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De tigres y de reflejos

13 Ene

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¡Qué oso!

10 Ene

Vamos a relajarnos, porque parece que en este auto-declarado blog humorístico la crítica llega a un nivel de presión crítico. Y eso que intento sencillamente improvisar, no me imagino el nefasto resultado que tendrían mis elubricaciones si actualmente las planeara. Dios nos libre. Entonces, si están buscando reflexiones estimulantes, puede que hoy no logremos ese fin, pero en mi defensa, no creo que todo lo que escribo aquí sea así de estimulante. Tampoco quiero que el blog sea exclusivamente entretenimiento, pues usted sabe, hay lugares más entretenidos en la web… Y luego, por lo pronto no hay riesgo de matar de risa…

En fin, decía que vamos a hablar de una experiencia personal, voy a hablar de mi aprendizaje del ruso (estoy pensando en el ruso, mi ganapan me lo exige). Ahora, esto puede ser complicado porque según entiendo no todo el mundo ha aprendido ruso, y en español, no creo que se ponga de moda proximamente. Pero confío que esto tendrá más sentido en el futuro cuando se vuelva común que todo el mundo sea trilingüe por lo menos, sin contar a los nativos de dos idiomas, guaraní, catalán o sea… Por lo demás es muy entretenido aprender idiomas nuevos y al menos mientras he aprendido en grupo siempre me ha sido justo y placentero. Si uno es hispano-parlante, el ruso tiene intimidancia, porque no usa el alfabeto latino *gasp* ¿Rs al revez? ¡Dios santo!

Claro, ese alfabeto se aprende en dos días, cuando Derly y Anton comenzaron a estudiar ruso no llegaron muy lejos, pero probablemente recuerden el alfabeto. Se podría escribir español en cirílico sin dificultad alguna -si a uno le gustan esos malabares altermundialistas, que en la literatura serían dificultosos, molestantes y ridículamente buenos-. Pero esta extrañeza esconde acaso la dificultad que conlleva aprender un idioma que no tiene el mismo orígen que el de uno, que las palabras son otra cosa. Cambio de palabra, cambio de sentido.

Yo entretengo varios idiomas simultáneamente de manera casual, o como dice Cécile, empiezo la frase en español y la termino en inglés/francés. Acá me retengo, en el blog, primeramente porque entra en la logística del blog en español -contra el inglés ¿les conté por qué la elección?-, luego, porque la herramienta basta ampliamente para mis fines, finalmente, porque obligando la entrada de este idioma del nivel más elevado a más casual, lo transformo y reinvento con codiciosa flexibilidad. Azar: considero un gusto el español. Y en un concepto seudo-religiosa y semi-de-afecto, la libertad de deformárlo es mi afirmación de comodidad, de suelo propio, de agencia. No es afín a la mayor ortodoxia y luego… Bleh, no esta exento de muchos extranjerismos y préstamos, no es muy grave a mi parecer, si bien inflinge confusión. No es más fácil leerme al hablar casualmente, discutiría que es más difícil -buena excusa para unna forzada seriedad-

Entonces… El ruso. Espérenme, el agua del mate está fría. Frío des Vosges. El ruso tiene un origen de las palabras distinto al latín, lo que hace para coincidencias distintas y confusiones permanentes. Uno debe aprender todo el vocabulario, de cero. Ni las preposiciones se parecen -para esto también el uso preposicioso es menor-. Y esto es el verdadero primer desafío, uno que no es lógico sino estructural. Uno desconoce la geografía del idioma pues no la ha recorrido. Y el idioma es una geografía -del tiempo, del espacio-, lo que es parte del gusto -para mí- de practicarlo. Llego a la conclusión de que amo las palabras porque representaron en mí algún descubrimiento. A los doce decidí que no viviría en mi lugar de nacimiento, que viajar era un deber quasi-moral -la oportunidad de viajar implicaba el deber, el concepto de presencia de dicha oportunidad se emplea para mí en toda la metafísica del heroísmo y de cierto modo, toda la ética-. Haga de cuenta, yo aprendía una palabra y trataba de entender por qué la palabra era así, cuál era su historia. Si por ejemplo homosexual venía de «mismo-sexo». Esto le daba todo un sentido secreto e imaginario a las palabras, me permitía contemplarlas desde una dimensión lírica/narrativa/emotiva. Es un poco romántico admitiblemente, poco que ver con la visión evolucionista que determinadas lingüísticas nos sugieren, pero para mí era un primer viaje hacia algún sitio: el pasado de una palabra. Lo demás, es presente.

