explicación para siempre, me debo una reducción de la producción de este blog, de por sí baja estas semanas -las anteriores a mi breve ausencia quiero decir-. Aclararé que lo referente a esta recurrencia menor son voluntades y puede darse el caso de que incurra en violar esta promesa de ser menos promíscuo con las entradas de este blog, mas la atención para mis más fieles lectores me parece por lo menos sana, si no necesaria.

Ahora una nota sobre el asunto de hoy: me pasa más seguido de lo que se requiere, que las personas me interrogan sobre el tema de la libertad. Se sabe que las discusiones terminológicas son literalmente de lo más literariamente estéril que existen, solo que en realidad es lo que traigo entre los ojos esta tarde y me parece poco sincero obviar el tema y dejarlo pasar. ¿Por qué las discusiones de lo libre vienen tan seguido en mis intercambios? Pues porque soy un sincero protector y admirador de la alteridad, como bien se sabe, y muchas veces esta alteridad es comprendida por los demás como una «opción» a lo que existe hoy día, que para mis interlocutores directos es lo Occidental. Por lo mismo, esta entrada puede ser bien vista como la primera que nos dirije en pos de discutir ese tedioso tema que es lo Occidental, que me siento moralmente forzado a discutir en este blog, porque sería asqueroso pedirle a una persona que pague por un ensayo alrespecto, o siquiera imprimirlo sobre árboles decentes. A entender que el género occidental no es de mi gusto, empezando porque es amplio. Pero igual, esta ocasión podemos decir que estoy en un prefacio respecto a esto, que predestinaremos en una ocasión futura a servir de referencia sobre lo libre.

Para decir que la Libertad es un concepto que la «occidentalidad» se ha ido apropiando más o menos a fuerzas. Debemos entender que ser libre es como suelen ser la mayoría de las ideas: algo turbio y sin mucha sustancia, por esto mismo la libertad vista desde cierto punto de vista es central. Y si tomo la dicha occidentalidad es sobre todo porque expandir los conceptos de Libertad a todo lo que pueden abarcar es inútil y fatigante, tanto la filosofía trascendente de la libertad como su empleo jurídico me parecen en nuestros fines -que son un poco literarios-, poco productivas y fatigosas. La libertad como objeto cultural, o sea, como aquello que se valora secretamente y sin comprenderlo de todo dentro de la sociedad que describimos en la literatura, es una cosa a entenderse y no es vana. Yo siento que soy libre, ¿qué es ese sentimiento exactamente? ¿cómo es algo muy occidental y por qué esta sociedad sentiría más/diferente un valor tal dentro de su seno que cualesquier otra sociedad? Este tipo de preguntas me parecen más o menos legítimas y trataré de responderlas.

No se puede pensar en la Libertad sin fijarse en el Futuro, me gustaría referir a las distintas nociones del tiempo que Octavio Paz refiere en el Arco y la Lira para referir a la Modernidad. Lo moderno necesita del futuro para existir, de un futuro para el que vivimos como si fuese un hecho, y solo en concepciones del mundo en que el futuro se presente como algo de gran valía podemos hablar de Libertad. Ahora, supongamos que usted ya compró lo que la Modernidad le está vendiendo, ¿cómo se puede comprender el Futuro sin la previsión? No es que los animales carezcan de futuro, mas su capacidad de anticipar sus necesidades es notoriamente menor que la del hombre, al grado que si una fuerza externa y poderosa dispone -como la naturaleza o el hombre-, una raza animal puede ser erradicada sin que pueda a ello oponerse. El hombre propiamente moderno ya contempla diariamente su erradicación terrible y posible, no solo personal sino cultural, el genocidio y la destrucción mundial para él, no son más teorías insensatas sino amenazas reales. Solo porque puede fijarlas en el futuro como un hecho real, en el límite de lo posible.

