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Del goce de leer

25 Ene

http://arrowni.podbean.com/mf/web/4dyhk/Elgocedeleer.mp3

Todavía no he decidido la duración estándar que voy a usar en mis podcasts, pero supongo que vale la mención de que pueden comentar para sugerir cambios. Y sí, mi gato estaba haciendo destrozos mientras grabé esto y puse el micrófono muy cerca de mi respiración. Pero como no tengo guión para estas entradas me temo que vamos a ser tolerantes con un mínimo de ruido ambiental, c’est la vie mes amis, c’est la vie.

La próxima, acaso seré más flojo al prepararla y tendré ambientación músical y toda la cosa, nunca se sabe…

Silencio

2 Dic

Evidente

2 Jul

No se puede buscar lo evidente, solo se puede encontrar.

Dobleces

11 May

Una paradoja sobre que la sociedad considere a la lectura una buena costumbre, es que simplemente no es para todos. Estos juicios de valor generalizados apenas son aptos para referirse al arte como un objeto limitado, pues se sabe que las expresiones diversas por lo general no se consideran buenas en una sociedad. La música puede ser buena, y no por ello se pensarán buenos los narcocorridos.

Yo, pese a ser sin duda apologista de la lectura, soy de los que piensa que no es una actividad para todos. Empecemos admitiendo que el lector sufre una cierta enajenación al dedicar su tiempo a un pasatiempo solitario -ya desde este punto podemos interrogarnos si queremos de verdad, fomentar este tipo de individualismos en la columna vertebral de nuestros valores educativos-, no es sencillo volver la lectura una actividad compartida por la variedad de títulos que existen y el sinúmero de caminos que se pueden seguir para leer los mismos tomos. Existen intentos de socializar la práctica literaria -pienso en los talleres de lectura o de producción-, solo que si participan en ellos, notarán que la diferencia de ritmo entre los participantes suele enmáscarar la verdadera individualidad que esos círculos se fomentan. Pareciera que o se escoge lo social o se escoge lo literario.

Otra de las dificultades reside en la irrealidad realista del proceder educativo en la literatura. No se puede enseñar a escribir, pero se puede aprender a escribir. Entiendo que en cierto grado esta característica aplica a cualquier arte. Del mismo modo, se pueden enseñar maneras concretas de leer, mas no maneras nuevas de leer; lo que hace prácticamente inútil todo intento de traspasar la lectura como práctica, pues su gracia se encuentra en su innovación y multiplicidad. Leer está entre las prácticas que no se gozan por sí mismas, me temo que la música y la pintura aventajan grándemente ese poder seductor. Ante todo, uno debe interrogarse por qué la capacidad de leer es vista de manera buena, si todos los artes de algún modo superan su valor.

Luego recordamos que nuestra sociedad repudia el arte a menos de que este te permita ganar cómodamente la vida, somos de lo individual y lo pragmático. Me parece adivinar que la importancia de la lectura no viene de lo artístico, sino de la pura pragmaticidad de almacenar y distribuir correctamente gran cantidad de información para tratarla de manera más efectiva. Muy probablemente, cuando se nos dice que busca enseñársenos a leer, lo que se sugiere en realidad es la voluntad de estudiar. Lo que no evita que se enseñe literatura desde un punto de vista nacional en las escuelas.

Yo me pregunto si la escuela no comete un error metodológico en lo que concierne a enseñar a estudiar -suponiendo que este es el caso-. Elevar a la lectura como medio de aprendizaje, sugiere que nuestra experiencia debe fomentar la consulta de información escrita y catalogada, básicamente volvernos lectores de índices. Tal vez al limitar nuestra capacidad en este respecto, mínimizamos nuestras cualidades de absorber experiencia de otros tipos, como por ejemplo, la capacidad analítica de darse cuenta de un problema por medio de los síntomas prácticos que encontramos frente a él. Quiero decir, enseñar a estudiar textos y discursos, proviene de creer fundamentalmente en los textos y aplicarles un método de extracción de información, esto no solo no es artístico, sino que es ciencia bastante pobre. Al volver la lectura una tarea de simple estracción de información, estamos limitando la capacidad crítica de solucionar problemas de los individuos y comprometiendo su manera de interactuar con sus semejantes.

Hay, por supuesto, métodos de organizar la información, como hay bien maneras de escribir. Expliqué por anteriormente, el concepto detrás del resumen y la economía textual, mencionando que el resumen se sustenta en una lectura inocente, y procede de un tipo de escrito que busca tan solo proveer información. Estos abundan en nuestras vidas, y acaso internet los ha multiplicado. No sirven, por ejemplo, a resolver o interpretar los pasos de un problema, como habrán remarcado quienes traten de armar un mueble siguiendo una resumida manera de construirlo. Tome un ejemplo un poco más sano y sensorial, trate de ver un video que le muestre cómo construir una figura de origami, y en este movimiento, identifique cada uno de los pasos a seguir. No ejercita de este modo el mismo tipo de conocimiento, y tal vez por desuso, halle usted el propósito complicado.