Y me tengo que gastar esta anécdota palabrística del ruso por inexacta que resulte -tengo varias, las citaré algotra vez-, ya que medio viene al tema. Se trata del oso. El oso, ya se sabe, es cómo un símbolo nacional de rusia. Entonces, de acuerdo con el orígen de la palabra «ursus» y sus variantes germánicas, llegaban más o menos a una conclusión total sobre la bestia, el significado era algo así como «asesino de hombres», o bestia demoniaca. A veces la palabra original oso derivaba de una divinidad maligna, la carnacidad de la bestia puesta en escena. Y por su lado, la palabra rusa («miedev», o algo así), quiere decir «comedor de miel». Bastante más tierno, como reflejando la dimensión afectiva que la bestia tiene con esta población.

Nos vemos luego.

Suicidio artístico entre amigos

11 Nov

Arto Paasilinna -cuya doble n en su nombre suelo olvidar- es probablemente el más célebre de los autores finlandeses contemporaneos. Entiendo que esto no se traduzca en su inmediata fama para el lector casual, que tal vez, se mantenga en el círculo de los dichos clásicos, o simplemente tiene poco que hacer del país nórdico en cuestión. O podría tal vez ser, que su sentido del humor lo mantenga fuera de los respetados círculos literarios, aunque no sabría decirlo. Es en todo caso una suerte de best-seller, muy traducido.

(Si usted ha llegado a mi blog enterado de mis anuncios en el que se menciona mi inclinación al humor, tal vez se ha encontrado constantemente decepcionado por mis extensos e intelectualosos análisis. Bien, si ese es el caso, mal por usted)

¿Donde empieza lo popular y termina lo literatoso en Paasilinna? He visto con buenos ojos el tratamiento de un tema medio espinoso en su libro Hurmaava joukkoitsemurha, cuyo nombre viene a ser algo así como «suicidio colectivo encantador», y en francés «Petit suicide entre amis». También podemos enunciar la cuestión del ritmo, pues Arto publica a ritmo constante un libro anual, por lo general entrando en lo correspondiente a la sátira, al humor y a la crítica social. El autor sabe que se le ha dado alguna fama y trata de lidiar con ello. Se mantiene sin duda en un ámbito de la lectura abordable, que podría darse por formulaica si uno se atiene a los temas típicos de lo popular. Es válido preguntarse hasta cuando caduca el uso de dichas fórmulas.

(Ahora, sí, en serio, dedicaremos su tiempo al humor; es algo que desgraciadamente me va mejor con un hacer las cosas «por si ningún lado», y por lo pronto he tratado futilmente de organizar este blog. ¿Han visto algo que sea organizado y no sea decadente?)

Ahora, uno puede preciosamente olvidar que para la sátira se requiere una sensibilidad algo trabajada, y tratar de reducir a cualquier humorista popular al espacio de lo ininteligente. Pavadas. ¿Qué requiere más habilidad entenderse a sí mismo o a los demás? Dirán atinadamente: ambas cosas son imposibles. ¿Pero qué es más imposible? Pues será la tarea en la que podemos ser corregidos, en la que no nos limitamos por nuestra resignación y falta personal de creatividad. El arte popular perdona mucho, pero al ser genuino genera exigencias bastante particulares, sensibles y engañosas. El entretenimiento es una fuente de censura gigantesca. Se puede decir cualquier cosa, todo, imaginar excelentes transgresiones, si uno genera una lectura a bostezar. La buena literatura debe ser buena, y en ciertos casos entretenimiento. Este truísmo no podría ser mayor para las lecturas masivas.