La obsesión con la posibilidad y la probabilidad están relacionadas con la libertad, y para que las cosas sean posibles se requiere un mínimo circunstancial, vaya pues, la posibilidad de la vida. Por ende, la Libertad va de mano con la saciedad, o para ponerlo de un modo más grosero, con la necesidad. Sin Necesidad no hay Libertad, solo soy libre mientras puedo saciar mis necesidades, si no puedo contemplar necesidades en mi futuro y presumirlas saciadas, mi libertad deja de existir; del mismo modo, solo soy libre en la medida en que tengo necesidades, si no requiero nada, no tengo necesidad de contemplar el futuro, y por ende no soy libre tampoco. Solo porque somos mortales tenemos futuro y libertad, por lo que la trascendencia transgrede un poco nuestra sed de libertad, creemos mejor en la libertad absoluta que es más un delirio de omnipotencia que un verdadero valor cultural, y poco tiene que ver con lo que se nos inculca.

El consumismo, cuando produce necesidades artificiales se halla en el colmo de la libertad, pues más necesidades a saciar se nos figura como más futuro y por ende, más libertad. Proposiciones óptimas en el entorno dicho occidental, donde la necesidad ya no se considera vital ni biológica, sino adquirida e inculcada. Hemos dicho pues liberté, y como esto nos faltan otros tres aspectos.

Rica carne deja hueso

16 Nov

La cocina es la primera de las ciencias. Y bueno, entrados en gastos podemos admitirlo también: la más hermosa.

Se presenta acaso como la prueba de un pensamiento que supere la razón artículada, pues el gesto culinario se efectúa por medio de un objeto que le es propio y tiene sentido: el método. Hablamos frecuentemente de la tradición oral, de la manera en que la historia humana sobrevivió varios miles de años. Podemos hablar igualmente de la tradición de las recetas.

Una condición biológica, como puede haber cualquier número, hace que el hombre no pueda consumir todo tipo de alimentos. Algunas serpientes utilizan su propio veneno para hacer lo devorado más sencillo a digerir, otros animales sostienen en sus cuerpos colonias de bacterias, otros comen podrido. El hombre utilizando sus propios recursos biológicos hizo de las herramientas una cultura. Efectivamente extendiendo su universo, estas combinaciones y circunstancias le permitieron comenzar una manera de vida nueva, basada en la experiencia y lo experimentable. Y como toda buena ciencia, puede encontrar su lugar en los actos de todos los días.

Resulta más sencillo si no justificable, igualar a la practica culinaria a una ciencia humana. Existe un valor estético, una ética y la búsqueda de función. En la ciencia del sabor encontramos la parte subjetiva que viene de la experiencia humano, por esto habríamos tal vez de aproximarla a la sicología. Y sin embargo, el problema de su subjetividad no está limitado a la noción de sabor, también se introduce en la noción ética de la comida. Dos valores éticos del sistema: la nutrición y la presencia. Recordemos para futuras referencias este problema de la presencia, que ahora voy a desarrollar.

La noción de una presencia nos sugiere que no se puede cocinar sino con los elementos que se encuentran presentes. La abundancia o escacez de un ingrediente en una dieta, en un plato. Afecta forzosamente la nutrición y obviamente, se trata de justificar la presencia también por que nos permita sobrevivir -y no esclusivamente por ser rico-. Y esta mezcla de proporciones que es interna en la receta y el almacen van a crear todo un modo de pensar, lo que podemos llamar economía sedentaria. Son fundamentalmente nociones en la cocina que son también inevitables, y se postulan desde incluso el gesto anterior a comer. Entendemos que la cocina va a transformarse conforme la cultura humana se desarrolle -entendamos este valor de cultura como la experiencia transmisible que no está resumida en el código genético y que comprende los conocimientos adquiridos, sea las tradiciones y las costumbres pero también (a modo análogo) la tecnología y la ciencia-. La idea de presencia se ha alterado drásticamente desde el advenimiento del capitalismo, ahora el territorio que se habita y los productos locales son puestos más de lado -como lo fue puesto el ecosistema cuando la caza fue desplazada saliendo a la creación del sedentarismo-. La cocina también funda, por medio de la exigencia de la ganadería, lo que vendría a ser la religión como fuente de divinidad y de fiesta. Pero el alimento siempre será demasiado de todos los días para ser por si mismo algo que domine la razón.

