Brevedades

5 Oct

Leyendo los cuentos de amor de Bioy Caseres -no pretendo ni deseo leerlos todos-, me doy cuenta cómo batallo en separar cierto momento histórico de esta noción tan ciudadana del amor. Nada o casi nada presenta idealismo en estos relatos, como suele ser en las historias de Bioy es necesario experimentar por medio del humor para realmente comunicar, hay su belleza pero antes veremos la jocosidad. No nos comunica nada esta variedad, de la obra del autor, acaso su justificación temática por tratar del amor en un término tan amplio y para alimentar distintos géneros de cuento. Un detalle pues, sin duda algo delator.

E insisto que tengo que hacer un esfuerzo revoltoso para no caer en la definición histórica y los sicologismos baratos, el autor siendo un hombre de mundo y muy de su época si se inclina por un retrato de su sociedad. Resulta un poco distractor, lo admito, cuando se viene de un sitio tan distante como los principios del siglo 21 en los cuales las convenciones son muy similares pero se miran muy distinto. Tampoco puedo tratar de volcarme en un asunto de técnica porque los cuentos que leí, no participan de fórmulas extrañas ni pretendida innovación, pertenecen a sus géneros acaso con una comodida exagerada. Los he disfrutado, más no los he hallado muy bueno y alguno me inclinó a voltear las páginas más rápidamente. Bioy me ha granjeado lecturas muy placenteras, aunque no pocas veces van acompañadas de alguna salida de la realidad, de un elemento organizador que deforma la narración y la aleja de lo convencional. La visión del amor de los cuentos verifica y justifica el tachar los amorías de absolutamente convencionales, ¿cómo podrían ser de otra forma si se efectúan entre personas diversas que solo se ponen de acuerdo en la convención?

Este último comentario me ha despertado una excepción, una historia precisamente donde el asunto parece confundir por la situación extraña de la relación, las exigencias fuera de lo común, más exageradas que propiamente definidas, que en un momento rozaba para mí el vértigo que supera la auto-confesión: la posición en que no se entiende en lo más mínimo cómo amar. No me marcó de otra forma, entiendo que se mantenía como uno de los ejemplares sólidos que leí, pero no al grado que me pareciera remarcable. Odioso es en los cuentos deberse memorables.

No es finalmente Bioy que ha fracasado exclusivamente en hacer este libro, y conste que literalmente no le atribuyo un fracaso. No he sido el lector adecuado para este libro que tiene sus encantos y sus diversiones, no me ha parecido ingenioso y abundante en el concepto que tengo yo de otros tantos libros que he leído, y aunque identifiqué varias gracias no puedo sino sentir que lo juzgo en toda consiencia de mediocridad. Los objetos que no nos gustan son fácilmente deformables, pero los que podrían gustarnos confirman la decepción de la espectativa propia y ajena, precisamente como el amor. Tenemos por amor los instantes de inclinarse por alguien y el reconocimiento mutuo de las atenciones, pero definitivamente el disgusto o la indiferencia no son nada. Un amor trunco, algo que «podría ser», es indistintamente generadora de amargas nostalgias. ¿No terminamos por hacer que los sentimientos no correspondidos se nos vuelvan olvidables e indiferentes? Digo, los seres vivos, no me refiero a los amantes figurantes que pese al despecho aman a dimensiones invencibles por lo que bien podría pretenderse eterno. Nosotros empujamos lo mediocre al disgusto porque si no el error bien podría ser nuestro. Así me siento yo, que comparto esta extraña falta.

El amor es también apariencia, es tratar de justificarse, que nuestra otredad pretendida parezca por lo menos justa si no cierta. Creo que cuando Bioy une textos humorísticos y dramáticos de manera temática, diciendo directamente que se trata de cuentos de amor, emplea una de estas burdas distracciones, para expresar de manera más ordenada y justificable su identidad literaria. Porque malo como puede ser, Bioy es a su vez el autor que requiere la belleza, como en La invención de Morel y el que vive del humor, no es una expresión menos feliz de su vocación que la otra.

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