Todo para decir que la reducción de Arto a un simple payaso (opuesto a un gran y genial payaso), caería en el error de su estilo, de su firma en este género que a fuerza de tanto practicarlo ha llegado a reinventar. En parte, podemos ligar este potencial cumplido a su prolífica producción, al truísmo conocido de que la práctica hace al maestro. Y admito que en la sociedad actual y en los círculos intelectuales muchas veces se menosprecia un poco la cantidad en favor de la calidad, un poeta con un verso válido es mejor que uno con centenas mediocres. Pero se sabe que la ausencia total de genialidad, a cierto grado, es ardua, pues la belleza es abundante. Paasilinna, como un río montañoso, va filtrando las asperezas de su estilo y produciendo un género de novela popular que sobrevive al examen del análisis. Me permito señalar un detalle notorio del estilo que ha forjado.

Uno muy elegante es el uso de los aforismos. El autor no titubea al decir frases como «lo más grave de la vida es la muerte, e igual no es tan grave», en una variante bastante peculiar del tema del humor frente al miedo, en vez de que el humor busque ocultar el horror, trata simplemente de formar parte de su conciencia. En determinado momento de Hurmaava joukkoitsemurha, el autor tiene uno de esos momentos de sinceridad y detiene la acción suicidaria de sus personajes en un estrambótico climax, para devolverlos a su viaje, agitados como bien lo puede estar el lector. «Se puede jugar con la muerte, no con la vida» explica, y es que en la sátira existe una mediación de moral, si no el punto de crítica se debilita, se pudre y parece absurdo. A la suerte de un educar y entretener, Paasilinna muestra que comprende que por su medio, su libro se vuelve una terapia contra el suicido en lugar de ser una fantasía mórbida. Ahí está la lucidez en la que el arte popular se encuentra entre la gente y no a pesar de la gente.

Creo que tiene algo de ejemplar, el tipo de texto que le permite a uno asentir y decir «las cosas son así», en el gozo del absurdo, lejos de la toxicidad mundana que ha llenado el cínismo artístico. Especialmente si usted ama la literatura le recomiendo un libro así. Para que no se lo tome usted tan en serio.

(O si no, lease unos comics de superhéroes, Morrison o Gaiman, he oído, son lecturas agradables)

Brevedades

5 Oct

Leyendo los cuentos de amor de Bioy Caseres -no pretendo ni deseo leerlos todos-, me doy cuenta cómo batallo en separar cierto momento histórico de esta noción tan ciudadana del amor. Nada o casi nada presenta idealismo en estos relatos, como suele ser en las historias de Bioy es necesario experimentar por medio del humor para realmente comunicar, hay su belleza pero antes veremos la jocosidad. No nos comunica nada esta variedad, de la obra del autor, acaso su justificación temática por tratar del amor en un término tan amplio y para alimentar distintos géneros de cuento. Un detalle pues, sin duda algo delator.

E insisto que tengo que hacer un esfuerzo revoltoso para no caer en la definición histórica y los sicologismos baratos, el autor siendo un hombre de mundo y muy de su época si se inclina por un retrato de su sociedad. Resulta un poco distractor, lo admito, cuando se viene de un sitio tan distante como los principios del siglo 21 en los cuales las convenciones son muy similares pero se miran muy distinto. Tampoco puedo tratar de volcarme en un asunto de técnica porque los cuentos que leí, no participan de fórmulas extrañas ni pretendida innovación, pertenecen a sus géneros acaso con una comodida exagerada. Los he disfrutado, más no los he hallado muy bueno y alguno me inclinó a voltear las páginas más rápidamente. Bioy me ha granjeado lecturas muy placenteras, aunque no pocas veces van acompañadas de alguna salida de la realidad, de un elemento organizador que deforma la narración y la aleja de lo convencional. La visión del amor de los cuentos verifica y justifica el tachar los amorías de absolutamente convencionales, ¿cómo podrían ser de otra forma si se efectúan entre personas diversas que solo se ponen de acuerdo en la convención?