Y es que la cocina antecede al capitalismo, a la economía y al lenguaje mismo. Es una ciencia, pero distinta a todas porque su subjetividad no se encuentra en un ejercicio de la palabra mal empleado ni del punto de vista. En lo culinario encontraremos la figura del método, de la acumulación de ejercicios temporales, secuenciales o simultáneos, que logren una consecuencia variable pero predecible, positiva al menos para nuestros fines experimentales. El método no solo antecede a la inteligencia artículada, sino que probablemente es uno de los elementos que ayudaron a crearla. Podemos contar historias porque pudimos contar recetas. Inversamente, todas nuestras ciencias buscan encontrar recetas de algún tipo, buscan reducir al universo al libro definitivo de la búsqueda suculenta. Como en la cocina, nuestra percepción del conocimiento no está en la perfección de nuestros modelos -que ya es gastarse en lenguaje, alejarse de nuestra concepción científica fundadora-, sino en el sazón que pueden llegar a tener. Este empeño de perseverancia y flexibilidad que se dedica a obtener los resultados. Esa es la perfección. La verdadera. Existe. Si uno trata de encontrar lo perfecto en los ejercicios argumentales se topa de inmediato con un aglomerado espejismo insustancial. La sustancia, lo gustoso, es el sabor.

Finalmente, el sazón va a revelarnos otra realidad genética de nuestras ciencias: su percepción de necesidad. A veces ensombrecida, esta concepción no es fácilmente reducible como suele ser en nuestra comida, al hambre. Valdría señalar que la nutrición y el hambre están relacionadas y no son la misma cosa, que el placer es otro factor necesario en la existencia, y que la manera de consumir hoy día está ligada a modelos ecologicos o económicos. Podemos buscar funciones, necesidades complejas -y no necesariamente falsas- para nuestras enseñanzas. El mundo vivo es finalmente uno de versatilidad, donde una sola cosa sirve a muchas. Cada ciencia tiene en su orígen al menos una necesidad bien concreta, y esto sobrepasa y antecede el discurso que proponen. Igual que la cocina, el ejercicio de estos métodos e inteligencia, es evidentemente biológico, o como los que se ponen a subjetivizar la ciencia tratan de explicar: síquico.

La ciencia sería, pese a los pensadores pretensiosos, algo de carne y hueso.

Inestable y aburrido

2 Oct

No podemos olvidar el tedio si queremos cubrir las dimensiones generales de lo que nos lleva a la (re)creación literaria, el tedio es primordial para elucidar como el leer llega a ser, porque nadie con una actividad productiva se encuentra precisamente en posición lectora. Por esto no quiero decir que la escritura sea una mera consecuencia del tedio, mas sería equivocado considerar el aburrimiento como algo sin importancia -cosa que me parece tenemos frecuentemente la intención de hacer-.

La archifatigada pirámide de Maslow nos resume el tedio: mientras más satisfechos estamos -la formulación es voluntariamente ambigua-, las necesidades se nos vuelven más complejas y artificiosas, hasta que la escacez se vuelve del todo imposible de definir. Pronto se halla en esto el tedio. Si queremos una vaga definición, diremos que se trata de un estado sicológico que nos interpela para encontrar una actividad a la que se oponga. Justo como nosotros, el tedio parece existir simplemente para morir. Podemos jugar a decir que se trata de una necesidad de necesidad, que cuando todo tenemos, necesitamos menoscabos. Y pocas cosas exigen tanto de uno y de otros, como el arte.