Se me dirá que al utilizar métodos superficiales, se priva al estudiante en cuestión, de entender la complejidad técnica y conceptual de las ideas detrás del objeto que estudia. Yo le responderé sencillamente que esta ignorancia existe ya hoy día, que los alunmos son incapaces de decifrar los textos matemáticos y darles un valor conceptual, que el erudito es auto-didacta. Le aseguro que ahogar a los alumnos con metodologías no los volverá ni más sensibles ni más creativos para aprender mejor los conceptos.p

Los anormales

7 May

Hemos señalado de que expander la proposición de la literatura es una tarea que suele establecerse desde la periferia, en tales condiciones, podemos tratar de entender en qué consiste dicha marginalidad (veremos como parte del problema viene de encontrar tal definición).

Primeramente, es importante reconocer que la vida cotidiana se concibe dentro de un entrever social que puede representarse como un discurso. Nadie nos dice, literalmente, como debemos ser; no obstante, si estuvieramos forzados a enunciar códigos de conducta adecuados en nuestra sociedad, podríamos fácilmente formar algunos. Esta ilusión de discurso es la digestión que tenemos de lo dicho y no-dicho que se gesta en cualquier sociedad humana, lo que comunica, ante todo, son las reglas de conducta que remiten a «lo normal».

El problema se complica si introducimos variables que Foucault y la escuela de Frankfurt ya han introducido: La figura de la institución que propone respuestas a los «problemas» sociales, y la manera de interactuar con dicha norma. Muchos valores conviviales a los que respondemos provienen de una tradición y no pueden considerarse en lo más mínimo una «verdad». Tomemos como un ejemplo sencillo la poligamia, permitida en muchos modelos sociales antiguos pero gestadora de problemas legales en cualquier modelo «occidental». No es que la poligamia no pueda existir, es que se le tiene como excepción -aunque haya quienes viceralmente piensen la poligamia imposible-.

Es importante reflexionar sobre este «estado de excepción». Primeramente darse cuenta que no hablaríamos de excepciones si nuestra sociedad no tuviera entre sus valores fundamentales la idea de una Igualdad trascendente e imposible. Segundo, el darse cuenta que por muy igual que tratemos de volver todo, siempre, por puro vicio dialéctico, lo volvemos diferente. Tomaré un ejemplo bastante sencillo.

La ilegalidad de la pornografía infantil nos debe resultar un hecho bien conocido. No cabe duda que la pornografía «adulta» se considera por otro lado, más una industria que un crimen. Aquí vemos tranquilamente una diferencia. En el afán de proteger a los infantes, se les transforma en seudo-hombres en lo que refiere a la legalidad (el derecho de trabajo también aborda alguna diferencia), ya que literalmente se les rige de otra forma. Este tipo de diferencias pueden parecernos inofensivas, o incluso benéficas, mas articulan diferencias fundamentales entre miembros de la misma sociedad. Si el niño es una excepción, no es la norma (por pura brutalidad nominal)

En estos mismos términos, existe la absurda noción de que los niños, al necesitar ser protegidos, no son inteligentes. El argumento es enteramente ridículo, pues debido a sus capacidades de aprender a mayor cadencia y su recepción sensorial privilegiada, los niños pueden considerarse más inteligentes que los adultos. De cierto modo, no es que uno aventaje a otro en general, sino que se trata de diferentes modos de pensar. La diferencia del pensamiento es otra parte que corresponde a la teoría de la periferia, la atróz suposición de que existe un retraso y una vigencia en la manera de actuar.

Con la historia tenemos también esa relación particular, incluso Marx lanza la absurda noción de que la sociedad humana se desarrolla con cierto determinismo. En realidad, las sociedades humanas cambian pero no «avanzan», porque pueden existir diferentes maneras de concebir el desarrollo humano que no concuerden con un único discurso -irónicamente la teoría de Marx acentuó bastante esta convivencia de dos discursos encontrados cuando muchos países trataron de aplicarla en el siglo 20-. Y es que pensar que las cosas son como deben de ser, es lo más natural del discurso normalizante de cualquier sociedad, lo que de ningún modo lo hace verdad. La idea de una periferia es que para cualquier visión normal del universo tiene que existir la anormalidad y a su vez el elemento que no es tomado en cuenta en el discurso. Al que tratamos de diferente y del que no hablamos, al que suprimimos del discurso y al que no le permitimos hablar.

Ya he expuesto que en realidad, presumir dar la palabra a todo el mundo -por democrático que suene-, es una absurdidad lógica. Obligar a la práctica de un lenguaje es marginalizar a aquellos que no son aptos o que no ven mérito en el discurso en cuestión. Pensar en la periferia no supone que los niños, o las mujeres, o los pobres, o los animales van a ponerse a hacer literatura. Nos mete simplemente frente a la noción verdadera de que todos ellos existen, dígase lo que se diga.

Otro riesgo de nuestro discurso igualitario es que en su afán universalizante, se ha prestado en destruir diferencias y valores. No sé por ejemplo, si la igualdad supone que la mujer escribe igual que el hombre, o si forzar a la mujer a escribir como el hombre no es un pecado atróz. Esto segundo me remite a una realidad sensorial y por eso lo prefiero a la norma que basa tan solo su relevancia en abstracciones mecánicas para justificar como habemos de actuar. Creo que es penoso también vivir en la época de las justificaciones, nos podemos permitir alguna irreverencia sin caer tampoco en el desenfreno de los pudores y los arbitrarios.