Este último comentario me ha despertado una excepción, una historia precisamente donde el asunto parece confundir por la situación extraña de la relación, las exigencias fuera de lo común, más exageradas que propiamente definidas, que en un momento rozaba para mí el vértigo que supera la auto-confesión: la posición en que no se entiende en lo más mínimo cómo amar. No me marcó de otra forma, entiendo que se mantenía como uno de los ejemplares sólidos que leí, pero no al grado que me pareciera remarcable. Odioso es en los cuentos deberse memorables.

No es finalmente Bioy que ha fracasado exclusivamente en hacer este libro, y conste que literalmente no le atribuyo un fracaso. No he sido el lector adecuado para este libro que tiene sus encantos y sus diversiones, no me ha parecido ingenioso y abundante en el concepto que tengo yo de otros tantos libros que he leído, y aunque identifiqué varias gracias no puedo sino sentir que lo juzgo en toda consiencia de mediocridad. Los objetos que no nos gustan son fácilmente deformables, pero los que podrían gustarnos confirman la decepción de la espectativa propia y ajena, precisamente como el amor. Tenemos por amor los instantes de inclinarse por alguien y el reconocimiento mutuo de las atenciones, pero definitivamente el disgusto o la indiferencia no son nada. Un amor trunco, algo que «podría ser», es indistintamente generadora de amargas nostalgias. ¿No terminamos por hacer que los sentimientos no correspondidos se nos vuelvan olvidables e indiferentes? Digo, los seres vivos, no me refiero a los amantes figurantes que pese al despecho aman a dimensiones invencibles por lo que bien podría pretenderse eterno. Nosotros empujamos lo mediocre al disgusto porque si no el error bien podría ser nuestro. Así me siento yo, que comparto esta extraña falta.

El amor es también apariencia, es tratar de justificarse, que nuestra otredad pretendida parezca por lo menos justa si no cierta. Creo que cuando Bioy une textos humorísticos y dramáticos de manera temática, diciendo directamente que se trata de cuentos de amor, emplea una de estas burdas distracciones, para expresar de manera más ordenada y justificable su identidad literaria. Porque malo como puede ser, Bioy es a su vez el autor que requiere la belleza, como en La invención de Morel y el que vive del humor, no es una expresión menos feliz de su vocación que la otra.

El horror y otros humores

8 Abr

Somos una masa de contradicciones multiforme y movediza. Si nuestro cuerpo es hermoso por fuera, su interior nos resulta grotesco. Una persona puede parecernos mórbidamente obesa y que su espíritu no nos produzca ninguna congoja moral. Queremos lograr algo y hacemos lo contrario. Entendemos sin querer entender, elegimos el mal sabiendo el bien. La mente humana percibe el horror de su propia deformidad con una volición que supera al de su correspondiente cuerpo. Pese a la vejez o la fatiga, los cuerpos humanos como los sólidos, guardan su forma y permanecen. La mente es un pulpo geométrico de vaga definición, su velocidad de cambio, su fastidio, se nos figura instantáneo. Esto lo aclaro para hablar del sentimiento.

Las emociones humanas dan cuenta de sí mismas, mi descripción no haría sino falsear sus esencias. Si la ira es ceguedad, la melancolía insomnio y la risa un despertar, ¿en qué cambian sus razones? Las palabras no son correctas mensajeras de su mensaje pero nos remiten a nuestra experiencia, sentido justo. A veces sentimos en nosotros las consecuencias de una batalla mental que estas experiencias instalan en nosotros, y no sabemos que nos sucede.