Vale subrayar lo evidente: al oponernos al tedio tratamos de suprimirlo. El aburrimiento es una actividad antisocial y secreta, penosa como la culpa tras la masturbación y practicamente inefable. Estamos aburridos porque sí. Y esto no se presta a un discurso coherente, mucho menos objeto de fascinación. Podemos llevar las conclusiones mucho más lejos. Todo lo indeseable (el aburrimiento, la muerte, la sexualidad infantil, la pobreza) deja de ser mencionado y se le libera de la capacidad de tener un discurso propio, al querer destruir esos objetos nos conformamos con destruir sus totems -sus ideas, sus discursos-, lo que no solo es cuestionable desde el punto de vista moral, sino también es obsesionarse en el síntoma y no en la enfermedad. Esto confunde a mucha gente, si se admite la generalización arbitraria y absurda que acabo de sugerir.

Por medio de la práctica discursiva de acercar los contrarios, podemos igualar la idea del aburrimiento con la de la diversión. La Fontaine seguía el lema antiguo de «educar y entretener», dos propósitos clásicos del arte que bajo análisis, no funcionan al mismo nivel. En el caso de entretener, se entiende como una fuerza que se opone al tedio, como un método de buscar y resolver artificiosas necesidades. Y hay muchos ejemplos de escritores depresivos que escribían para combatir su propio tedio, pues habemos de recordar que las actividades intelectuales y artísticas se originan en las capas privilegiadas de la sociedad. Uno no escribe si tiene hambre, antes trata de sobrevivir.

Buscar entretenimiento es una lectura. Mirar los objetos con un deseo de sacar de ellos lo excepcional es una oposición violenta a la cotidianeidad y el conformismo, nos recuerda un poco al fenómeno del extrañamiento, que busca sacar un objeto de su forma común para redescubrirlo por la palabra. No es, evidentemente, la única lectura permisible, aunque se halle entre las primeras. Pero incluso entretener no es simplemente oponerse al tedio, podemos dejar de estar aburridos por un medio menos artificioso: caer en la desgracia, sufrir, hallar el dolor.

Y es que por medio del tedio podemos encontrar una evidencia que remite a nuestra experiencia humana: sufrir y gozar son experiencias parecidas, por un lado tenemos la tragedia que representa el dolor y que es un goce. La experiencia religiosa no es menos ambigua al respecto, el cristianismo tiene como efigie un hombre en suplicio -que representa la más grande victoria- y el islam suprime incluso la figura del hombre -gesto lleno de violencia-. Será acaso que el goce y el dolor son similares por oponerse a lo cotidiano, por ser violencia. Pero tal argumento no es satisfactorio, ignora por ejemplo, que el aburrimiento es una manera de sufrir.

En todo caso, creo haber encontrado un punto válido que justifica una de las malas costumbres de los lectores más consecuentes: leer libros que no disfrutan. Caer en el libro malo o poco feliz, es algo que sucede inevitable, y que en general ocultamos. Existen los críticos que tienen su goce en fomentar esta información de baja calidad -o falta de empatía con el texto- y advertir a sus semejantes, mas en general uno no discute sobre un libro malo a menos que goce esa falta de calidad. Por esto pienso que es más obligatorio aún la defensa necia de los lectores fetiches de cada uno, pues reconocer la calidad de un texto y detestarlo es casual. Leer algo que nos frustra es también una manera improbable de combatir el aburrimiento, tiene de particular que sin descender la pirámide de Maslow, nos hallamos sin el entretenimiento. O mejor dicho, exploramos las facetas ocultas del entretenimiento: esas que corresponden al trabajo, a la inercia o en general la distracción. Divertirse sin gozar, sabiendo que divertir es desviar o distraer.

Una respuesta al tedio, ya lo sabemos, es la violencia. ¿Qué arte es sin violencia? ¿qué necesidad es más innecesaria que ello?