Como algún vago indicio de sentimiento queda en los libros, creo que son una herramienta válida para mirar nuestra emoción. No puedo tratar el detalle de lo sentido -tampoco el lenguaje-, mas no se me escapan algunas nociones brutas y deformes. Algunas habré mencionado brevemente, como que el dolor causa placer.

La historia de la tragedia es un documento importante para describir la historia del masoquismo. Se trata de un caso extremo: En la tragedia se juega lo innevitable de una manera agobiante y terrible -acaso su único perdón es que los personajes no la sobreviven-. Hay masoquismos menores, como el desamor, descritos más fielmente por la canción popular. Recordemos un elemento de la ficción ya bien definido por los audaces magos de la palabra: La identificación con el protagonista de un relato. Las narraciones que logran una inmersión del lector en sus respectivos universos, hacen a sus héroes el blanco de una instintiva simpatía por parte del receptor. Estamos en el nivel de la manipulación, los lectores quieren a sus personajes sin darse cuenta -si el escrito es realmente malo, puede no funcionar-. Esto ilustra un poco la dimensión masoquista de la tragedia: El lector se pone en el sitio de un personaje cuyo destino está fijo y cuyo desenlace será terrible y doloroso. Pero el espectador no sufre riesgo alguno, la situación planteada busca una catarsis.

Hay en la tragedia una dimensión moral que por lo menos sugiere un grado de socialidad. El héroe trágico transgrede algún código moral, por eso sufre. Mas esa transgresión es también parte de su gozo y de su hazaña, hay una verdadera voluntad, en la duda frente al destino, de que el «mal» tenga éxito. Las historias de drama siguen dominando el teatro, la literatura y el cine, la seriedad y el sufrimiento seducen.

Como el placer se inscribe al dolor, la literatura también relaciona el humor con el horror. Una explicación de esta relación misteriosa es natural: La risa como una manera de advertir que no hay peligro, dar seguridad a los demás hombres de nuestra tribu. Otra se inscribe en el terreno de la ironía: para hablar de algo inhumanamente terrible, lo expresamos por la risa. Nuestras bromas ya toman este tipo de formas y convencionalmente se quieren «de mal gusto». El humor tiene algo de sorpresivo e incomprensible como también el horror. Es frecuente que comprendamos un signo por su estricto opuesto, esta oposición funciona con las sensaciones. (Puede también recordar al sadismo)

La noción de remplazar metódicamente lo terrible por algo humorístico es una práctica de nuestros tiempos que ha llegado a fatigarme. Me gusta pensar que las bromas tienen un lugar en nuestra mejor literatura sin volverse siempre símbolo de lo peor en nosotros. Es natural encontrar en la felicidad formas menos agraciadas, porque la ironía contiene el mayor porcentaje de significados posibles para cualquier registro. Siempre seremos irónicos, mas uno sueña por fuerza en excepciones.

Ahora, si uno desea creer que se puede definir alguna cosa de la vida por la literatura (propósito inexplicable), entonces la noción acompañaría algunos principios sicológicos (habrá deducido que hablo del eros y el thanatos). La muerte experimentada a través de la pérdida del yo, al entregarse en el amor. Mas el amor no es de veras muerte. Entramos entonces en un encantador juego de ficción y realidad,  que usaremos como vana excusa para decir que el ejemplo literario se sostiene. El amor es la catarsis de la muerte, como la tragedia del dolor y de la culpa, como el humor también del resultado horrible.

El hombre, animal hecho de dialecto, decortica símbolos y los incorpora a sus sensaciones primarias. Digerimos ideas, volviéndolas sentimientos y con la comodidad de las contradicciones irracionales. La duda que me viene es si hay verdaderos sentimientos, o todos son ficticios.